El trabajo anónimo del corrector

El trabajo anónimo del corrector

ÁNGELA PEÑA
Los correctores son los héroes tras periodistas, historiadores, escritores. Si no fuera por su trabajo, casi siempre mal remunerado, poco reconocido, quedaría al descubierto el analfabetismo de ilustres burros que apenas saben conjugar un verbo o hilvanar una idea. Estos campeones del estilo y de la forma son los que hacen posible que se pueda leer libros y periódicos sin escandalizarse pues, si los textos no pasaran por su tamiz pusieran en evidencia soberbios disparates que producen autores tenidos por muy sabios.

En «La Página del Idioma Español», que circula en Internet, los correctores de español publicaron un Manifiesto preocupados por la degeneración del lenguaje y por la indiferencia general frente a su trabajo. Contiene realidades que, al verlas, dan la impresión de que los creadores del documento viven en la República Dominicana y se la pasan oyendo ciertos programas de radio y televisión, o las intervenciones de funcionarios, líderes y otros connotados hombres públicos, que dan pena.

Dicen: «Leyendo y oyendo lo que diariamente se publica o se transmite en los medios, la manera cómo se expresan nuestros políticos, los textos infames que llegan a manos de los lectores de cualquier edad, los ofensivos carteles y anuncios publicitarios que nos bombardean con errores e impropiedades de toda clase, resulta chocante que no se alcen más voces para reclamar un mayor cuidado del idioma, algún tipo de control de calidad efectivo de la producción oral y escrita en español, ejercido por las instituciones y organismos que deberían velar por la corrección de nuestra lengua».

Quizá la causa de esa indiferencia, agregan, sea el hecho de que, hoy en día, la lengua culta, la lengua genuina e incluso la lengua apropiada han perdido ya su valor como fuente de prestigio, expresión de elegancia y, desde luego, vehículo de cultura y comunicación. ¿Cómo ha de ser de otro modo si desde altas instancias gubernamentales no se fomenta cosa contraria?, se preguntan.

Señalan que «el cuidado del idioma pasa hoy por las manos de particulares: de lingüistas que ponen todo su empeño en promover el conocimiento y el buen uso del español; de profesionales (traductores, escritores, redactores, editores, tipógrafos…) que personalmente se comprometen con la calidad de sus producciones; y, sobre todo, de nosotros, los correctores, un grupo de personas que seguimos perpetuando, contra viento y marea, un oficio secular hoy marginado y casi olvidado, conscientes de que en nuestra mano está, en buena medida, que un texto llegue a su destinatario de la forma más legible, eficaz y comprensible posible».

«Todo ese trabajo se realiza en muchos casos anónimamente y a duras penas y, en el caso concreto de los correctores, sin reconocimiento ni apoyo académico algunos. Al corrector se le sigue considerando una oscura figura confinada en un taller de cajas o en la habitación más recóndita de una editorial, ignorando con ello no sólo el valor de su trabajo, sino sobre todo sus acuciantes necesidades. Hoy en día el corrector, alejado ya de los medios, de la imprenta y de las sedes editoriales, está condenado a malvivir con trabajos mal remunerados y cada vez más esporádicos. La progresiva falta de interés por el cuidado de los textos lo ha llevado a una situación en la que, para sobrevivir, necesita compaginar su oficio con otras artes», añaden en exposición que este espacio impide reproducir íntegra.

Las firmas recibidas apoyando el Manifiesto son muchas, aunque no tantas como demanda la decadencia del idioma. Tal vez los explotados correctores del patio –aunque hay muchos que ya le han puesto equitativo precio y dado valor al oficio– quisieran sumarse a tan justo reclamo y razonable preocupación. Hay espacio para más signatarios.

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