“El tiempo apremia: escribo”

“El tiempo apremia: escribo”

LA NOVELA. La novela será vista como un relato alegórico del régimen franquista, como la crítica furibunda, tremenda, de una España mezquina …

A la memoria de Elsa Expósito

“De pronto, bajo el pie, cruje un desierto con una flor de pétalos punzantes.
Aridez, lejanía, vil vacío.”
Jorge Guillén
Todo empezó el sábado 15 de mayo del 2010 cuando releyendo las crónicas sociales, miré la foto de la celebración de un premio de literatura, un libro ganador y una familia reconocida en su calvario. En el pie de foto, en la hilera de funcionarios y al lado de la homenajeada busqué a la escritora. A la artesana de la palabra, la que recogió los testimonios, los pensó, los elaboró, buscó la palabra exacta para narrar lo atroz, la escriba que le dio forma y contenido. No estaba. Desaparecida. Sin créditos, ninguneada. Nada.
En la primera plana de Clave digital decía que en tres meses habían matado 576 personas, automáticamente incluí entre los muertos a la escritora desaparecida porque como diría Bertold Brecht hay muchas formas de asesinar.
Recordé una carta escrita por Eliseo Bayo a Lidia Falcón, presa por antifranquista, el 17 de noviembre de 1972, en España.
Le escribe dolido por la muerte de la madre, de la escritora a quien sentía como propia. Lidia Falcón estaba presa en la cárcel de mujeres de Barcelona y su abogado le anunció que su madre Enriqueta O’Neill se había suicidado.
Entonces el amigo de militancia y psiquiatra en una larga carta le escribe: “Murió en verdad en 1939, cuando se vio obligada a buscarse seudónimo, cuando tuvo que tragarse la mediocridad, toda la falsedad y todos los crímenes que se cometían entonces. Murió muchas veces a la vez, porque fue traicionada y olvidada por los suyos, porque era de los derrotados, porque era mujer, porque ya antes cuando niña la habían educado torpemente, porque desde la cuna y eso es terrible era mujer. Su vida desde 1939, hasta el miércoles pasado no le pertenecía, ya la habían hundido, mediatizado y negado.
¿Podíamos haber hecho algo por ella? Esa es la pregunta que no me dejará dormir hoy. Trato de justificarme diciéndome que con los muertos o mejor dicho con los asesinados, no se puede hacer nada salvo llevar la protesta y la maldición contra todos los que han hecho posible estas cosas…”

En aquella época Elsa Expósito trabajaba en la revista digital donde yo colaboraba y me comentó la historia. Le respondí: tu nota interactiva cambió mi humor, limpiaste de nubes un día tormentoso. Con tu mensaje cariñoso, recordé y recité de memoria los paraísos perdidos de Borges.

“En aquel Buenos Aires que me dejó, yo sería un extraño/ Sé que los únicos paraísos no vedados al hombre son los paraísos perdidos/ Alguien casi idéntico a mí, / Alguien que no habrá leído esta página/ lamentará las torres de cemento y el talado obelisco”.

Me pregunté, Elsa, cómo tantas veces, pensando en esos paraísos perdidos, lo que nos pasó a las mujeres de nuestra generación. Lo que les pasó a nuestras madres, abuelas, tías, a las mujeres de la familia, las mujeres de nuestra ciudad, las mujeres de nuestros barrios, esas mujeres que se murieron anónimas y enmudecidas, degolladas, sin voz para decir todo lo que de sevicia significa haber nacido mujer.
Hace unos meses releí Nada, de Carmen Laforet.
Todavía sigo dando vueltas y escarbando en ese universo femenino de las mujeres españolas y europeas en el preludio de la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Ese mundo inexplorado, terrible y maravilloso al mismo tiempo que descubrí en el trabajo de curaduría de la exposición fotográfica “Mas fuerte que la muerte”.
Carmen Laforet nació el 6 de septiembre de 1921, en Barcelona. Con apenas 23 años debutó con la novela Nada y ganó el premio Nadal en 1944. Dicen que ese éxito la marcó. Escribió algunas novelas y ensayos, pero su vida estuvo marcada por una infancia triste y ese premio a destiempo. Una vida y un premio que la puso en fuga a pesar del universo cotidiano y tranquilizador de un esposo y cinco hijos.

