MARIEN ARISTY CAPITÁN
Aún recuerdo la época en que transitar por Santo Domingo era un verdadero sueño: sin tapones y con frondosos árboles que nos regalaban su sombra a cada paso, las calles eran apacibles y estaban llenas de solaz.
Esa agradable ciudad, sin embargo, fue cambiando poco a poco. Los años, junto a las migraciones y el progreso, la fueron minando de una forma tal que ahora es lo más parecido a un infierno.
El tránsito es el mejor ejemplo. Atrás quedaron aquellos trayectos en los que llegábamos al colegio en quince minutos, a más tardar, obligándonos a despedirnos de la voz de Danny Rivera mucho antes de lo que hubiésemos querido.
Nunca recuerdo, durante mis años de infancia por allá por los finales de los ochenta, haber tenido que salir de casa a las siete de la mañana. A esa hora papá terminaba de peinarnos para, instantes después, desayunar con el corn flakes o la avena trasnochada que no quisimos comer en la cena anterior.
No sé si es que el tiempo ha borrado mis recuerdos pero no me llega a la memoria una escena como las que veo en muchos de los edificios contiguos cuando salgo de casa cada mañana: las madres gritando, a todo pulmón, para que los hijos salgan raudos y veloces de su madriguera. ¡Cinco minutos más y será un desastre! dijo una el pasado lunes como si se anticipara al enorme tapón que se encontraría si se iban pasadas las 7:15.
Hasta hace un mes yo no sabía lo que significaba salir a esa hora. Pero un buen día, confiada por ignorancia, me fui para el periódico a las 7:20. ¿Resultado? Duré una hora y casi diez minutos en llegar.
Desde esa mañana jugué a salir cada vez más temprano. Pero nada. O zarpaba antes de las 7:05 o jamás llegaba antes de las ocho. Entonces improvisé. Tomé rutas alternas, zigzagueé y descubrí, con paciencia, rutas mucho más largas pero menos congestionadas. Así, de pronto, eliminé por fin el estrés y el malhumor con el que iniciaba cada jornada.
Los efectos en el tanque de la gasolina, sin embargo, no se hicieron esperar. Con tapones o no, mi consumo se ha disparado a la par de mi cambio de horario. También la necesidad de manejar con mucha más precaución porque, como me topo con más gente desesperada por llegar a su destino, las imprudencias se reproducen a su más alto nivel.
Esa experiencia, que constituye el pan de cada día de miles de personas que residen en la capital, parecía ser desconocida por los funcionarios de nuestro país. Pero el azar, para nuestra fortuna, hizo que uno de ellos descubriera nuestro mal: Melanio Paredes, nuestro casi recién estrenado secretario de Industria y Comercio.
Aparentemente, antes Melanio vivía muy cerca del Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional (INFOTEP), entidad que dirigió hasta hace muy poco tiempo. Tal vez por ese motivo no se había encontrado jamás con tapón de los que puede costar hasta más de una hora salir.
El que tuviera que pasar por ello, o al menos el que lo confesara, ha sido una bendición: se ha dado cuenta, por experiencia propia, que es necesario espaciar los horarios de entrada de los colegios, las oficinas públicas, las empresas, el comercio… en fin, que de salir y entrar todos a la misma hora jamás se resolverá el caos del tránsito.
A esta medida, que se está estudiando, ya antecedió la incorporación de los agentes de la policía auxiliar, lo que agradezco de corazón porque han puesto algunos en la Núñez de Cáceres y eso me ha ahorrado un atasco de quince o veinte minutos (si es lunes o viernes, 20; de martes a jueves, 15).
Dejando de lado los tres tapones que uno se encuentra en cada ida o vuelta al trabajo, sólo me queda esperar que Melanio se quede sin agua y sin energía eléctrica; y que le asalten la inseguridad, el miedo y, sobre todo, la ansiedad que atrapa a la mayoría de los dominicanos porque al final del mes no saben cómo cubrir tantos gastos con tan poco dinero. Así, posiblemente, solucionen nuestros problemas.