El testimonio como un recurso del culto

El testimonio como un recurso del culto

Son muchas las personas que afirman haberse convertido al Señor después de escuchar un testimonio. En algún tiempo de la historia y vida de nuestras iglesias el testimonio personal formó parte importante del culto. Testificar ha sido una manera de comunicar el Evangelio, de alentar a los hermanos creyentes y, en cierta medida también, un medio de evangelizar a los no creyentes.

El testimonio es un relato de algo acontecido en la vida de un hermano en la fe que puede ser presentando en el culto de forma oral. Debe ser narrado con vida e interés, con soltura y creatividad, sin forzar a lo espectacular ni a lo dramático. Lo acontecido debe ser contado con sinceridad y apego a la verdad. Su contenido debe ser impactante y veraz. Y su conclusión debe conducirnos a reconocer la grandeza y el cuidado que el Señor tiene para nosotros.

Hubo un periodo en que las congregaciones se interesaban por escuchar narraciones, pero con el tiempo este don se convirtió en la excusa para que participara en el culto quien no sabía hacer otra cosa, o quien no estaba preparado para tomar una oportunidad en un momento dado. Así, testificar, que es un don y también un mandato, se convirtió en un relleno del servicio de adoración.

Las congregaciones mantuvieron su apego al formato tradicional y de esta parte del culto se abusó. Algunos hermanos al testificar asumieron una centralidad, un protagonismo que no dejaba espacio para la enseñanza ni tampoco para el reconocimiento de que la gloria de los hechos que merecen ser destacados en nuestras vidas es del Señor. Además, cuando quien testifica no se sabe conducir con tacto y prudencia, toma más tiempo del debido y estropea otras partes importantes del culto.

El testimonio, como solía hacerse hace un tiempo, parece ir perdiendo espacio e interés. De hecho, su auge correspondió a una época cuando predominaba en nuestras iglesias un estilo oral y narrativo. Contar historia era parte de la formación de la gente que comenzó a venir a las iglesias evangélicas a partir de las décadas del cuarenta y cincuenta. Eran en su mayoría personas de bajo nivel académico, pero de gran ímpetu oral y narrativo.

Hasta hace unos quince años en las iglesias estuvieron de modas los testimonios de personas que vivieron vidas escandalosas y tuvieron conversiones dramáticas. Estas personas regularmente narraban la forma en que se encontraron con el Señor luego de llevar una vida de perversión y vicios. No pocas veces, personas que vivieron vidas sórdidas y en extremo viles, llenaron templos para narrar su perverso pasado. Algunos de estos testimonios eran historias espeluznantes y descarnadas que despertaban el morbo y la curiosidad del auditorio. La vida pasada de prostitutas, brujas, hechiceros, narcotraficantes, guerrilleros y delincuentes de toda laya o gentes famosas provenientes del mundo del arte o de la política motivó la afluencia de un numeroso público que en templos y otros lugares seguía con interés estos relatos.

A través de la literatura estas narraciones lograron gran impacto. El más proverbial ejemplo es el famoso libro “Corre Nicky corre” del que se vendieron millones de copias. Actualmente los temas de testimonio escasean en los estantes de las librerías, o por lo menos ya no tienen la demanda de hace algunos años. También el relato de personalidades con vidas escandalosas o espectaculares ha dejado de convocar personas como lo hacía antes.

El relato de las hazañas de los héroe de la fe, como sucedía con otros personajes de la vida secular, constituía un signo de la modernidad. En la vida secular se celebraran las hazañas de hombres legendarios. Nuestra generación sentía admiración por el arrojo y el valor de Tarzan o Wyat Earp, entre otras figuras emblemáticas. Los relatos personales, los testimonios tenían un atractivo en ese entonces. Hoy el espacio de lo testimonial, lo ocupa lo espectacular y estruendoso. La plaza es para artistas que refulgen en la aureola de la fama y hábiles animadores de púlpitos que mantienen en alto la autoestima y anuncian riqueza y poder para todos.

Nuestra sociedad no tiene interés por el pasado. Es una sociedad de lo instantáneo y efímero. El pasado lo disuelve en lo fugaz y sensacional. Si vive el momento de lo volátil y pasajero. Esta agenda de inmediatismo y olvido está influyendo en las congregaciones. Hay que recuperar la fuerza del testimonio, con creatividad, veracidad, concisión, interés humano y sobre todo con brevedad. Se trata de un testimonio sin aspavientos ni protagonismos personales. Un testimonio que ponga en evidencia el interés especial que Dios tiene por cada uno de nosotros.

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