El último adiós para una madre buena

El último adiós para una madre buena

MAURO CASTILLO
El día 3 de mayo del 2005, bajo el sol radiante de las 11 de la mañana,  acudí a leerte este breve escrito que sale de lo más hondo de mi corazón agradecido como ha sido mi costumbre durante tantos años, el último domingo de mayo al celebrar junto a ti El Día de las Madres. Recuerdo que los dos nos sentábamos frente a frente en el sofá de la sala y luego de entregarte mi regalo, te leía como un poeta a su enamorada, las palabras más loables que puede decir un hijo a su madre ejemplar, a una madre inolvidable como has sido tú.

Pero hoy por una decisión divina, por la voluntad de Dios, debo hacerlo al inicio de este recordado mes de mayo ante tu cuerpo inerte que le ha llegado la hora de venir a descansar a este camposanto de la Avenida Máximo Gómez, pero tu alma volará e irá a posarse al lado de la diestra del Señor, puesto que él sabe que ya tú cumpliste tu sagrada misión maternal como una excepcional madre tan virtuosa como amorosa de sus hijos y de sus semejantes. Todos tus hijos estamos satisfechos y orgullosos de las tantas cosas que nos proporcionaste, especialmente tu tierno amor y tu incansable labor educativa que hicieron de nosotros hombres y mujeres ejemplares al exhibir conductas responsables e idóneas. Solo nos queda el desgarrador dolor de no poder volver a escuchar tus consejos sencillos y fáciles de comprender pues siempre fueron muy adecuados a inteligentes.

Adiós madre querida, tú que formaste parte de esa gran mayoría de madres dominicanas, que yo siempre he llamado las heroínas de nuestros hogares como lo han sido también tus 6 hijas que están aquí presentes con excepción de Candita, ida a destiempo y que en este momento ya está a tu lado dormida en la paz del señor.

Te prometemos seguir tu modelo de vida excepcional que nos enseñaste, pues aprendimos así los dos pilares básicos que decía el gran maestro del inconsciente humano S. Freud, que debía poseer toda persona, para ser catalogada de emocionalmente madura, equilibrada y exitosa, sencillamente tendría que aprender las dos conductas más trascendentes en cada ser, que son: saber amar y trabajar.

A pesar de la dolorosa frustración que nos crea tu partida, nos sentimos satisfechos por los valores morales y espirituales que caracterizan nuestra personalidad y que sabremos transmitir con el mismo esmero con que tú lo hiciste, a nuestros propios hijos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas