El testaferrato

El testaferrato

       Cuando explotó el famoso fraude de BANINTER y los otros bancos, la imagen que me vino a la mente fue la de uno de esos monstruos bicéfalos de la mitología, porque en ese hecho habían actuado  tanto el clientelismo como el rentismo. Visto ahora con el telón de fondo de todo lo que ocurrió después, el caso BANINTER se nos presenta como  el pórtico de la hiper-corrupción declarada en la que entraba a marcha forzada nuestro país.

          El rentismo y el clientelismo son prácticas históricamente reiteradas en la sociedad dominicana, pero mientras el ejercicio clientelar usa los recursos del Estado para obtener beneficios políticos, el rentismo se atiene a la característica más resaltante de la inversión capitalista, cuya naturaleza es la reproducción rápida de lo invertido. Rentismo y clientelismo son afines a todos los partidos políticos que han gobernado en la era postrujillista. El clientelismo propicia la inmovilidad social y almacena favores con fondos públicos, que serán luego capital político;  en el rentismo no hay idealismo posible porque es una transacción en la que un empresario invierte en un candidato con probabilidades de triunfo, para luego obtener contratos y otros privilegios de carácter comercial.  Muchas de las fortunas tradicionales dominicanas florecieron al amparo  del poder tutelar de una figura política, cuya financiación esos capitales apoyaron. Santana era él y sus compadres finqueros, Báez no se puede desligar de la industria maderera, Jiménez se expandía favoreciendo a sus amigos comerciantes, y a los gobiernos de Ulises Heureaux se vinculan ilustres prosapias  del parnaso empresarial.

         El salto de corrupción a hiper-corrupción es lo que hemos vivido en los últimos dos gobiernos del Presidente Leonel Fernández. La hiper-corrupción es un fenómeno típico del leonelismo.  Se trata de un salto cualitativo de la concepción patrimonial del Estado,  sociológicamente  observable, que se evidencia en los montos de la acumulación originaria, en los niveles de reinversión del capital proveniente de la corrupción, y en el hecho novedoso de convertir toda la estructura de un partido político en un núcleo económico capaz de competir con el aparato productivo tradicional. ¡Jamás en la historia contemporánea un grupo  había logrado tal nivel de acumulación originaria de capital derivado de la práctica política!  Para ese grupo el oxígeno que significa el Estado es fundamental. Únicamente la hiper-corrupción puede hacer brotar fortunas como las que se han conformado en los últimos ocho años. Únicamente la expoliación del Estado en forma inmisericorde puede transformar la naturaleza política de un grupo social, y convertirla en ariete económico. Es lo que hemos vivido,  es muy fácil apreciar sus consecuencias.

             Y todo ello nos lleva con exactitud casi geométrica a la aparición del fenómeno del Testaferrato. Un testaferro alquila o empeña su identidad, presta su nombre y sustituye al mandante. En términos simples, el testaferro permite encubrir al corrupto y facilita evadir el delito. Dado el hecho de que la hiper-corrupción genera fortunas descomunales que no pueden ser justificadas, el testaferrato brota de manera natural. En “Bahía de las Águilas” un poco más del cincuenta por ciento de los “adquirientes” son testaferros, los apartamentos que repartió el INVI en la Avenida Luperón eluden nombrar los verdaderos beneficiarios designando testaferros. En las obras de construcción del Metro los dueños  de muchas de las empresas que venden bienes y servicios son testaferros. Las concesiones y contratos muchas veces se escamotean con testaferros.  Y no hay como las empresas de construcción cuyas  personerías en esta labor de enmascaramiento, dado el volumen de dinero que se maneja, alcanza variadas modalidades jurídicas.  Podríamos hablar de la manera cómo opera el testaferrato en el campo financiero  para ocultar grandes fortunas provenientes de la corrupción, y de muchas otras ingeniosidades para legitimar lo mal habido. La hiper-corrupción en acto germina muy variadas formas de aparición del testaferro.

 El caso es que la hiper-corrupción ha generado el testaferrato en la sociedad dominicana, y aunque el daño económico alcanza cifras astronómicas, el perjuicio moral en la sociedad no se puede expresar en ningún valor material. El pensamiento se hace de las cosas miradas -decía un pensador-, basta mirar a nuestro alrededor para intuir que el testaferrato convive de manera natural con nosotros, y si a los testaferros los obligaran a llevar máscaras, este país fuera un baile de disfraces.

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