El teatro femenino dominicano, más allá de Utah

El teatro femenino dominicano, más allá de Utah

POR SHEREZADA VICIOSO, CHIQUI
Para escribir sobre el teatro dominicano en relación con la presencia de la mujer, tanto como sujeto de las obras, como autora, es necesario partir del Entremés de Cristóbal de Llerena, porque (concordando con Pedro Henríquez Ureña) el teatro como tal apenas se inicia en 1492, cuando Juan de Encina estrena sus primeras églogas en la corte del Duque de Alta, y se difunde en América como teatro misionero, escolar y criollo.

Es en el siglo XVI, cuando en Santo Domingo se produce el Entremés, único texto dramático que ha sobrevivido, escrito por el canónigo Cristóbal de Llerena De Rueda, quien nació en 1540 y falleció en 1625. Si menciono la obra de Llerena y no el llamado teatro indígena, es porque de este teatro no nos queda ninguna reminiscencia y, por lo tanto, su posible influencia en la conformación de una imagen específica de la mujer es inexistente. No sucede lo mismo con el teatro introducido por la metrópolis en la entonces colonia de Santo Domingo. Para muestra, reproduzco un fragmento del Entremés, con la respuesta de Edipo cuando se le pregunta sobre la naturaleza del monstruo que ha sido dado a luz por Bobo, su personaje central:

Es la mujer instable bola.

La más discreta es bestia torpe insana, aquella que es más grave es más liviana, y al fin toda mujer nace con cola”.

SIGLO XVII

Durante el siglo XVII ni siquiera la presencia de Tirso de Molina en Santo Domingo (quien por cierto, según un reciente trabajo de investigación basó su Don Juan en un personaje que conoció en La Hispaniola), fue significativa para el desarrollo del arte dramático. De este siglo sólo quedan rastros de las prohibiciones eclesiásticas contra las “farzas, auto comedias y representaciones sin licencia del prelado o su provisor”, quedando como evidencia de la situación particular de las mujeres, las declaraciones del Arzobispo Fray Domingo Fernández de Navarrete, quien dice que de la asistencia de las mujeres “no se pueden esperar buenos efectos”.

SIGLO XVIII

Pedro Henríquez Ureña también nos cuenta que durante el siglo XVIII tampoco hubo ningún texto que nos muestre la existencia de un teatro significativo en Santo Domingo.

Una rápida, y por ende superficial, síntesis de la época colonial con relación al teatro, nos permite concluir que el Entremés de Llerena es el texto fundamental del período; gran parte del entonces llamado teatro de la colonia tuvo características religiosas y se utilizaba para evangelizar; y que existía un teatro “profano” que como espectáculo estuvo ligado a las incipientes costumbres manifestadas a través de bailes, cantos y mascaradas, el período de la fiesta, si se puede clasificar como tal. En algunos momentos de la colonia se pretendió superponer un teatro estructurado, o externo (durante la ocupación francesa, por ejemplo), pero este no progresó. Se puede concluir además, que de acuerdo con las costumbres de la época, las mujeres fueron representadas como correspondía a su papel en la sociedad: o vilipendiadas como fuente del pecado original, o protegidas como el animal doméstico responsable de la procreación y supervivencia de la especie, y su socialización.

SIGLO XIX

Es una mujer, Rosa Duarte, hermana del padre de la patria Juan Pablo Duarte, la mejor cronista de lo que pasa con las artes dramáticas en el siglo XIX, cuando el teatro es utilizado para propagar las ideas independentistas. Según ella, los integrantes de la Sociedad La Filantrópica crearon una sociedad dramática llamada La Trinitaria, con el fin de montar obras eminentemente políticas, propagandísticas y concientizadoras. Por primera vez las mujeres son consideradas como sujetos actuantes o participantes en las obras, lo cual no implica que hubiese un cambio con respecto a la imagen que de ellas se seguía propagando, como prototipo de la virtud o el vicio. Pedro Sánchez Troncoso, señala en este sentido, que en la sociedad La Trinitaria “para los papeles femeninos los actores tenían que elegir entre sus novias, hermanas y amigas”.

