El tránsito vehicular como sistema semiótico

El tránsito vehicular como sistema semiótico

DIÓGENES CÉSPEDES
Un habitante nocturno, muy peligroso para el conductor, es el ciclista. A veces sin luz delantera o sin el brillo rojo trasero de su bicicleta, que destella en la oscuridad, este fantasma silencioso le pega tremendo susto a quien va al volante. Difícilmente pague impuesto. Quizá no ocurra lo mismo con las carretas tiradas por caballo lleno de mataduras, cargadas de limones, naranjas o víveres. Su conductor ocupa, con paciencia asiática, el carril izquierdo en espera de clientes. Convive junto a este carretero urbano, el triciclero que vende cualquier comestible que sus clientes demandan, generalmente haitianos y dominicanos de la construcción. En las esquinas, un ejército de baldados pide limosnas a los conductores. He visto a una mujer aparecer luego de seis años de ausencia. Tenía en aquella época una niña muy pequeña en brazos. Ahora la niña pide limosna junto a ella. Genética social.

Esta cinematografía convive en el polígono central con las altas torres para demostrarnos que coexisten, en plena modernización de estos enclaves barriales, relaciones precapitalistas (carreta de tracción animal, tricicleros, la miseria medieval) y relaciones capitalistas (sistema financiero, negocios, tiendas lujosas de las grandes avenidas), que el gobierno y los ignorantes confunden con la modernidad.

Ningún agente de la Autoridad Metropolitana (AMET) puede con un tipo de infractor a la ley 241: Es el que, con burla y gran irrespeto a la ley, dobla a la izquierda, aunque haya una señal que lo prohíba.

Un ejemplo nítido de esto es la Tiradentes de sur a norte en la esquina Roberto Pastoriza. Un ejército de oportunistas dobla siempre a la izquierda, aunque una señal lo prohíbe. (He comprobado que tal señal fue quitada o tapada por unas planchas de zinc).

Desesperados, los agentes de AMET les esperan ya, libreta en mano, a cincuenta metros de la esquina. ¿Qué hacen los conductores? Mandados a parar por el agente de AMET, fingen que se detendrán y estacionarán a la derecha. Cuando ya están cerca del agente, emprenden la huida con un acelerón que anestesia al desprevenido agente de tránsito.

Antes había semáforos que indicaban doblar a la izquierda con la flechita verde. Han sido reemplazados por unos que no la tienen. Con señal pintada o no, los conductores doblan a la izquierda, pues lo que no está prohibido, está permitido.

Sin hablar de las patanas, camiones y volteos cuyos conductores, verdaderos Atila modernos, no respetan, en un 99%, las señales de tránsito.

Aquí la vida no vale nada, como dice la canción mexicana. La burla a la ley es la única ley. La permisividad y el relativismo han hecho que en nuestra cultura sociedad «light» el símbolo de la autoridad se haya perdido. Cada quien establece subjetivamente lo que es la ley, la verdad y la mentira.

En esto, la globalización ha tenido algo muy positivo: Los Presidentes, los Ministros y los altos funcionarios ya no son importantes; no simbolizan nada y no le meten miedo a nadie. Si la ley de tránsito no existe para los conductores que caminan diariamente por las calles del país, ¿qué otra ley, incluida la Constitución, tendrá vigencia para ellos? Mientras más se mueve usted en su vehículo por las calles e intersecciones del polígono central, más grandes son las violaciones, los abusos y la violencia. Los otros barrios no han hecho más que copiar lo que sucede en el polígono central.

Mas se le teme en nuestro país a un gran representante de los poderes fácticos que a un Presidente de República. La corrupción y el robo al erario han contribuido a la cualquierización de las altas funciones públicas. La falta de respeto a la ley impide la existencia del Estado de Derecho. La ausencia de cultura política del pueblo le ha impedido hasta hoy constituir una nación y un Estado. Somos una caricatura de los Estados verdaderos, decía Don Américo Lugo.

El irrespeto a la Ley de Tránsito 241 no es más que un caso particular del irrespeto general a cualquier ley. Decía Benveniste que cuando uno solo de los sistemas semióticos en que descansa el equilibrio de la sociedad es suprimido – y la ley de tránsito ha sido abolida – dicha sociedad y el individuo están, temprano o tarde, en peligro de disolución o muerte, digo yo.

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