El triunfo del fracaso

El triunfo del fracaso

[b]Señor director:[/b]

El féretro tirado por seis caballos era seguido por un séptimo, el del guerrero caído iba sin jinete. Los restos llegaron de California, en el Pacífico, hasta Washington DC, en el Atlántico y mantenidos en capilla ardiente durante dos días.

Retornados a California fueron sepultaron al caer la tarde del viernes, en una montaña con una impresionante vista del crepúsculo sobre el majestuoso Océano Pacífico.

Ese fue el último acto Ronald Reagan, un actor mediocre convertido en líder político. Hoy el aeropuerto nacional en Washigton DC, un portaviones nuclear, un centro de comercio mundial y una montaña llevan su nombre.

Y quieren esculpir su figura en Mount Rushmore, junto a Washington, Jefferson, Lincoln y Roosvelth, e imprimirla en un billete bancario o una moneda.

Burlándose de sus propios errores en público, Reagan contagió su pueblo de humor, optimismo, visión de grandeza y, quizá, de Alzhaimer.

La amnesia colectiva, hasta ahora, es su más importante legado.

La prensa lo elogia como solía hacerlo Pravda, destacando la grandeza e infalibilidad de los jefes políticos Soviéticos. Esa Aperfección@ basada en repetir y esconder errores, no impidió el colapso Soviético, lo precipitó.

Discutamos los errores de Reagan, para no repetirlos.

Osama ben Laden y sus compinches fueron reclutados, organizados, entrenados financiados y armados por la Administración Regan para combatir a los Soviéticos en Afganistán.

Enron, Global Crossing, World Com y otras grandes estafas empresariales, nacieron del «reaganomics.» Sus recortes impositivos redujeron las recaudaciones y aumentaron los deficits fiscales. Regan mismo restableció parte de esos tributos, George Bush padre y Bill Clinton restablecieron el resto.

Reagan exportó la inflación estadounidense a Latinoamérica, de donde importó capitales usando el Fondo Monetario Internacional (FMI) para imponer «ajustes estructurales y corrección de distorciones».

Protestando esas políticas, cientos de venezolanos y dominicanos fueron asesinados en las calles, escribiendo con sangre, el balance negativo en la transferencia de capitales. El gobierno de Reagan entre 1981 y 1989, se conoce como «la década perdida de Latinoamérica.»

«Luchando» contra el comunismo, Regan puso armas y dinero en Angola, Afganistán y Centroamérica. Su «lucha» tenía dos frentes.

En uno Reagan abrazaba a Mihail Gorbachov, jefe del «Imperio Diabólico» soviético, en el otro murieron unos 250 mil centroamericanos. Más de un millón de ellos, refugiados directos de esa Alucha@ reaganiana, hoy vive en Estados Unidos.

Reagan definió al general guatemalteco Efraín Ríos Montt como un hombre «de gran integridad personal». Su gobierno de 18 meses masacró unas 100 mil personas.

El entonces presidente costarricense, Oscar Arias Sánchez, negoció la pacificación centroamericana contra la política de Reagan, y recibió el Premio Nóbel de la Paz en 1987.

En Sudáfrica el Obispo Anglicano, Desmond Tutu, definió la política de Reagan hacia su país como «inmoral, demoníaca y totalmente anti cristiana;» recibió el Premio Nóbel de la Paz en 1984.

La Administración Reagan convirtió a Centroamérica, Afganistán y Angola en la mayor plantación de minas anti-personales del mundo. La Madre Teresa de Calcuta y la Princesa Diana dedicaron sus últimos años a luchar por removerlas.

En Angola Reagan apoyó a Jonas Savimbi, responsabilizado por Naciones Unidas a la muerte de unos 300 mil niños. Sus minas antipersonales mutilaron a tantas personas que Angola instaló una fábrica de brazos y piernas artificiales, pero a Savimbi no le gusto eso y bombardeó la fábrica.

Venderle armas al enemigo, como Reagan le vendió a Irán, jugándose la vida por ganancias económicas, es encarnar el espíritu mismo del capitalismo. Por eso salió airoso del escándalo Irán-Contras.

La historia no lo absolvió, aunque así parezca, porque los veredictos históricos imparciales se emiten por lo menos dos generaciones después del hecho juzgado.

Reagan tiene el mérito de convertir la mediocridad artística en brillantez política, demostrando que en esencia todos los politicos son actores frustrados.

Reagan inventó el triunfo del fracaso.

Atentamente,

J.C. Malone

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