Con frecuencia parodiamos una canción muy conocida por los amantes de la buena música que nos dice “El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejo y el amor no lo reflejo como ayer.´ Verdad irrebatible por lo que no debemos angustiarnos sino darle ¨gracias a la vida que nos ha dado tanto.¨ Y son muchas las personas que debido a su avanzada edad le temen a la muerte cuando deberían darle gracias a la vida. Muchos otros, con un dejo de nostalgia, no dejan de recordar aquellos buenos tiempos de nuestra juventud cuando la vida era otra alejada de tribulaciones y complejidades que nos acosa la modernidad consolándose con el recuerdo de lo vivido en la mocedad, para concluir que “todo tiempo pasado fue mejor”, lo cual no deja de ser una verdad de Perogrullo, porque el tiempo aquel que vivimos en plena juventud no se olvida porque nunca vuelve.
Viene al caso este introito de la interesante novela titulada “La Espía” que he leído de un tirón, vorazmente, aprovechando estos pocos dias de vacaciones que me he tomado alojado en Punta Cana, en casa de mi hija Elka y esposo Andrés Vanderhorst. La obra del reconocido escritor Paulo Coelho, nacido en Rio de Janeiro, Brasil, 1947, autor de más de 200 millones de ejemplares vendidos en el mundo, y libros publicados en mas de 170 países, traducidos en 81 idiomas, habiendo recibido múltiples premios y reconocimientos como el Crystal Award, otorgado por el Foro Económico Mundial, así como el prestigioso título que lo designa Caballero de la Orden Nacional de la Legion d´ Honour, entre otros.
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En su prólogo, el autor nos describe a una mujer singular, conocida como Mata Hari, una doble espía dándonos a conocer la increíble y populosa historia de esta mujer y artista extraordinaria, incansable luchadora, afamada, hermosa, apetecible siempre tentadora y peligrosa, colmada de riquezas, joyas, honores que acaba su vida encarcelada en la celda No. 12 de la prisión de Saint Lazare, que niega el pañuelo que le ofrecen para cerrar sus ojos, siendo condenada y fusilada por un pelotón de soldados poniendo fin a su fabulosa, turbulenta y licenciosa vida.
Y en ese instante final, decide dar término a su vida con un gesto de heroico: rechazando ponerse o que le pusieran en sus ojos una venda para que no viera su trágico fin. Por el contrario, su voluntad es que su muerte sea tan firme y serena como fue su vida, mostrando su valor y su gallardía desafiando con su austera y fija mirada al Presidente de la República que le negó clemencia.
La Mata Hari, vistiendo medias de seda, zapatos de tacón alto, un abrigo de piel que caía hasta sus pies, con un sombrero de fieltro atado a su cuello -para que no se cayera al momento de su muerte- al verse frente al pelotón de fusilamiento, sin miedo, apacible, sin perder la calma, solo pronunció dos palabras: ESTOY LISTA.