El Todo

El Todo

Son tan profundos, tan inmensos, más que el Universo…  son infinitos. Los miro y son tan eternos… no hay en ellos principio ni fin. Al mirarlos es como si el cielo, la tierra y el mar pudieran reflejarse en ellos completamente: cada árbol, cada flor, cada criatura, cada ser humano, con su cuerpo, su corazón y su espíritu… Todo puede contemplarse en ellos.

Son más transparentes que el agua más pura y virgen; su esplendor más deslumbrante que la explosiva titánica fuerza de todos los incandescentes soles. El más glorioso espectáculo de luces y colores,  colores tan extasiantes que  trascienden la capacidad humana del placer, colores imperceptibles a las pupilas. Sólo es posible contemplarlos con los ojos del corazón.

En ellos relucen diamantes, toda piedra preciosa y estrellas… son escenario de la más admirable e inimaginable belleza. No hay defecto alguno en ellos, sobrepasan los límites de la perfección. ¿Quién es digno de extasiarse en su inmensurable hermosura? ¿Qué mente podría descifrarlos? ¿Qué manos podrían palparlos?  Fuego, agua, sangre y aceite.

Basta una fraccionaria mirada para olvidarlo todo y perderse irremediablemente en ellos. Y perder la noción del tiempo y  hasta la conciencia de la propia existencia. Basta una sola mirada para sentir que se muere y se nace otra vez, hecho de luz, acabado de plenitud. Para resucitar en un nuevo mundo, indescriptible, más allá de lo jamás soñado, más allá de lo idílico, de lo utópico. Para sublimar toda nuestra existencia y sellarnos en la Santidad del Amor por siempre.

En ellos está la Vida misma y la Gracia que la potencia, todos los tiempos; la historia pasada, presente y futura está grabada en ellos; tallados están todos los nombres y sus hazañas. En ellos está el origen de todo, el misterio de lo que existió, de lo que es y de lo que será;  en ellos está todo el Poder y el Amor, la esencia misma del Creador: en sus ojos.

En ellos se deleita mi alma,  en la majestuosidad y exquisitez de su pureza.

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