El terrorismo: versión sicaria y asesina 

El terrorismo: versión sicaria y asesina 

Con el discurrir de los siglos, el terrorismo se ha presentado de diferentes formas, lo que ha permitido diversas interpretaciones sobre sus características, razones y modus operandi. Sus manifestaciones más antiguas y  fundamentalistas vienen del judaísmo, con la secta de los sicarii, y del islamismo, con la red de los asesinos.

Según el historiador judío Flavio Josefo, así como también Tácito y fuentes rabínicas, uno de los primeros ejemplos de grupos terroristas es el de los sicarii (sicarios), pertenecientes a la secta judía de los zelotes. Recibieron este nombre porque su arma favorita era un puñal, que en latín se denomina “sica”. Entre sus filas se consideraba el martirio como algo gozoso, que era posible salir victoriosos contra los romanos y que Dios mismo se revelaría a su pueblo y lo liberaría. Esta secta, altamente organizada,  podría denominarse como un grupo de nacionalistas judíos, que desempeñó un papel importante en la revuelta contra la ocupación romana en Palestina, entre los años 66 y 70 después de Cristo, durante el mandato del emperador romano Nerón.

Los sicarii utilizaban técnicas no ortodoxas, como atacar a la luz del día, prefiriendo siempre los días festivos, en los que se congregaba una amplia cantidad de personas en la ciudad de Jerusalén; destruir viviendas y palacios,  quemar archivos públicos, a los fines de eliminar los comprobantes de los prestamistas y de impedir que les reclamasen a sus deudores; incendiar los graneros y sabotear el servicio de suministro de agua a Jerusalén.

Una red terrorista  que ha fascinado a los autores occidentales  es la de los hassasiyin (asesinos).

Estos seguidores del islam shií fueron organizados   por Hassan Sabbah (el viejo de la montaña), en el 1092.

Se les denominó “hassasiyin” porque el término es indicativo de que los miembros de esa organización eran adeptos de Hasan, aunque otros autores afirman que el nombre viene del árabe hassasiyyin, “ebrio de hachís”, y que los cruzados occidentales solían traducir como “asesinos”.

Los hassasiyin se caracterizaban por ser una orden de disciplina casi ascética, por ver el asesinato como un acto sacramental, realizar asesinatos selectivos, en plan suicida, contra sus hermanos sunitas de Oriente: los selyúcidas.

 Su base estaba en la antigua Persia, pero se dispersaron por Siria y Jerusalén; no fueron exterminados hasta la llegada de los mongoles en el siglo XIII.

Su campaña de terror, llevada a cabo de forma disciplinada, fue tan eficiente que coadyuvó con la decadencia del mundo islámico, porque impidió la creación de un estado fuerte que frenara a los nómadas turcos y a los cruzados europeos, dirigidos por Godofredo de Bouillon, quienes en 1099 se apoderaron de las tierras santas de Palestina.

La historia del terrorismo, con su génesis en dos religiones abrahamánicas, en cuyos   preceptos, paradójicamente, se hace énfasis en la buena relación con el prójimo, nos muestra cómo la violencia y los instintos egoístas instrumentalizan las religiones y camuflan sus acciones en versiones más sofisticadas de sicarios y asesinos.

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