El tercio charlatanzaso

El tercio charlatanzaso

En los años de la década del sesenta era yo un buen libador de ron y cerveza criollos, por lo que no era raro que aquella mañana dominical estuviera posado con un amigo en un restaurante.

De pronto llegó al lugar un popular terciazo etílico, conocido por su gran sentido del humor, que se ponía de manifiesto en frases que casi medio siglo después todavía recuerdo.

Conociendo que caía bien en todos los sitios, el personaje se sentó en una de las sillas de nuestra mesa, sin solicitar el permiso.

– Mozo, otro vaso para echarle romo a mis parásitos intestinales- gritó, a lo que siguió un coro de carcajadas de los parroquianos.

Las paredes del restaurante eran de cristales transparentes, y casi pegué un brinco al escuchar el grito de mi amigo.

-¡Diablo, por ahí pasó un ex condiscípulo del bachillerato, con quien hace poco pasé un susto, debido a que no conocía su vocación cundangoide. Menos mal que no entró, porque lo hubiera sacado a patadas!

– ¿Se propasó contigo?- pregunté.

– Decir que se propasó es poco, si lo comparamos con lo que me hizo. Lo vi borracho en una  calle, tambaleándose, y detuve mi vehículo para darle una bola. Desde que entró, comenzó a rozar mi pierna con la suya. Lo empujé violentamente, y entonces intentó manosearme, por lo cual le metí una bofetada. Afortunadamente, minutos después el jumo lo venció, y se quedó dormido. No quise apearlo hasta que llegamos a su casa, porque si le pasaba algo se me iba a pegar, porque fui la última persona a quien muchos vieron con él.

– Debiste bajarlo del carro desde la primera tanda de pierna muerta que te dio, porque así evitabas cualquier riesgo- dijo el lambe tragos.

-¿Riesgos…a cuáles riesgos te refieres?- inquirió mi amigo, con súbito truño.

-Oh, son muchos- manifestó el repentista- comenzando porque dicen que en todo hombre hay un pajarito chowí dormido, y no escapas a esa regla porque no tiene excepciones; además, nadie conoce ningún ex cundango, lo que demuestra que es agradable la afición carnococotil; por último, no es posible que tantos millones de mujeres estén equivocadas al preferir a los hombres.

El charlatán rió con gusto tras su exposición, pero mi amigo y yo no le hicimos el juego, pensando que quizás su chowí sufría períodos de insomnio.

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