El Trocadero quedó en la memoria como el símbolo más hermoso, frecuentado, acogedor y de mayor atracción de la capital dominicana.
Inaugurado el 12 de diciembre de 1942, atrajo hacia su idílico local de la avenida Mella esquina “José Trujillo Valdez” (Duarte) a todas las clases sociales del país, pero la aristocracia comenzó a frecuentarlo en 1949 porque antes había sido “refugio de maleantes y de mozas de mal vivir”, según un extenso artículo publicado en La Nación del 12 de febrero de 1949.
Este cambio se produjo, decía, al asumir la administración Luis Cepeda, padre de la cantante Luisita Cepeda, una celebridad que se presentaba en la radio y actuaba en los teatros más resonantes de la entonces “Ciudad Trujillo”.
En esa nueva etapa no se permitía la presencia de personas “de dudosa reputación”. La policía y la sanidad estaban atentas, y “la seguridad que ofrece el nuevo administrador para el imperio del respeto, son las garantías sobre las cuales El Trocadero se está troncando en un lugar preferido por las familias y por las personas de prestigio de nuestra sociedad”.
A pesar de que en la avenida Mella estaban los bares, cafeterías y restaurantes de Rafael Castillo G., Parmenio Fong, Juan José García, Hungría y hermanos, William Joa Hermanos, Roberto Lee y hermanos, Paliza, Danilo Pimentel, José Wong y la tradicional La Cafetera (en la Mella 1), El Trocadero, que en otra de sus épocas de esplendor fue regenteado por Miguel Alma, era el lugar donde comenzaban y terminaban todos, porque no solo se ofrecían exquisitos manjares si no las cervezas más frías, jugos, pasteles, bizcochos dulces, empanadas, cigarros, cigarrillos…
Se presentaban orquestas y cantantes, se transmitían las carreras de caballos, programas de humor, homenajes a artistas y se reunían allí periodistas y poetas a comentar y leer sus obras más recientes.
“No es solo el Trocadero un sitio para beber y comer exclusivamente. En su agradable recinto, que ha sido hermoseado últimamente, se reúnen diariamente distinguidos hombres de letras que llegan allí para mantener una “peña” literaria de la cual surgen espontáneamente progresivas iniciativas y fecundas trayectorias de carácter cultural”.
Periódicos y revistas de esos tiempos no dejaban de ponderar El Trocadero que, además, anunciaba sus atracciones y ofertas.
El aplaudido crítico Pedro René Contín Aybar lo inmortalizó en el Listín Diario el ocho de noviembre de 1972, después de su desaparición, asegurando que hubo dos cafés con el mismo nombre y que el primero era el de la avenida Mella. El otro estuvo en la Palo Hincado, frente al Baluarte.
El de sus mejores recuerdos era el de la avenida Mella ya que “se convirtió en habitual de los periodistas que trabajaban en La Nación”. Él era miembro de los llamados “lunáticos” del Trocadero, porque acudían los lunes.
Asegura Contín que después de encontrarse en celebraciones hogareñas, la juerga terminaba en El Trocadero.
El famoso fotógrafo “Conrado” también dejó a la posteridad bellas fotos de este histórico sitio, bordeado por frondosos y verdes árboles cuando las avenidas donde se encontraba lucían una tupida isleta en el centro. Forman parte del patrimonio del AGN.
Regia inauguración. El 14 de diciembre de 1942 el periódico La Opinión ofrecía la noticia de la inauguración de el «Trocadero”, dos noches antes, “un establecimiento de atracción, al aire libre, que ocupa uno de los sitios más frescos de la capital”.
Villa Francisca lo acogió con júbilo en medio de ininterrumpida música bailable, presentaciones de cantantes y actores que se escucharon por la emisora HIZ, animados por Héctor J. Díaz.
Era el único bar restaurante que permanecía abierto las 24 horas. Tenía áreas al aire libre y techadas para que la lluvia no detuviera las fiestas.
Típicamente dominicano, “allí se puede escuchar a toda hora la música genuina de nuestra tierra: el merengue, el jaleo, la criolla, la canción romántica que siempre mantiene el cetro en la preferencia de nuestras gentes”.
Cuando no había artistas en vivo la música surgía “mecánicamente desde una moderna grafonola dispuesta siempre a satisfacer todos los gustos”.
Entre los artistas homenajeados en el Trocadero estuvo Eduardo Brito, “el gran barítono dominicano” a cuya música se daba preferencia. El reconocimiento se realizó el cinco de enero de 1949, aniversario de su muerte.
Todos los domingos se impulsaba el hipismo desde el Trocadero y los amantes de las carreras de caballos iban allí a “orejearse” y darse “líneas”. Vendedores de billetes de la Lotería, limpiabotas, deportistas, se agrupaban a “sellar» sus papeletas del hipódromo.
El Trocadero manifestaba orgulloso que no contrataba artistas extranjeros, “prefería” y “protegía” a los criollos.
En sus comerciales anunciaba jugos de lechosa, zapote, guanábana, naranjas, granadillo, coco de agua, limón dulce, limón agrio, toronjas, “morir soñando”, champola, Cocomalt (frío o caliente), Watkins (frío o caliente), majarete, arroz con leche, pastelitos, leche batida, café, café con leche, cocido especial de pollo, cocido de pata de vaca y sus cervezas frías a 38 centavos la botella.
Se esfumó. En principio se anunció que el Trocadero pertenecía a Casa Barnich- ta, C. por A. y ofrecía extenso surtido en tejidos, efectos de caballeros, damas y niños.
Estando en la avenida Mella pasó a ser restaurante, bar, emisora, centro de espectáculos.
Pero su esplendor se fue apagando hasta que el nueve de agosto de 1960, Guido Gil firmaba en El Caribe la misteriosa crónica de un conflicto jurídico sobre el alquiler de El Trocadero.
El Trocadero “ha venido a constituir un punto de convergencia entre herederos y la cónyuge superviviente del dueño del mismo, y el comerciante Miguel A. Alma, quien pide RD$12,000. de indemnización por no otorgársele el derecho de realquilar el inmueble después que se levantó allí una nueva edificación”, expresaba.
El caso con todos los protagonistas fue presentado en esa reseña.
Ya el 28 de abril de 1959 el Consejo Administrativo del Distrito Nacional había declarado peligro público al célebre Trocadero porque afectaba “el desarrollo y el embellecimiento de Ciudad Trujillo”. Era descrito entonces como un inmueble construido de madera y zinc, “propiedad de Suc. Miguel Ángel Recio ocupado por Salvador E. Pérez, Miguel Alma, Luis M. Torres y Grullón Radio”.
Determinaron observar la destrucción total del inmueble, ya que constituía “una amenaza para la seguridad de sus moradores, vecinos y transeúntes”.