Posiblemente, el líder que conducirá una eventual transición en Cuba no sea ninguno de los hermanos Castro. Será el designado segundo hombre del Gobierno cubano, Miguel Díaz Canel Bermúdez. Ya hasta lo llaman el tsarévich, aquel término eslavo que en los tiempo del imperio ruso se designaba al primogénito del Tsar y heredero al trono. Desde febrero del 2013 es el primer vicepresidente del Consejo de Estado de Cuba, el primero que alcanza esa posición que nació después que la revolución triunfara.
Dado el caso que el reloj biológico avanza con respecto a los Castro, es evidente que el flamante vicepresidente sería el vehículo para negociar una transición que entre otras cosas envuelva un acuerdo económico y político con los Estados Unidos.
Cuba había tenido otros “herederos” de la misma generación de Díaz-Canel, como es el caso de Robertico Robaina, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque. Todos ellos, caídos mientras seguían esa misma ruta acusados por Fidel de haber sido tentados por “las mieles del poder”.
Díaz-Canel entiende la transición como la construcción de un “socialismo próspero y sustentable”, según él, “esa es la meta del Gobierno, además de la traducción retórica de las reformas al aparato económico y de las políticas sociales puestas en marcha por Raúl Castro desde el año 2008”.
Cuando se conoció su nombramiento como el segundo hombre de Cuba, Raúldijo: “el compañero Díaz-Canel no es un advenedizo ni un improvisado”. En efecto, su hoja de servicio lo aleja de los dirigentes-probetas que el general-presidente detesta. Desde que sustituyó hace más de un año al octogenario José Ramón Machado Ventura, se ha convertido en el altavoz de la política dentro y fuera de Cuba.
Díaz-Canel, de sólo 52 años, es ingeniero eléctrico, fue profesor universitario y sirvió en las Fuerzas Armadas. Su carrera política comenzó en Villa Clara, donde fue primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas (1987) y luego primer secretario del PC (1994). En el 2003 fue promovido al Buró Político del Partido y en 2009 fue nombrado por el Presidente, Ministro de Educación Superior. Así llegó a ser uno de los cinco vicepresidentes del Consejo de Estado en el 2012 y a partir del año pasado, el número dos a bordo.
Hace dos años escribí aquí mismo, y lo repito ahora, que ya es hora de que Estados Unidos normalice las relaciones con Cuba, dado el caso que ese país no representa ya una amenaza a la seguridad de esa nación. Mantener el estatus de embargo y aislamiento no conlleva a ventajas políticas ni económicas para Washington. Tampoco esa política contribuye al restablecimiento de la libertad del pueblo cubano. Al contrario, el aislamiento fortalece al régimen autocrático de esa isla y es usado como excusa para no implementar las reformas necesarias.
La mayoría de los analistas políticos, erróneamente creen que levantar el embargo es una potestad del Presidente de turno de los Estados Unidos. Nada más falso que eso, esa acción es una responsabilidad del Congreso, pues en 1996 los legisladores aprobaron la ley Helms-Burton, la cual, no sólo extendió el embargo a corporaciones extranjeras para hacer negocios con la isla y obligó también a la administración de turno no apoyar el reingreso de Cuba al FMI, sino que también arrebató a la Casa Blanca el poder de levantar el embargo, traspasándosela a ellos mismos.
El lunes pasado, un amplio abanico de personalidades – más de 40 – le escribió una carta al Presidente Obama para que atenúe el embargo a la isla. El presidente podría acceder a esa petición mediante órdenes ejecutivas, esquivando al Congreso.
Otro inconveniente para acelerar la apertura con Cuba, tiene como epicentro el Capitolio en Washington; existe una “guerrita media tapada”, que consiste en que, algunos empresarios cubano-estadounidenses quieren un arreglo con Cuba, pero a la vez, en el Congreso Federal, legisladores de origen cubano enquistados en posiciones de poder, se oponen. Hasta intrigas para hacer saltar algunos de ellos se han diseñado e implementado, por lo que todavía ese pleito está latente. Lo interesante sería saber, -pues no está muy claro todavía- ¿De qué lado, se inclina en esta controversia la Casa Blanca?