El súper poder de los mini-textos

El súper poder de los mini-textos

Horacio

D NQ NP 637611 MLA42080359824 062020 O

«¡Cuidado! ¡Ya comenzaron a joder con esa vaina! ¡Si la crítica a este asunto se vuelve tendencia, nos llevará el diablo!» Los elementos verbales aquí citados son cada vez más comunes en coloquios de despachos y en otras tertulias citadinas y hasta entre humildes emprendedores que podrían ser frenados en sus aspiraciones por falta de arrojos en medio de una opinión pública que a veces parece agarrada por el cuello.

Existe el miedo a la fuerza que ha tomado «el qué dirán» que antes secreteaban las comadres por traspatios. Tonterías que podían pasar desapercibidas para otras zonas habitadas. Los mensajes adquirieron alas y pueden ser sintonizados en cualquier rincón del mundo.

Vibra la generalización del poder crítico aportada por las redes en las que caben demasiado los intemperancias y las malas intenciones al verter conceptos.

Nunca antes, el lenguaje atrevido y hasta descompuesto tuvo tan severa capacidad para llegar a receptores… para bien y para mal.

El ruedo se ha llenado de emisiones antojadizas, filmaciones instantáneas y estridencia retórica que no generan culpas personales, y que los auditorios tienden a acoger sin mirar sus orígenes, en ocasiones de anónimos perfiles.

En consecuencia: subyace, y se extiende, un miedo escabroso a las reacciones de acres observadores de la realidad que ocupan las graderías. Sus chillidos espantan al más bonito. Al que queda denunciado por una doble vida bajo piel de oveja y con mucha riqueza ajena a su alcance, y al individuo correcto que resulta difamado.

De todo hay en las viñas del Señor.

¡Se acabaron algunos blindajes contra el mal de los cotilleos! Antes, el vendedor de barritas de oro falso y de brillantes y pendientes de pasta barata que promovía como prendas preciosas, podía cambiar de barrio sin que lo persiguieran las evidencias ni las versiones de su criminalidad.

El que ayer engañó en una centésima parte de su ciudad, más adelante encontraba espacios urbanos para estafar sin huellas de su pasado.

Si se era dama de la noche, libertina y desinhibida con los varones, eso quedaba en los corrillos de su cercanía y entre las paredes de las habitaciones de sus hazañas. Ahora es posible poner en las cuatro esquinas a la chica, farandulera o no, que cae mal a los pregoneros de la maledicencia.

Con el agravante de que cualquiera mujer que no llegue tan lejos como para que se le juzgue como lo peor de la bolita del mundo es, por estos tiempos, vulnerable a las versiones oficiosas que destruyen reputaciones.

Un machismo despechado que asecha no solo para matar corporalmente sino con disparos injuriosos a la moral.

Mi caro amigo, el Roldán de los préstamos informales, desconoce, para suerte de la porción de la humanidad a la que sirve, la capacidad que le brindarían las redes para «ablandar» a los clientes que se le escurren los días en que están obligados a llevar «ofrendas» a su buhardilla.

Por ahora, y mientras siga siendo análogo, sus cobros con perfiles compulsivos le son posibles solo a través de la única ventana de su morada que da a la calle. Ningún pícaro quisiera sentir que desde ese hueco infame lo llaman públicamente, de mala manera y por su nombre y apellido.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas