El trujillato está paseando

El trujillato está paseando

ÁNGELA PEÑA
Los dominicanos fueron protagonistas, autores, testigos, héroes y villanos en La Fiesta del Chivo, la novela de Mario Vargas Llosa que causó tantos disgustos y recibió el desprecio de una gran parte de la sociedad que se sintió humillada, apocada, difamada, avergonzada y ultrajada por su autor porque no la vieron como ficción sino como historia de acumulos bochornosos y hechos supuestamente acomodados. El libro convocó en foros y tertulias a historiadores, trujillistas y antitrujillistas, que la censuraron airados y condenaron a los informantes criollos del escritor peruano, considerándolos cómplices de lo que calificaron como infamia.

Pero a esos debates acudieron también otros intelectuales que glorificaron el ejemplar como obra maestra de la narrativa, descartando totalmente la realidad pese a los nombres y situaciones ciertos, nunca antes puestos al descubierto con la crudeza con que los expone Vargas Llosa. El país estuvo estremecido durante un tiempo en que La fiesta del Chivo fue el plato de todas las conversaciones. Los artículos se sucedieron en la prensa. Las librerías hicieron su agosto.

La novela ha sido llevada a los escenarios con bombos y platillos, pero en el extranjero, aunque la República fue el amplio espacio de su desarrollo en treintiun años de tiranía y los hombres y mujeres del patio fueron los verdaderos actuantes en sus papeles de víctimas, verdugos, alcahuetes, adulones, calieses, sicarios, torturadores, cornudos, opositores, sumisos o valientes. Compatriotas residentes en Estados Unidos tuvieron la oportunidad de verla el 27 de febrero de 2003 en un montaje del grupo Repertorio Español de Nueva York. Ahora el trujillato de Vargas Llosa se pasea por el teatro Sucre, de Quito, bajo la dirección de Ali Triana, reconocido cineasta y director de teatro colombiano. Carlos Barbosa, experimentado actor de cine, teatro y televisión representó al «Jefe» y al papá de Urania, en un papel dual, mientras que Ana Soler fue la hija del famoso senador del sátrapa en una escenografía de hierro, con iluminación de luces contrastadas, rojas y negras, según informó el periódico El Universo.

Al día siguiente, El Comercio reseñó la exhibición: «Urania Cabral está seca, como la patria que recuerda sumida en la tiranía de un monstruo que busca el poder. Durante más de dos horas el monstruo paseó sobre las tablas, firme en el horror que esparcía por el escenario. Varios cercos de barrotes metálicos levantaban en la caja negra del teatro una cárcel lúgubre que aprisionó a los actores, víctimas y victimarios del terror vivido en República Dominicana bajo la sombra del dictador Rafael Trujillo».

Dice que Soler «encarnó el dolor convertido en odio que, después de 35 años, paró a Urania Cabral frente a su padre». Y del que hizo del Generalísimo comenta: «Se desdoblaba, en el megalómano Trujillo y en el enfermo Agustín Cabral que entregó su hija de 14 años a las manos del dictador». Expresa El Comercio que «personajes desbordantes de toda esa rara mezcla de actitudes, sentimientos y contradicciones que dan forma a la conciencia de los seres humanos, reconstruyeron los últimos años de esa inmensa obra de teatro tragicómico que constituyó en sí la dictadura de «El Chivo».

Aquí los productores de la película desencamaron parecidos con los bellos amiguitos de la cofradía de Ramfis, la sin par Angelita, la arrogante María Martínez, el todopoderoso Benefactor, entre otros personajes de la «Era». Pero filmaciones, contrataciones, búsquedas, vestuarios, estuvieron rodeados de seguridad, impedimentos, misterios. Ya los productores recogieron sus bártulos. ¿Por qué no se habrán interesado los criollos en llevar a las tablas la popular Fiesta del Chivo? En el país, muchos de esos personajes abochornados tienen dolientes. ¿Será miedo a ofenderlos la causa del desinterés en adaptarlo?

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