El talento múltiple de Luis Muñoz

El talento múltiple de Luis Muñoz

El conjunto escultórico de dos piezas que se exhibe grandioso, magistral, en la autopista “Las Américas”, no es sólo símbolo de la superioridad de su creación artística, también es como la representación de su vida trashumante, un permanente “Entrar y salir”, título del gigantesco pez de la avenida.

Porque Luis Muñoz se ha convertido en artista universal con sus singulares producciones que demandan en el mundo coleccionistas privados de renombre y reconocidas instituciones culturales desde que se radicó en Moscú donde experimentó uno de sus logros más significativos:  exponer en el Museo de Arte Moderno, el Instituto Cervantes y el “Cafe des Artiste” de esa nación desde donde se traslada a otras latitudes.

“Nosotros los isleños seremos siempre extranjeros, sobre todo si crecimos en países con limitantes. Tenemos que ver más allá del entorno”, expresa este emigrante que ha alcanzado el éxito con la credencial de su obra brillante.

Discreto, sencillo, sin alardes ni necios protagonismos, los afiches e invitaciones con su foto anunciando exposiciones ininterrumpidas, circulan y se exhiben en Moscú, Alemania, Francia, Martinica, Barcelona, Alicante, Tacoma, New York, Suiza o Bruselas.

Es un versátil creador que pinta, esculpe, toca instrumentos musicales y tiene tiempo para recabar fondos que destina a la infancia necesitada del país porque uno de sus lemas es “dar al mundo lo que he cosechado”. Los adquirientes de sus cuadros y figuras en relieve agregan un donativo en cada compra para la Fundación que preside. Muchos entregan el óbolo generoso aunque no se apropien de las originales realizaciones de este genio del colorido.

Ahora reside en Suiza pero desde principio de mes está en la Villa de Turckheim, Francia, donde se presenta su individual número veinticinco titulada “Entre la brocha y el ojo”. Ésta se suma a otras numerosas colectivas a las que se ha integrado tanto en República Dominicana como en Europa y América.

Herencia artística

El arte y las constantes travesías son herencia de su padre, el santiagués Pericles Antonio Muñoz Sánchez, ex oficial de la Marina que decidió emigrar a Saint Martin y luego se fue a Argentina donde estudió en la Universidad Iberoamericana de Artes.

“Un día, estando en casa de mi tía María, vi a papá tomar unos pinceles y una caja de acuarelas y pintar una cayena. Ese momento marcó para siempre mi visión de la vida y definió lo que vendría a ser mi más adorada y respetada actividad, las artes plásticas”, cuenta Luis Muñoz, cuya madre, Marcelina de Jesús Peña Collante, de Loma de Cabrera, atendió como enfermera a los heridos de la guerra de abril en el hospital público de San Pedro de Macorís. Entre ese pueblo, Loma de Cabrera y la capital transcurrieron infancia y estudios del notable pintor, nacido en Santo Domingo el 21 de agosto de 1959.

Pero su más importante escuela, expresa, fue la academia de Bellas Artes donde perfeccionó esta aptitud innata. En diferentes universidades nacionales cursó además, publicidad, mercadeo, diseño gráfico.

Desde 1988, cuando se dio a conocer con sus “Variedades de Luis” en un hotel de la ciudad, sus manos no han descansado inundando de colores los espacios de sus atelieres y galerías nacionales y extranjeras con muestras como “Manchas  para una sinfonía”, “Sobre papel”, “L’oleil interne”, “Y se cansó en abril”, “Imaginación y realidad”, “The Caribbean Spirit in the Northwest”, “Immer die kunst”, “Ojo cantor”, entre otras.

Religioso creyente, está consciente de sus limitaciones y se reconoce una criatura diminuta frente a Dios. Su estilo, manifiesta en otro orden, “es producto de ese fantasma que define el universo del mestizaje, mi pintura es como la expresión del pasado: somos el resultado de la existencia de cientos de siglos en que fuimos siendo modelados en la mano de Dios. Somos un único producto a la manera del Ser Supremo”.

Padre de tres niñas, Scarlett, Priscyilla y Paola, este maestro de la plástica que tan honrosamente representa por el mundo a la República, tiene al pez  por signo de su obra imponderable,  “como base cristiana”, y se mueve entre museos, institutos, federaciones y otros centros culturales del globo terráqueo animado “por el permanente deseo de hacer algo grande para mi país, pero con mis manos de obrero del arte”.

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