Observando la evolución política del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en sus cuarenta y cinco años de edad ha vivido dos etapas cruciales de su desarrollo; su nacimiento y evolución. Emergió como partido de cuadros y evolucionó a lo que la literatura de los partidos políticos denomina partido de masas.
Desde sus orígenes era una estructura organizada, disciplinada, con espíritu de cuerpo y mística de trabajo, en la que sus miembros indefectiblemente debían –militantes– alcanzar un alto nivel de desarrollo político.
Esos rasgos cualitativos inherentes al pensamiento del líder fundador se han ido marchitando después de su desaparición física.
Sus dirigentes inteligentemente comprendieron que para conquistar y mantener el poder, el partido debía superar sus raíces originarias y transitar –como en efecto ha sido– del teórico partido de cuadros al pragmático partido de masas.
En efecto, esto implicó flexibilizar los requisitos de ingreso al partido para convertir una estructura rígida que le confería prioridad a la calidad, en una organización que ha de privilegiar la cantidad. Lo que ha permitido incrementar una matricula de casi quinientas mil personas en veintiocho años, a más de dos millones quinientos mil miembros en la actualidad.
Por sus seis triunfos de manera consecutiva el PLD de masas ha sido la maquinaria electoral más exitosa de la historia democrática en República Dominicana.
Fundamentalmente, esos triunfos electorales han obedecido a tres factores cruciales: unidad interna, obra de gobierno valorada positivamente por la mayoría de personas que ejercen su derecho al sufragio y tercero que, en cada coyuntura, el partido de Bosch ha presentado una candidatura que encarna las aspiraciones del mercado electoral.
En el año 1996, el expresidente Fernández, de 43 años de edad, encabezó la transición de un liderazgo de dos caudillos nonagenarios, y otro sexuagenario, que durante muchos años monopolizaron la vida política dominicana. Su propuesta del nuevo camino –en esa época– personificaba la aspiración de alternabilidad en el poder de una sociedad que siete años después de la caída del muro de Berlín –en el término del siglo XX– se preparaba para enfrentar los incipientes desafíos de la globalización.
Esa sociedad que ha visto en el expresidente; sobriedad, dominio de la palabra, decencia y un estilo novedoso –en aquel tiempo- le otorgó la oportunidad de volver a gobernar en dos ocasiones.
Posteriormente se produce en democracia la primera transición pacífica de un presidente del mismo partido en el poder.
Con la llegada del presidente Medina a la primera magistratura del Estado, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), ha iniciado la obra de gobierno en la que más personas han salido de la pobreza.
En seis años, con su política de estímulo a la asociatividad –entre otras– y fomento de las cooperativas a través del acceso al crédito, la pobreza se ha reducido de un 40 % a un 23% y la pobreza extrema del 10% al 2.9%, en términos concretos, como confirman estadísticas oficiales y organismos internacionales: mas de un millón quinientas mil personas han salido de la pobreza.
Su gobierno, combinado con su singular estilo de ejercer el poder, le permitió ganar las elecciones del 2016 con el mayor porcentaje de toda la historia democrática. Y, aunque hoy, sin el menor resquicio de dudas, es el candidato más fuerte que podría presentar el partido oficial; existe la posibilidad de que en la primavera del próximo año no se presente nuevamente al electorado.
Ante esa posibilidad, para arrebatarle la bandera del cambio al Partido Revolucionario Moderno (PRM), el danilismo –como fuerza determinante– debería ser receptivo con los cuestionamientos que ha hecho un sector de la clase media consciente y crítica al viejo y anquilosado partido de masas, y en cambio, para superar sus vicios, emprender desde lo interno de la organización el camino de la reconstrucción; la evolución hacia el tercer PLD: El Partido de las Causas Sociales.
Cuando llegue el otoño, para mitigar los efectos de las tormentas tropicales y posibles huracanes en medio de la temporada electoral ciclónica, además de abrirle las puertas a una nueva generación en los municipios y en el congreso, la línea de acción del plan de contingencia debería ir en la dirección de apoyar un perfil político como el que encarna Andrés Navarro que atesora los valores y las aspiraciones que imperiosamente demanda el mercado electoral: cambio, renovación, madurez, transparencia, humildad y eficiencia en la gestión pública.
Nunca, bajo ningún modo, para la mayoría de la población joven podrá constituirse en un nuevo estilo de conducción de lo político un expresidente que ha gobernado 12 años de los últimos 23 de vida democrática.