El teólogo callejero

El teólogo callejero

Antiguamente se distinguía entre música culta y música popular. Después se hizo énfasis en la influencia recíproca de ambas músicas. Los compositores “académicos” registraban cantos y bailes populares, a partir de los cuales, construían obras complejas para grandes orquestas. Los músicos populares, también, podían “adoptar” instrumentos nuevos, más caros o extranjeros; y “robar” experimentos formales de compositores muy atrevidos. Del mismo modo, hay teólogos universitarios que, continuamente, citan a San Anselmo y Santo Tomás; y “quiroprácticos” de la fe, que no conocen el “argumento ontológico” sobre la existencia de Dios. Así como ahora se habla de un “merengue de calle”, pronto habrá que añadir teólogos callejeros -o urbanos- a la rica historia de la escolástica.
Y no tienen, necesariamente, que ser “teólogos de la liberación”, ni partidarios de una bio-ética. En la olla del pensamiento se cuecen constantemente nuevas legumbres intelectuales. Dios mantiene unidas las partículas de un mundo amenazado de disgregación. El poder trastornador de la política y de los negocios sucios, no es suficiente para destruir el orden universal. ¿Por qué las moléculas que componen el ojo con que miramos el mundo, permanecen unidas, siendo ojo todo el tiempo? Todos los esfuerzos que hacemos para estropear la naturaleza, encuentran la impedancia del Dios de la cohesión universal.
Extraemos de la tierra aceite mineral, derramamos combustible en los océanos, talamos los árboles de los bosques, contaminamos la atmósfera con gases dañinos; pero las cosas tienden a acomodarse o recomponerse …por caminos inesperados. Explotamos las minas, desviamos los ríos, construimos presas; pero no logramos agotar las sorprendentes opciones que brinda el planeta, por vías de la investigación científica, las guerras o la casualidad.
Los teólogos “de calle”, sin credenciales académicas, se han hermanado con los físicos modernos, los profesionales más prestigiosos del mundo de hoy: pues lo mismo se asoman a lo infinitamente pequeño -al átomo-, como a lo espantosamente grande -las galaxias-.
Son unos pseudo-frailes que han entrado, disfrazados, en la literatura que se difunde en las redes de Internet. No son propiamente “literatos”; tampoco son científicos, ni religiosos.
Ese “mutante” de las humanidades “habita entre nosotros”. Desde esta tierra maloliente, atisba un cielo perfumando, e intenta, como San Agustín, explorar dos mundos inseparables.

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