El triste ejemplo de Haití

El triste ejemplo de Haití

DARÍO MELÉNDEZ
Las sociedades se orientan y organizan mediante conceptos y criterios que exponen sus más conspicuos intelectuales, o conforme usos y costumbres vigentes en las áreas de mayor influencia. Los dominicanos estamos mayormente influidos por las costumbres prevalecientes en las clases bajas, en el bajo mundo que opera en Estados Unidos. Nuestros emigrantes se establecen en ciudades como Nueva York o Chicago donde impera la mafia, y regresan maleados por esas costumbres.

Malsana influencia que nos llega con todo el sistema delincuencial que caracteriza los residentes en esos predios, mientras los cuerpos de orden se adaptan y siguen las mismas normas, las cuales no ofrecen solución al problema, lo agravan.

Si la libertad fuese el fruto de contiendas bélicas, Haití y Cuba fueran las naciones más libres del archipiélago. Haití fue la cuna de la libertad de la raza negra en todo el mundo, otrora sometida a la esclavitud. Ese país nunca ha logrado mantener como pueblo libre, no por su color, porque hay muchos pueblos negros que disfrutan de libertad, su desgracia se debe al caudillismo. Cuba se precia de ser libre del dominio norteamericano, mientras sufre una dictadura.

Esas condiciones no se presentan en países como España o Francia donde el modus vivendi no propicia mafias ni una policía envuelta en crímenes, mucho menos bandas de delincuentes organizados y protegidos por las autoridades. En esas sociedades no se toleran corrupciones y como los emigrantes dominicanos no se relacionan con esas poblaciones, nuestra sociedad es corrompida por la influencia foránea.

Lo mismo ocurre con el desenvolvimiento económico. En estos países el Estado se tiene como dueño y motor de la producción, siendo en realidad un consumidor improductivo que propicia la circulación de dinero mal habido, porque se obtiene por medios coercitivos y la sociedad ve cómo se adquieren las riquezas y quienes gobiernan viven mejor que quien trabaja y produce, el gobierno sin producir gana más, sin tener que arriesgar ahorros ni bregar con las trabas y restricciones que el régimen impone, autorizado por un sistema copiado de una nación que, por su amplitud y grandes recursos, puede soportar enclaves réprobos e improductivos cuya existencia en sociedades pequeñas conduce al caos.

La arraigada creencia que el presupuesto gubernamental significa y contiene la economía nacional, sostén del comercio y desarrollo del país, mantiene la sociedad pendiente de lo que el gobierno haga y disponga. Un sistema en el cual los recursos no se generan, sino que se obtienen por coacción y sisa, sólo conduce al desorden y la corrupción, es por ello que la vida es tan diferente en otros medios, donde el sistema no se impone desde Nueva York o Chicago.

La política, basada en las dádivas y el soborno, en los tickets para alimentos y en el welfare importado, pretende luchar contra la pobreza mediante la obsequiosa y corrupta compra de voluntades, el desvalido no encuentra medio de desenvolverse, porque el comercio está controlado por el Estado y sólo arrimándose a un político se logra obtener algún medio de vida, debiendo aglomerarse la población alrededor de la fuente de recursos mal habidos que constituye el erario, medio de subsistencia imperante en el país, paradigma de corrupción que paradójicamente se pregona combatir.

Se ha tratado, mediante ley, regularizar los empleos gubernamentales, conforme a las necesidades de servicios que la sociedad demanda, sin que haya sido posible que se establezca un sistema idóneo porque la política echa por tierra toda organización estatal, cambiando continuamente los empleados públicos; las atribuciones no se ciñen a la ley, las establece el clientelismo político, en desmedro de la convivencia social.

El auge de la delincuencia mantiene alarmada la población y se pretende controlar los antisociales mediante la intimidación y el terror que infunde un tropel de policías en las calles, sin tomar en cuenta que la delincuencia tiene su origen en la falta de oportunidades ocasionadas por el acaparamiento de los recursos por un estado que maneja la economía y no permite la libre determinación.

No ha tenido eco el anuncio recién proclamado por Inglaterra, dispuesta a condonar la deuda de los países pobres. No tiene eco porque la política imperante en los países pobres, dominados por el FMI, se fundamenta en favorecer los desvalidos que están acostumbrados por sus gobiernos al proteccionismo y la indigencia, a la dádiva y al regalo, a la irresponsabilidad individual y familiar, porque el gobierno debe proveerlo todo, para eso se le dota de un suculento presupuesto que debe dar para las necesidades del país y cumplir las obligaciones contraídas con organismos internacionales mentores del sistema.

Cuando la sociedad depende de la política, su malsana influencia conduce al caos.

Se impone el reconocimiento expreso de los valores individuales y el repudio público a la perfidia, la simulación y la indolencia.

Seguir el obsequioso camino del proteccionismo conduce al triste ejemplo de Haití.

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