El TLC

El TLC

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
En la cocina de casa mamá colgó un embudo que se usaba para los menesteres del hogar. Niño curioso e inquieto, cada vez que intenté introducir el agua por la parte estrecha, hice un mojadero que me costó mis buenos coscorrones. En esos tiempos quise descubrir, y aún no lo he logrado, por dónde le entra el agua al coco. Negado a seguir los caminos trillados, discutí con amiguitos y con mayores sobre cuál fue primero, si el huevo, o la gallina.

Esos y otros recuerdos me asaltan mientras veo, leo y escucho las gestiones de los gobiernos del área en la búsqueda de un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.

Cada vez entiendo menos por qué dicen que la globalización libera el comercio pero hay que suscribir acuerdos que, en muchos casos, atentan contra las leyes del mercado que deben imponer los precios.

Con uno u otro disfraz, la fuerza se ha impuesto a la razón cuando quienes tienen más fuerza necesitan algo de los débiles.

Ahora que China irrumpe como el gigante mundial que es, otros países poderosos tiemblan ante la avalancha de productos terminados a precios que no tienen competencia. Nos quieren amarrar con el acuerdo. Nos necesitan.

Quieren que les compremos al precio que imponen. Quieren que les vendamos al precio que nos paguen.

No es una idea de hoy la del libre comercio. Pero libre comercio ¿para quién?

Si exportamos hacia Europa o los Estados Unidos, los guineos deben tener 8 ó 10 pulgadas de largo, no tener ningún golpe o magulladura y los aguacates deben atorarse en el medidor que determina el tamaño de la fruta.

Nos envían como oro de buena ley cantidad de porquería que desechan en los países desarrollados. Subsidian a ganaderos y agricultores, a industriales y comerciantes y nos imponen que no acudamos a favor de nuestros productores.

Una vez mandaron un aceite de maíz de baja calidad, mezclado con granas nadie sabe de qué. Todo, para ganar más dinero, para satisfacer la avaricia, para burlarse de nosotros. Si hubiera sido al revés, aún estarían hablando monsergas sobre el aceite dominicano.

Mientras necesitaron nuestro azúcar dizque lo compraban a precio preferencial, juntaban nuestro dulce con el sabor de nuestras frutas y nos los vendían, y nos los venden a precios superiores a los que pagan por nuestras materias primas.

La idea de unir América no es de James Monroe, es de muchos pensadores.

Simón Bolívar escribió, buscó, reclamó, señaló la importancia de la unidad de América para enfrentar cualquier tipo de problema.

Mientras los norteamericanos conquistaban el oeste, compraban la Louisiana, se hacían con La Florida, en América grupos con ideas feudales se ocupaban de parcelar minifundios para ser cabezas de ratones.

Europa Unida, China desarrollada, Japón pujante, los tigres de Asia desbordados y nosotros, todavía, intentando echar el agua al embudo por la parte estrecha.

Si no se acuerda en pie de igualdad, ocurrirá lo de siempre: nos engañarán con la razón o por la fuerza, como acostumbran. Dudo que el Tratado de Libre Comercio sea un real acuerdo para mutuo beneficio, un camino de dos vías del mismo ancho, la que va y la que viene. Un tubo y no un embudo. ¡Ojalá esté equivocado! Pero.

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