A ritmo de uso, de presencia y de importancia, objetos, personas, formas de ser y hasta palabras, devienen en omnipresentes; se ponen de moda haciéndose nuestras como el colmadón que reina en el barrio pareciendo que hubiese estado allí siempre.
De humildes e incomprensibles, de ignorados y desconocidos, ocultos en la Real Academia, los vocablos pasan a ser inconfundibles, claros e inequívocos para el ciudadano de a pie. Se leen todos los días y en todas partes, mientras van protagonizando conversaciones.
El sustantivo sicario es uno de esos triunfadores, deslumbrante en los medios de comunicación; su significado, asesino a sueldo, es parte de la cotidianidad. Si no, que le pregunten al hijo de Alicia Estévez, Jorgito, cuando preguntó, a sus ocho años, sobre el significado de ciriaco y recibió al instante el regaño de su hermana: ¡bruto, es sicario!. La madre, periodista sensible, alarmada, escribió el pasado 14 de diciembre su artículo Un ciriaco, donde nos recuerda el debut del sustantivo y su tétrica actualidad.
Efectivamente, diez o doce años atrás, aparecía en la televisión Carlos Evertz, profesional de la muerte, reclamando unos veinte asesinatos en su página de servicio como agente de la policía. Para la época, no pocos lectores acudieron al diccionario buscando el significado de sicario, que así calificaban al personaje los titulares. (Por cierto, que al infeliz lo ejecutaron, y colorín colorado ).
Aquí se decía asesino, matón, criminal, matarife, y hasta se comenzaba a usar lo cinematográfico de killer. En la uniformada se utilizaba, y se utiliza, el eufemismo de especialista para nombrar a los agentes diestros en matar por órdenes superiores: hitmen con rangos y charreteras.
Quien hoy no sabe lo que quiere decir sicario es un bruto, como le espetó Laura a Jorgito al errar con lo de Ciriaco. Hoy, las organizaciones que los emplean se han multiplicado, se disputan la clientela ofreciendo baratillos, plazos cómodos y rapidez en el servicio.
Al parecer, la demanda aumenta, disfrutan del apoyo logístico de altas instancias y de la venalidad de la justicia. En otras palabras, es un negocio en pleno auge, que, en el mundo financiero, tendría sus acciones en alta.
Si recuerdo esa palabra, se debe a la tristeza. Deprime lo jodidos que andamos entre homicidas, políticos corruptos, empresarios y religiosos ambivalentes y el canibalismo presidencialista.
Deprime la gasolina cara y el Estado manejado por un gremio de chóferes sin freno. De igual manera, destroza el ánimo la amenaza de seísmo en Santiago, y de catástrofes similares que el descuido nos prepara. ¡No hay antidepresivo que valga!
Como si no bastara, en Haití, inspirados por alguna metresa, eligen a un rapero presidente, esperanzados de que los saque del desastre moviendo la cintura y haciendo, de la improvisación, magia. ¡Mon Dieu!.