LA NUEVA REPÚBLICA (1844-1930)

Salva este siglo, no ya el período independentista al cual precede, el drama indigenista “Iguaniona”, de Javier Angulo Guridi (1816-1881), uno de los fundadores del teatro dominicano. De acuerdo al poeta y antólogo teatral José Molinaza, quien ha hecho unos recuentos muy útiles sobre el número de obras que se produjeron durante cada siglo, en esta etapa se escribieron 75 obras de teatro, de las cuales se publicaron unas 18, versando algunas sobre el indigenismo y el costumbrismo. Además se incentivó la presencia de lo foráneo, mediante la presencia de compañías teatrales que hicieron de Santo Domingo un puerto para sus giras. En “Iguaniona”, la imagen de la mujer indígena que se proyecta es distinta a la que tradicionalmente se promovía de ésta como un cuasi animal doméstico que, deslumbrada, se entregaba al conquistador.

1894 es un año importante para el teatro dominicano por el surgimiento de la crítica literaria en el país, a raíz de la obra “La Justicia y el Azar”, de Rafael Alfredo Deligne. Alecciona a la mujer de hoy el ensayo dramático de Américo Lugo (1870-1952), uno de los prosistas fundamentales y filósofos de la incipiente República Dominicana. En “Elvira”, monólogo existencial, Américo Lugo representa a la mujer superficial como un ser coqueto y narcisista. La imagen de la mujer que en este monólogo releja Américo Lugo, también puede encontrarse en la mayoría de la obras del costumbrismo, corriente a la que se le atribuye fomentar la cultura popular, que por el mero hecho de ser popular no puede idealizarse. Como ejemplo, está “Alma Criolla” considerado el mejor texto costumbrista hasta la fecha, de Rafael Damirón (1852-1956). 

EL TEATRO DE LA INTERVENCION (1916-1922)

Sólo dos obras se publicaron de un total de 38, durante el período de la ocupación militar norteamericana, cuando se evidenciaron como tendencias dentro del teatro tradicional, el teatro de propuesta y el teatro político. El dramaturgo más distinguido fue Federico Bermúdez. Adquiere, durante esta etapa, un gran auge la presentación de las compañías teatrales extranjeras, las cuales opacaban las obras de autores criollos como Rafael Damirón y Delia M. Quezada, quienes criticaron abiertamente la presencia norteamericana en el país. Ya en 1915 había surgido el primer grupo de teatro, encabezado por el puertorriqueño Narciso Solá, y también surge un tipo de comedia que se especuló pudo penetrar a la isla a través de la compañía cubana de bufos de Raúl del Monte, cuando estuvo en Santo Domingo en 1913. En 1916, publica Pedro Henríquez Ureña un ensayo de tragedia antigua: “El nacimiento de Dionisos”. Ese mismo año, publica Max “Un juguete cómico”: “La Combinación diplomática”, después de haber fundado, junto con José Antonio Ramos, Bernardo G. Barros y otros intelectuales habaneros, la Sociedad de Fomento al Teatro. De ese mismo período es Ana J. Jiménez Yepes, autora del cuadro dramático “Independencia o muerte”, inspirado en la gesta separatista y galardonado en el concurso teatral del centenario.

Entre 1922 y 1930, de unas 40 obras inventariadas durante esos ocho años sólo se publicaron siete. Julio Arzeno con “Los Quisqueyanos”, Fabio Fiallo con “La cita”, Mélida Delgado Pantaleón y Juan García, con “Un Proceso Célebre”, retoman a su modo, y por momentos, la crítica a la actuación social de la mujer, resaltando la injusticia de los castigos impuestos a las supuestas infieles, y las leyes concernientes a los noviazgos y matrimonios por interés. Predominan, durante este período, las obras cortas y el monólogo intimista, y surge, desde el punto de vista de las mujeres, el más progresista de los dramaturgos dominicanos: José Ramón López. Con su obra “La Divorciada”, López trata por primera vez el problema de la liberación femenina, a través de un cuestionamiento de la sociedad de entonces. José Ramón López también se distinguió por su colaboración con dramaturgas como Virginia Elena Ortea, prolífica autora de poesía, cuentos, ensayos y de una zarzuela en tres actos: Las Feministas, con música de José María Rodríguez Arregón, así como de una comedia en prosa y verso que escribió en colaboración con López y que no se llevó nunca a escena.

