El trujillismo que no desaparece

El trujillismo que no desaparece

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Antes de ayer se conmemoró otro aniversario de un hecho histórico ocurrido hace 45 años, que marcó el inicio de una transformación política y social de la sociedad, la cual todavía perdura en su gestación, pues aspectos muy negativos de la dictadura están enraizados en el comportamiento de los dominicanos, que por obra del destino y del amiguismo, llegan a ocupar posiciones dirigenciales en la vida nacional.

El 30 de mayo de 1961 culminó un proceso, que si bien estuvo lleno de improvisaciones y casualidades, fue mucho mayor el arrojo, valentía y decisión de un grupo de hombres, que cansados de los desprecios a que fueron muchos sometidos por Trujillo o sus secuaces, optaron por la fórmula final de la eliminación física de un hombre que había encarnado por 31 años la ley y el orden, como reza el lema de la Policía Nacional.

La dictadura de Trujillo llegó en momentos que el país comenzaba a debatirse de nuevo en el umbral del caos de la montonera, cuando todavía perduraban algunos de esos caciques, que en base a su valor y su ejércitos particulares, imponían condiciones a los gobiernos de turno con tal de estar tranquilos exigiendo recompensas del presupuesto o la administración de aduanas lucrativas para hacerse dueños de comarcas para disfrutar de las prebendas. Estas eran impuestas por el temor que generaban en la sociedad y que fueron motivos de la ocupación norteamericana de 1916.

En 1930, los aprestos continuistas de Horacio Vásquez llegaban a su fin, por el pésimo estado de salud en que se encontraba y por el surgimiento de una nueva fuerza, que pacientemente, por espacio de unos 10 años, había venido labrando su nombre como hombre de armas y decidido a todo, que al ser entrenado y formado por el ejército estadounidense, asimiló muy bien las reglas de disciplina y orden que imponían esas tropas a sus hombres y más cuando llegaba a rangos elevados. La ceguera política de Horacio Vásquez arropada por sus acólitos, lo precipitó en el vendaval de la historia en donde nunca ha sido juzgado correctamente, dejando su nombre en la penumbra de las ambiciones, que tapaba su hombría de bien y sus preocupaciones por lo que creyó era lo mejor para el país.

El desarrollo del régimen de Trujillo, desde aquel lejano 1930, está fresco en la mente de los que nacimos antes de 1950, y vivimos nuestros primeros años bajo ese régimen, que nos amoldó a comportarnos de manera casi sumisa. Esa conducta es responsable, de que al desaparecer la dictadura, no supimos asumir el rol que la historia y la sociedad nos tenía asignados, para rehacer el país bajo un régimen democrático. Esas dudas y temores atávicos fueron muy bien aprovechados por los formados a imagen y semejanza del dictador, acomodados a los usos y costumbres de esa dictadura. De esa manera agitaron para que el disfrute del poder aparentemente se hiciera más democrático y estimularan esas aspiraciones secretas sembradas en casi cada dominicano, que como se dice, lleva un Trujillo en su interior.

Los pasados 45 años han estado marcados por hechos notables de crecimiento y progreso de la sociedad, pero al mismo tiempo se han registrado los hechos impunes que se cometieron y se cometen en contra, no sólo de los recursos públicos, sino los cometidos al amparo de la empresa privada donde la explotación a los consumidores, amparados en precios protegidos y establecidos para el máximo beneficio, ha hecho casi la vida imposible en el país, no sólo por los apagones, las presiones tributarias, la delincuencia, sino por el afán de lucro desmedido de los empresarios que buscan lograr el máximo beneficio en su primera incursión en el mercado. La espada de Damocles sobre los bancos casi siempre en problemas de encaje es la mejor muestra de las ambiciones y el afán de lucro de los empresarios.

La eliminación física de Trujillo, aquel 30 de mayo de 1961, culminó todo un proceso que vivía el país ante el deterioro de un régimen, no sólo por las condiciones físicas del dictador que iban empeorando a la carrera, sino por el grado de crueldad que se había desatado entre los secuaces más destacados del régimen, donde ya no había compasión por los desafectos a la dictadura, que en noviembre de 1960, había culminado con el asesinato irracional de las hermanas Mirabal, que por su entereza y coraje, les estaban demostrando al país cuál era el camino de la redención patriótica. Ellas representaron en su momento los más hermosos ideales de una causa muy idílica, sin profundizar en la crueldad de un régimen que estaba acosado y rodeado de un continente que repudió lo que ya se había cometido en contra del presidente venezolano Rómulo Betancourt.

Pese al tiempo transcurrido del ajusticiamiento de Trujillo, las lecciones no han sido asimiladas por los dominicanos, que persisten a diversos niveles de imitar sus métodos en el ejercicio del poder para sus egos encumbrados por el lambonismo, o por un grado de corrupción impune donde se arrasa con los recursos públicos y privados.

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