El tiempo pasa

El tiempo pasa

Nunca pudo alguien imaginarse que el tiempo tuviera tantas formas de ser medido. De repente, los todavía gobiernistas se dan cuenta de cuan cortos pudieron ser los cuatro años de administrar la cosa publica. Por el contrario, a la oposición le parece como si el reloj no caminara porque no ven el momento en que Hipólito y su gente salgan del Palacio Nacional. De una manera o de otra, ya estamos en el periodo de transición en el que unos salen y otros entran. Unos lloran y otros ríen.

Ese lapso es lo que en Estados Unidos se ha dado en llamar el del «lame duck». En traducción literal viene a ser «el pato cojo» o el pato herido». Proviene quizás del hecho de que cuando se organiza una cacería, todos los que tienen un arma a mano tienden a apuntar y dispararle al pato que menos posibilidades tiene de evadir los intentos de aniquilarlo. De ahí que todos los cazadores tiendan a apuntarle al pato más indefenso, el que no puede volar a la velocidad de los demás. Y ese es el caso de los Presidentes que aspiran a continuar en el mando y son derrotados. Verbigracia: Hipólito Mejía. Todos los cañones lo apuntan y él puede hacer muy poco para evadir los disparos de aquellos contrarios que quieren vengarse o los de su propio grupo que tratan de utilizarlo como chivo expiatorio de todos sus abusos. Hasta tal punto es esto cierto que ya el presidente Mejía no es tan tomado en cuenta, regularmente, en los medios de comunicación.

Es tiempo de recriminaciones y deslealtades. Las ratas empiezan a abandonar el barco y la dignidad escasea. La irresponsabilidad es la actitud a imitar. Solo que entonces empiezan las depresiones a afectar a todo aquel que creyó que el poder era para siempre. Pero si los siquiatras se están haciendo la ilusión de que los gobiernistas van a acudir en masa a sus consultorios, están muy equivocados. Eso habría ocurrido si hubieran sido inteligentes y les interesara conocer el origen de sus metidas de pata y por qué han sido desplazados del poder de manera arrolladora. Mas bien, dentro de su síndrome paranoico, ignorarán las depresiones de sus estados de ánimo y buscarán el origen de su malestar en alguna brujería o en cuestiones de mala suerte. Y debido a esa obstinación corren gran peligro porque sus respectivas depresiones los podrían llevar hasta a atentar contra su propia integridad física. Solo hay que imaginarse a aquellos que contaban con escoltas enormes y centenares de soldados a su disposición para cuidarle fincas.

La incertidumbre se ha generalizado entre los que mantuvieron el control de la cosa pública desde el 2000. De repente el futuro que consideraron promisorio se les ha esfumado. La impotencia los agobia y la depresión se hace cargo de ellos. Están en el proceso de volver al pasado y sienten un miedo atroz porque tendrán que pagar un alto precio por sus arrogancias y por los desprecios mostrados. Los horarios de trabajo se han reducido sensiblemente. Ya ni el Presidente de la Republica atiende su cartón. Sólo se piensa en que la retirada sea lo menos dolorosa posible. Los funcionarios ya no quieren ir a la televisión a hablar sus mentiras porque se les acabaron las coartadas. La única salida que tienen a mano es la de aplicar la misma que utilizo Máximo Gómez a fínales del siglo diecinueve en la guerra de independencia de Cuba: la de tierras arrasada con la tea incendiaria. Tienen que saquear cuanto tienen a su alrededor con la esperanza de que a nadie se le haya ocurrido hacer un inventario de los muebles, los terrenos y los vehículos disponibles en las instituciones oficiales. Los trituradores de papeles trabajan a toda capacidad y los desechos son quemados para que no quede huella alguna del paso de Atila. Sólo les queda confiar en algunos amigos en el nuevo gobierno para que no los encarcelen.

Desgraciadamente para los gobiernistas, el pepehache (PPH) no tiene vocación partidaria. Ellos no son organizadores de masas ni forjadores de conciencias políticas sino compradores y manipuladores de votos en tiempos de elecciones. Mejor papel harían contratando mercenarios para acompañar a los norteamericanos en Irak que tratando de configurar al Partido Revolucionario Dominicano (PRD). O lo que es lo mismo decir, ahora que no contarán con los recursos del erario para pagar seguidores ni votantes, caerán en un vacío dentro del remolino de la política nacional que los arrastrará hasta el fondo. Y, mientras tanto, Hatuey se ríe con la muela de atrás.

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