VÍCTOR GULÍAS
Todos tenemos, de una u otra forma, nuestro círculo de allegados, nuestras gentes, los que comparten afanes, pesares y alegrías con nosotros y son ellos quienes merecen nuestro más afable, fino y considerado tratamiento.
Así, los altos ejecutivos, funcionarios públicos, gerentes privados, ministros y los jefes de Estados, cuentan con su círculo, quienes le asisten en sus diarias responsabilidades. Por poderosa que sea la función que se ocupe, más delicado, respetuoso y considerado debe ser el trato a quienes nos rodean.
Si se trata de una personalidad influyente, poderosa y de éxito, más tolerancia, paciencia y mesura se le demanda, porque la humildad engrandece a los grandes y enaltece a los pequeños.
Podemos, como seres humanos que somos, reclamar, exigir, urgir, pero no importa la prisa, hay que saber mandar, ordenar, disponer. Mientras más urgencia tiene un asunto, más serenidad debe imprimírsele a la orden, al mandato.
Si nuestro círculo se mantiene temeroso, asustadizo, aterrorizado por nuestra forma de mandar o por nuestros constantes enojos, no habrá admiración ni sincero cariño, sino temor, miedo y recelo. Se pueden y se deben decir las cosas, pero sin herir, sin insultar, sin humillar, sin dejar huellas en el alma del allegado golpeado innecesariamente.
La lealtad, la eficiencia, la dedicación, la entrega, la fidelidad va más allá de un salario, tiene que ver con la empatía, con el cariño que se le toma a los superiores tras años de servicios. Entonces, ¿para qué herir sentimientos, si podemos lograr más con buenas maneras?
La dignidad de los que nos rodean no se ultraja. La salud del cuerpo y del espíritu se resiente, se daña, se pierde cada vez que hacemos una rabiaca, cada vez que nos incomodamos, cada vez que impartimos boches a diestra y siniestra. Ese camino, esa actitud, esa forma de ser, no conduce a nada bueno.
En la actividad política, los líderes viven sometidos a constantes presiones, así en la vida empresarial, en las funciones públicas. Ante esa dura realidad, hay que aprender del genio Joaquín Balaguer, que tomaba las cosas con calma, que sabía escuchar a los demás, que era frío y ponderado, no explosivo ni intolerante. La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, ganó el debate a su oponente, cuando le dijo que para ser Presidente había que saber escuchar. Sabía enseñanza. Tú puedes decir no, sin tener que reprochar, sin herir, sin maltratar, menos si se ultraja en público, avergonzando a nuestros allegados.
No se pierde nada, sino que se gana mucho, en imagen y en bienestar, cuando se funciona en armonía, con paz interior, con el rostro sereno y el carácter afable, aunque la muñeca firme. Son las formas, la manera de decir las cosas, cómo se actúa frente a nuestro círculo lo que determina si se alcanzan las cumbres o se vive atropellando a los demás.