«El tao del sexo” realismo y absurdo

«El tao del sexo” realismo y absurdo

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La obra “El tao del sexo”, de los autores argentinos Ignacio Apolo y Laura Gutman es llevada a la escena de la sala Ravelo del Teatro Nacional por el director Manuel Chapuseaux, interpretada por Kenia Liranzo y Francis Cruz.

Catalogada como un drama psicológico, el texto audaz nos cuenta el drama existencial, con sus luces y sombras, por el que atraviesa una pareja con muchos años de matrimonio, agobiada por la rutina, y cuya convivencia es cada vez más precaria.
Dos hechos marcan el devenir de la pareja, la muerte del padre de Eugenio –el esposo– al que se sentía unido, más allá de lo razonable, y la frustración de Malena –la esposa– que reclama ser escuchada, y al sentirse abandonada renace en ella el deseo, cuyo objeto es un hombre joven.
Pero además, Malena ha debido controlar una crónica enfermedad, y manejar una relación traumática con su madre. Los encuentros y desencuentros, la cotidianidad, los obstáculos, obsesiones y recuerdos, los llevan hacia un estadio de autoconocimiento enfrentados uno al otro, hasta encontrarse, en el camino, en el “Tao”, vía, principio de unidad absoluta, y al mismo tiempo mutable.
La obra es una fábula circular, una búsqueda, un juego de palabras que se centra en los problemas de la comunicación y la acerca al absurdo, y también al realismo, porque como señalaba Bertold Brecht: “el realismo no consiste en reproducir las cosas reales, sino en mostrar cómo son las cosas realmente”.
El espectador, desde su butaca, convertido en psicólogo o terapeuta, deberá sacar su propia conclusión.

Francis Cruz interpreta a Eugenio, –hijo, padre y esposo– aparentemente es un hombre seguro, pero es más bien dubitativo, condición que el actor maneja a cabalidad, siendo su actuación convincente, una de las más acabadas de su carrera.
El personaje de Malena –hija, madre y esposa– es interpretado por la actriz Kenia Liranzo, su actuación, evidentemente orgánica, la acerca a la verdad escénica. Con melena ensortijada al viento y ataviada con una larga túnica, se desplaza una y otra vez con pausados movimientos, acercando su devenir a una danza ritual.

Los protagonistas logran una simbiosis formidable, se complementan, más que diálogos sus parlamentos son monólogos intensos, con pinceladas de humor, en los que narran sus secretos, el amor y la rutina que los ha llevado a la incomunicación, estableciendo a la vez una relación íntima con el espectador.

La escenografía minimalista, ideada por el propio Chapuseaux, consta de solo un elemento, una amplia tarima gris giratoria, de muy poca altura, manejada por dos “presencias” ataviadas de negro, excelente recurso semiótico, que propicia los cambios en el tiempo, en el devenir de los recuerdos.
Dos escenas relevantes, una en la que Malena se complace con su joven amante, y la otra, cuando rodeada de cirios encendidos, los esposos se reencuentran finalmente en un ritual de amor trascendente.
Al penetrar en la sala Ravelo, en el fondo de la escena, un amplio espejo refleja al público que poco a poco cubre el aforo, más que un elemento escenográfico es una metáfora que nos lleva más que a juzgar a interrogarnos, y es que, como decía Oscar Wilde “Muchos hablan de la belleza de la certidumbre, como si ignoraran la belleza sutil de la duda. La duda en teatro es apasionante”. Esperamos la reposición de esta magnífica obra de teatro para que más personas participen de la sublimidad del tao.

 

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