AÑO 1946

Es importante resaltar que la producción teatral dominicana se retoma catorce años después del surgimiento de la dictadura de Trujillo. Ese año, el régimen creó el Teatro Nacional de Bellas Artes. El recelo de la dictadura de Trujillo contra el teatro estaba posiblemente enraizado en el conocimiento que tenía el dictador del papel que jugó La Trinitaria en la independencia del país. De ahí que durante los 31 años de dictadura trujillista apenas se presentaron 54 obras, es decir, prácticamente 1.8 obras por año (datos de José Molinaza). De estas once son de autores dominicanos, 25 de dramaturgos españoles, dos de teatro inglés, una de teatro francés y quince de nacionalidad no confirmada.

Tres mujeres se distinguen en el teatro durante la dictadura trujillista: Una es Urania Montás Coén, la cual creó el grupo de teatro del Instituto de Señoritas Salomé Ureña, responsable de que se incorporaran obras de teatro montadas a las clase de literatura, génesis de donde parte, posteriormente, el Teatro Escuela de Bellas Artes; y como dramaturga la poeta Delia Weber, cuya formación metafísica influencia toda su producción teatral. En 1944, publica su poema dramático Los Viajeros , y con anterioridad los dramas Salvador y Altamira y Lo Eterno.. En el género de teatro infantil se distingue la poeta petromacorisana Carmen Natalia Martínez Bonilla, posteriormente una destacada opositora del régimen, exilada durante muchos años en Puerto Rico. Con sus obras de teatro infantil y radiales, las cuales da a conocer en Puerto Rico.

POS-ERA DE TRUJILLO

Trujillo es ajusticiado en 1961, y en el período de transición de la destrujillización, entre el 1961 y 1965, se escriben apenas 16 obras, representándose siete curiosamente en un mismo año: 1963, durante el efímero gobierno de Juan Bosch. Es apenas en la década de los ochenta cuando, como en la poesía, comienza a surgir un “boom mujeres dramaturgas”, encabezado por Germana Quintana, directora de la Compañía Teatral “Las Máscaras”, con sus obras: Mea Culpa; No quiero ser fuerte, (segundo premio en el concurso de Casa de Teatro, de 1987); La Carretera; La querida de Don José; Mi divina loca; La hierba no da fruto (mención del concurso de Casa de Teatro); En el bar de los sueños rotos; Ellas también son historia y La Coronela.

Doña Carmen Quidiello de Bosch, con sus obras Alguien espera bajo el puente; El peregrino de la capa tornasoleada; y con una obra paradigmática llamada la Eterna Eva y el insoportable Adán, un intento de reescribir el Génesis desde la perspectiva femenina; Sabrina Román, con su obra Carrousel de Mecedoras, donde plantea el drama de los envejecientes; y Sherezada (Chiqui) Vicioso, con sus obras Wish-ky Sour, Premio Nacional de teatro de 1996, donde trabaja la rebeldía de la mujer envejeciente frente a los estereotipos de la sociedad que tienden a limitarla; Y no todo era amor, obra basada en la vida de Salomé Ureña y sus epistolario, de donde se creó el monólogo Salomé U: Cartas a una Ausencia; Perrerías sobre el conflicto entre una intelectual y un hombre marginal; Desvelo, basado en un diálogo entre Salomé Ureña y Emily Dickinson y Nuyor/islas, sobre la soledad que enfrentan los dominicanos y dominicanas que se retiran al país, de regreso desde Nueva York.

Otras dramaturgas recientes, cuyas obras han tenido un gran impacto son Carlota Carretero, con El último asalto a Santo Domingo; Falsos Profetas; y La tierra es de nosotros, sobre la legendaria líder campesina Mamá Tingó; Elizabeth Ovalle, ganadora del premio de Casa de Teatro con su obra Por hora y a piece-work y también autora de la obra Alerta Roja. Como un hecho interesante se destaca el surgimiento en la ciudad de Buenos Aires, de la dramaturga dominicana María Isabel Bosch, con su obra en tres monólogos Las viajeras. En Nueva York, tienen ya una tradición en el teatro Josefina Báez, y Dinorah Coronado, con una obra llamada Inmigrantes de tiempo parcial. Sus temas son los grandes temas femeninos, que a fin de cuentas son los grandes temas de la humanidad, sólo que contados desde la perspectiva y sensibilidad de las mujeres: las opciones existenciales, la vejez, la muerte, la infidelidad, el amor en todas sus facetas y en todas las edades, la preocupaciones por la ciudad, el fenómeno urbano, la droga, el sexo, la niñez, los jóvenes y el futuro de la nación, de esta República Dominicana de nuestros desvelos y nuestros amores.

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