El terrible fracaso de Irak

El terrible fracaso de Irak

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
La generalidad de los que han pasado balance a los tres años recién cumplidos de la invasión y ocupación militar de Irak por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña ha tenido que concluir irremisiblemente en que se trata de un terrible fracaso, que el costo humano, político y económico ha sobrepasado hasta las peores predicciones, sin más logros que el derrocamiento del régimen odioso de Sadam Husein.

Midiendo los resultados no hay manera de entender cómo fue posible que el gobierno norteamericano se embarcara en una aventura de tal magnitud, cuando no había que ser un experto para advertir que el problema no era tanto entrar a Irak, en el corazón del mundo árabe, sino vencer la resistencia de largo plazo que desataría el nacionalismo y el fundamentalismo islámico y reconstruir materialmente el país y establecer un régimen democrático.

Estados Unidos echó por la borda toda la solidaridad internacional que logró a raíz de los actos terroristas del 2001, al desafiar a todo el mundo, incluyendo a casi todos sus aliados de la «Vieja Europa», y al destrozar las bases en que se fundamentaba el orden internacional.

Sólo la codicia del petróleo puede explicar la obsesión del presidente George Bush por ocupar ese país, que se manifestó mucho antes de la agresión terrorista del 2001, como pone de manifiesto la obra «El Precio de la Lealtad», en la que el periodista Ron Suskind, recoge parte de los 19 mil documentos que le entregó Paul O´Neill, quien fuera Secretario del Tesoro norteamericano en los primeros dos años de la actual administración.

El libro testimonial «Contra Todos los Enemigos», es otra fuente insospechable que relata las obsesiones y absurdos de la política que llevó a la ocupación de Irak, escrito nada menos que por Richard Clarke, quien fuera coordinador del Consejo Nacional de Seguridad en los gobiernos de George Busch padre, de Bill Clinton y de George Bush hijo, hasta su renuncia en marzo del 2003, al empezar la guerra.

Richard Clarke concluye en que la invasión de Irak, a nombre de la lucha contra el terrorismo, «acentuó el apoyo a Al Qaeda y un antiamericanismo radical. Por todas partes éramos vistos ahora como un supermatón más que como una superpotencia, no ya por lo que hicimos, sino por el modo en que lo hicimos, desdeñando los mecanismos internacionales que más tarde necesitaríamos».

El exfuncionario concuerda con un estudio del Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela Superior de Guerra del Ejército en que la guerra a Irak «fue un error estratégico de primer magnitud». Resalta que Estados Unidos desairó los consejos de los árabes amigos y de sus aliados de la OTAN y utilizó la fuerza militar. El párrafo final de su libro concluye en que «El resultado ha sido una mayor inseguridad, cuyo precio estaremos pagando durante mucho tiempo».

Al no encontrar las armas iraquíes de destrucción masiva que pretextaba, la ocupación ha quedado como una agresión injustificada, con un balance de destrucción inconmensurable, con muertos civiles estimados en decenas de miles. Sólo en la capital, Bagdad, el personal de la morgue ha catalogado más de 24 mil cadáveres. Han ascendido de 20 por día en el primer año, a 31 en el segundo y 36 en el tercero. Y el conteo macabro sigue en ascenso tras comenzar el cuarto año.

Del ejército de Sadam Husein se cuentan entre 4 mil 895 y 6 mil 370 víctimas mortales y más de 4 mil 300 policías y militares del régimen impuesto. Mientras los soldados norteamericanos muertos pasan de 2 mil 300 y totalizan sobre 2 mil 500 sumando los aliados, además de decenas de miles de heridos y traumatizados.

Al caudaloso río de sangre desatado hay que sumar el costo económico para Estados Unidos cifrado en 320 mil millones de dólares, mientras las perspectivas son cada vez más tenebrosas.

Tres años después de la ocupación, en Irak solo se cuenta muerte y destrucción, y el último intento electoral de diciembre pasado no ha podido ser traducido en la constitución de un gobierno, porque las divisiones internas, y los odios étnicos desatados tienen el país en lo que el exprimer ministro Iyad Allawi, impuesto tras la ocupación, catalogara en marzo como guerra civil, con un «promedio de 50 a 60 muertos por día».

Paradójicamente las escasas posibilidades de Estados Unidos imponer estabilidad, no digamos democracia, están ahora cifradas en los shiitas aliados del régimen fundamentalista de Irán, que aprovechando la circunstancia monta un desafío con su programa nuclear.

El balance no puede ser más desolador para los estrategas del fundamentalismo norteamericano, mientras el presidente Bush cosecha la mayor impopularidad de las últimas dos décadas. Y lo peor es que la caja de Pandora que abrió la ocupación de Irak todavía no acaba de soltar todos sus maleficios.-

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