El suicidio de la pasión del hombre actual

El suicidio de la pasión del hombre actual

Hoy existe un funeral masivo, cotidiano, social, individual, existencialmente filosófico. El mercado ha decidido suicidar la pasión. Ha sido un suicidio progresivo, empezó por el amor, produciendo el desamor, después se encargó de quebrar las ideologías, el ideal, la utopía, y la voluntad, los principios, el paradigma, y el espíritu.

La pasión ha dejado de ser la fuerte e inquebrantable compañía que servía de columna a los sueños, a las metas, a los esfuerzos; la pasión movilizaba a la gente a conquistarse y a conquistar a los demás, para así cambiarle el rumbo a la humanidad, a la sociedad, al ser humano que sentía la derrota desde la existencia, hasta la esperanza.

Para la pasión nada importaba, ni la distancia, ni el tiempo, ni siquiera el miedo paraba la conquista que empujaba la lucha, que junto a la voluntad, al espíritu, producían el bienestar de un remedio llamado pasión.

La posmodernidad, el hedonismo y la globalización no logran valorar el daño psicosocial, humano y existencial que representa el haber despojado al hombre y a la mujer de hoy, de esa fuerza indestructible que representa la pasión.

El humano de hoy vive y muere muy pobre, porque respira sin pasión, se introduce en una cama sin pasión, porque no lucha con los suyos con pasión, no vive para inyectar pasión, ni enseña a vivir con pasión, ni a conquistar con pasión. El humano de hoy se ha deducido por el aroma del placer, del poder y del dinero. Y una vez lo posee, continúa viviendo insatisfecho, inseguro, huérfano de cuerpo entero, porque sabe que no ha luchado con pasión por algo, ni por alguien.

Los hombres y las mujeres de siglos pasados tenían menos y vivían más satisfechos, sencillamente ponían en el camino la voluntad, cargaban en el pecho la pasión, el amor en la conciencia y la fuerza en el espíritu. Sabían del dolor y de la traición, del desamor y la rabia, pero la pasión volvía como remedio, hacía posible la esperanza, limpiaba el camino, acortaba distancia, y posibilitaba la espera. La espera, la constancia y el rostro estaban definidos por la pasión. Era así que diferenciaban los miserables, los perversos y los recolectores de cosas. El suicidio de la pasión ha sido social, masivo, la publicidad la confunde con la fuerza, la energía, la potencia, la virilidad y el consumo. La pasión es otra cosa, algo que se vive, se siente, desde el corazón a la conciencia.

Quien tiene pasión por la familia, por la pareja, por los hijos, por la vida, por el sufrimiento de los demás, no vive por y para el mercado. Hay muchos que se han suicidado, otros aún viven, pero sin pasión, y existen quienes terminan en la tumba añorando la pasión. Vivir sin pasión, sin honor, sin dignidad y sin orgullo, es una perversidad que solamente la soporta el mercado. Un ser humano sin pasión, es alguien visceralmente hueco, vacío, sin contenido y sin calorías.

Diría que se conforma con pequeñas migajas de cosas, o pone límites a sus propios vuelos, o vive sin anclas. La pasión es un ancla que fortalece, que resiste, que hace al barco seguro, que aprende a vencer las fuertes olas y la furia de los mares. Una vida con pasión, es una buena calidad de vida, que lleva al éxito y a la realización.

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