El trono exquisito

El trono exquisito

El talento nunca ha sido garantía de rectitud. Desafortunadamente, una franja se levanta desde la cúspide del conocimiento, mal entendiendo, que la formación constituye materia prima de licencias con vocación de enjuiciar al resto y, a la vez, amantes de silenciar excesos exclusivos del clan exquisito, históricamente promotor de la idea de que contra ellos nunca llegará el brazo justiciero.
Cuando Víctor Garrido defendió la posibilidad de incorporar a Trujillo en el patriciado nacional obró como una rata. Es a Emilio Rodríguez Demorizi que se le asigna el testimonio de Peña Batlle a favor de sustituir la tríada insigne por la combinación Duarte-Santana. Ángel del Rosario, con perversa intención, tituló de exterminación añorada, un texto que establecía diferencias entre la negritud nuestra y la de los vecinos haitianos. Ortega Frier desarrolló la “defensa” de la matanza de 1937 hasta asumir una cuota de responsabilidad pública. Años pasan, y reiteran la fatalidad de tantos exponentes del síndrome de hacerse gracioso frente al poder y abusivo con los débiles.
Afortunadamente, todo no está perdido. El episodio de consistencia siempre servirá de referente ante los indignos. Viriato Fiallo y Antinoe Fiallo, resistieron por tres décadas porque para éstos, la coherencia trazó su ruta de vida desde que en la Unión Patriótica Revolucionaria se cobijó la visión intelectual con sentido cuestionador en capacidad de interpretar lo que se veía venir. Una manifestación de la gran tragedia nuestra reside en el criterio del “que no transa, no avanza” porque el sentido del éxito se fundamenta en la perversa noción de renunciar a valores esenciales y buscar por todas las vías el trono exquisito.
Pocos entienden las reversas argumentales y episodios indecorosos. Eso sí, tantos saltos concluyen en el mismo lugar: conectarse al presupuesto y sus ventajas. Y desde años, un sector de la inteligencia nacional aprendió a transitar los recovecos de la institucionalidad que, en el discurso pretende frenar horas de deshonor, y en el terreno práctico representa la preservación de privilegios de siempre con un blindaje aparentemente ético que no resiste un simple cuestionamiento.
Hemos avanzado, pero no existe un sector que exprese el régimen de hipocresías de manera exquisita como la justicia. La retórica presume lo que se hace y en el fondo su realidad es que sigue dejando hacer lo que cuestionaba. De inmediato, el asombro e “indignación” de los que se sienten desmantelados al verificarse una sencillez aparente que sirve para estimular su procaz y altanera soberbia. Tengo en mi poder, el contrato de prestación de servicios de fecha 01-06-2015 asignado por el Tribunal Constitucional a un abogado para la representación ante el Tribunal Superior Administrativo (TSA) del juez-presidente como resultado de un recurso interpuesto por la Fundación Primero Justicia, en ocasión de un amparo de cumplimiento. Aparenta un hecho simple, pero entendía que el talento incorporado en la nómina de la institución debía servir para la defensa jurídica de cualquier miembro de esa Alta Corte. Además, llama la atención y pone en tela de juicio la integridad del titular del órgano porque jamás plantea su inhibición en procesos en el tribunal que preside, cuando el profesional del derecho contratado para su defensa, postula en representación de sus clientes en el TC.
Desde el trono exquisito de cualquier instancia poderosa tiende al rechazo de normas y procedimientos que procuran la transparencia. Recibí con espanto, el acto de alguacil 612/181 del 29 de octubre del presente año donde el Tribunal Constitucional, alegando que mi requerimiento a información pública amparada en la ley 200-04 genera “daños y afectaciones al derecho a la intimidad”. El intento de no entregarme la documentación respecto a contratos de servicios lo único que retrata es el miedo y perturbación de oficializar datos en capacidad de evidenciar el régimen de complicidades existentes en una Alta Corte que presumíamos era sinónimo de decencia. ¡Pero qué va!
Cuentan que a Benito Juárez se le conoce la broma de: “A los amigos, justicia y gracia. A los adversarios, la ley”. ¿Acaso seduce esa lógica de actuación al exquisito magistrado constitucional?

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