El tardío regreso de don Cantalicio

El tardío regreso de don Cantalicio

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Cuando Cantalicio, un dominicano ausente, cumplió ochenta y cinco años comprendió el poco futuro que le quedaba y decidió echarle el ultimo vistazo a su país, y sobre todo a la tumba de su madre en Loma Alta. Era como si el ombligo de ella lo halara desde lejos, quizás para darle su último consejo. Es más, como él la conocía, sabía exactamente lo que ella le iba a decir: «La tiranía es una enfermedad que no muere a balazos, las balas sólo matan a los desamparados y a los buenos; mientras quede un pedacito del pulpo y del tirano esta enfermedad seguirá viva».

Cuando Don Cantalicio regresó, olió la pólvora corruptora en el aire del aeropuerto; comprendió que su madre tenía razón, que el fantasma del pulpo estaba completamente vivo y coleando. En el treinta de mayo sencillamente se desperdiciaron balas, se desperdiciaron ilusiones. El, antes trató de matar al pulpo pero no pudo y se fue a esconder entre los anónimos rascacielos de New York. Sí, sí lo confiesa, le faltó valor, tuvo miedo, el monstruo lo venció.

Muchos hasta ahora se habían creído la falsa muerte del pulpo. Pero desde que llegó comenzó a ver los peligrosos síntomas de su fantasma, montones de armas descaradas de todos los estilos, colores y calibres, exhibidas donde quiera como adornos, como pecesitos de colores, como flores. Vio el susto florando en el aire, entre los pantalones y los árboles. «Mira mi hijo, pisa duro el alacrán. El pulpo y el alacrán son socios. Son la misma cosa. El civil no es al que le falta el uniforme, es una especie distinta, descolorida, un estado mental inferior…. una especie en extinción. Hijo mío, pisa duro el alacrán.»

Así, el anciano fue al olvidado y desolado cementerio de Loma Alta, al sitio correcto junto a los perros flacos, junto a las guasábaras y al quiquiriquí, ya ahí estaba ella, un celaje, esperándolo, con voz imperativa: «Ya te lo dije ¿para qué viniste si los tentáculos del pulpo te buscan y te odian? ¡Vete!, que estas tierras no son de esperanza, ni de pan, ni de justicia, aquí las injusticias crecen silvestres.»

Ya todo estaba dicho y reiterado. Las tumbas no mienten… Cantalicio, alejándose miró los restos moribundos y flacos de la vieja escuela, de la clínica rural, miró el abandono regado por doquier, y la pulpería por donde llegan al lugar las míseras provisiones, todos los impuestos, los itebis, los recargos, la inflación y los abusos; por donde llega también el dolor de las divisas y de los bonos soberanos y otras torturas, pero alabó que la pulpería era la única que fiaba a los pobres, sin garantías e hipotecas. («¡Don Pulpero! -dijo el niño- que dice mí mai que le mande macarela y pan y se lo apunte en la libreta!») ¡Santa pulpería la de los vales de hambre!

«Oye hijo, el pobre no nace bajo el amparo de Dios, para él Dios está siempre de vacaciones. Sus lágrimas nunca llegan al cielo, se pierden en el camino y llegan secas, y ya no duelen. Los pecados oficiales no llegan al cielo, se quedan por aquí contentos empollando sus hijitos.»

Y así Cantalicio vio la pobreza en el aire y en la cara de todo y comprendió que estas tierras no son de esperanza, no son de nadie, están solas, y la soledad es terca. El verde de antes está enfermo. Y esas casas modernas, de Loma Alta, son para anidar las loterías y ruletas, para la discoteca, el prostíbulo y los prósperos vicios, pero gracias a Dios esos pecados nadie los mentó ante la tumba de su madre, porque allá la tierra y la gente son discretas, casi mudas.

Por eso, de regreso vio la capital llena de rascacielos modernos y dudosos, islotes de opulencias amurallados frente a los desvaídos e infectados ranchos y hohíos, y para separarlos, vio la exhibición de lujos y guardianes, y un estado de paz armada, perfumada y con música ambiental. Pensó en abandonar su cédula, su nacionalidad, pensó en mearse en el país por todos lados, completo, pero…. comprendió de inmediato que ande por donde ande siempre sabrá a qué tierra pertenece, qué tierra lleva puesta, y quiera o no, nunca dejará de caminar con ella, porque nadie puede desertar de si mismo. Y supo también que el árbol está y estará donde están sus raíces.

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