Su trabajo siempre tuvo una gran carga autobiográfica y eso le creó conflictos con la familia, con el exmarido y agudizó su inseguridad patológica.
Cuando publicó Nada tuvo el rechazo frontal de la familia, sobre todo la paterna. El padre se casó dos veces y ella tuvo una relación traumática con la madrastra.
Cuando se separó de su marido, Manuel Cerezales, éste le exigió que no escribiera sobre la vida en común y los 25 años de matrimonio.
Le hizo firmar por escrito y ante notario la prohibición expresa de escribir de esos años, en clave autobiográfica. Ella aceptó. Solita se degolló. Volvió a fugarse y como escritora agravó la parálisis creativa y minó su libertad como autora. En el año 2004, con la mente ausente por el alzhéimer, murió en Madrid.
Su momento de fulgor y caída al mismo tiempo empieza con la novela Nada, donde cuenta la vida de una joven provinciana, una muchacha de dieciocho años, que llega a la gran ciudad: a la Barcelona mundana y moderna, para estudiar. Pero sus deseos nada tienen que ver con esa España franquista.
Un crítico literario dijo: (…)”Desde que apareció en 1945, Nada fue un exponente de la historia literaria española, una nueva forma de narrar con autenticidad y crudeza las relaciones desabridas, mezquinas, de una familia, pero también la desilusión, la frustración de las expectativas, la ingratitud y el egoísmo. Andrea presenta a sus parientes como personas de gran sordidez y violencia: en el mejor de los casos, gentes extraviadas, seres incapaces de generosidad, individuos para los que es difícil cualquier expresión de afecto o de ternura”.
La novela será vista como un relato alegórico del régimen franquista, como la crítica furibunda, tremenda, de una España mezquina y de aquella posguerra inacabable.
¿Te preguntarás, Elsa, a santo de qué viene este relato de la escritora dominicana desaparecida de los créditos o la muerte a destiempo de Carmen Laforet?
Es porque para mí, ese: ¿”Podíamos haber hecho algo por ella”?
Es como darme vuelta y enfrentar de golpe y rabiosa a ese fantasma de la mujer callada, degollada, sumisa y silenciada que es el libreto estipulado para todas nosotras.
Las de ahora y las de hace 70 años. Dicen que en la España de hoy día no hubo transición, que las complicidades con los franquistas impiden enterrar a los miles de muertos de la guerra civil y de la posguerra.
Te lo pregunto, Elsa, porque eres la dominicana.
¿Tendrá eso que ver con esta realidad plagada de fantasmas, donde conviven víctimas y victimarios, en un Santo Domingo donde 70 años después, “Un desierto cruje, de aridez, lejanía, y vil vacío.”
El tiempo apremia.
Aunque crean que mataron a Trujillo en 1961 y que Franco se murió en 1975 siguen cortando la voz a una escritora y en ella a múltiples escritoras.
Creo, como el sudafricano J. M. Coetze que: “escribes porque estuviste sola en tu infancia, porque no tuviste amor. (…) no escribes gracias a la plenitud; escribimos gracias a la angustia, a la carencia” lo dice en “El maestro de Petersburgo”.
Lo que me anima a escribirte, Elsa, es para decirte que por ningún motivo, aunque muramos muchas veces, aunque nos pongan en fuga, aunque degüellen a nuestras abuelas, a nuestras madres, a nuestra tías, y a nosotras mismas, aunque hemos sido traicionadas y olvidadas por los nuestros, aunque tengamos miedo y un resorte compulsivo nos ponga en fuga, nunca por ningún motivo dejemos de escribir.
Es vital darnos vuelta, encarar al fantasma del pasado y convocar a la polaca Wyzlaba Symborska cuando escribe: “El tiempo apremia: escribo”

Santo Domingo, miércoles 6 de marzo 2019.

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