El susto de un galanteador

El susto de un galanteador

Salía mi amigo de un supermercado cargando fundas en cada mano, cuando escuchó a sus espaldas una voz femenina.

Se volvió, y sus ojos vieron a una joven de cuerpo esbelto, luciendo un vestido con escote que dejaba al descubierto gran parte de la zona pechuguil.

La muchacha sostenía un celular adherido a su oído izquierdo, y mi amigo inició de inmediato el común asedio del mujeriego.

-¡Cuánto me gustaría ser la persona que en este momento sostiene una conversación con usted por ese móvil¡- dijo, y la damita sonrió, halagada.

-Gracias por esa galantería- respondió la homenajeada, mientras el brazo que sostenía el celular descendía, colocando el útil artefacto a la altura de sus rodillas.

-No es asunto de galanteo, porque cualquier hombre diría lo mismo, o por lo menos lo pensaría, salvo que transitara por caminos cundanguiles.

La frase provocó un ataque de risa tan espontáneo en la desconocida, que mi amigo consideró que se encontraba a punto de sumarla a sus conquistas amorosas.

-Veo que suma el sentido del humor a sus encantos- expresó, viendo con inocultable satisfacción que la aludida detenía su marcha.

-No solo poseo esa característica, sino que rechazo a casi todos aquellos que carecen de ella- aseguró la mujer, aumentando la convicción de su interlocutor de que pronto añadiría a su lista un nuevo número telefónico.

-Yo no rechazo, sino mas bien detesto las personas que no ríen con frecuencia, porque si estamos de paso en este mundo, debemos disfrutar al máximo la vida, y la risa es uno de los mayores gozos.

Al piropeador le pareció que la cortejada lo miraba con mayor atención que al inicio del diálogo, por lo que decidió echar a un lado cualquier manifestación de timidez respetuosa.

-¿Aceptaría una invitación a cenar en el restaurante del club social de cuya directiva formo parte?- preguntó, mientras la jovenzuela reiniciaba la marcha en el parqueo del supermercado.

-Soy casada, caballero- fue la respuesta que brotó de sus labios

-Sin ser ladrón, me encantaría robarle la mujer a su marido- replicó el locuaz personaje, en momentos en que la mujer se detenía ante un vehículo del cual salió un espigado y fornido individuo.

-Como parece que a usted le encanta robar mujeres ajenas, puede caer noqueado en un intercambio de puñetazos- le dijo el fortachón al acosador.

Mi amigo se dio cuenta de que la señora no había apagado su celular, y se alejó de la pareja, asustado y casi corriendo.

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