El último día del presidente Bosch

El último día del presidente Bosch

Fabio Herrera Cabral, de 55 años, viceministro de la Presidencia, aprovechaba el feriado de Las Mercedes para compartir en su casa con unos amigos periodistas, cuando recibió una llamada de Bosch, que a esa hora, las cuatro de la tarde, se encontraba en su despacho, trabajando como un día normal. El mandatario quería que Herrera enviara en su nombre un telegrama al presidente de México, solicitando el envío de técnicos petroleros al país. Este era uno de los acuerdos alcanzados durante el reciente viaje del Presidente dominicano a la nación azteca.

El viceministro no volvió a tener contacto con Bosch hasta las 10:30 de la noche, cuando recibió otra llamada, ésta del coronel Calderón, reclamando su presencia inmediata en el Palacio. Herrera residía  cerca  de la Presidencia, por lo que llegó   en  minutos.

Bosch estaba rompiendo unos papeles y tenía algo escrito de puño y letra sobre su escritorio, cuando Herrera hizo entrada en su despacho.  Bosch le preguntó si podía ayudarle haciendo un decreto. El viceministro le respondió que si era necesario podía hacer llamar al Consultor Jurídico.

– ¡No, hazlo tú!–, le ordenó.

Se trataba de una disposición destituyendo a un oficial de la Fuerza Aérea, cuyo espacio para el nombre debía quedar vacío. Herrera fue a la Consultoría Jurídica, tomó papel de cabecilla del Presidente y en su oficina, él mismo, mecanografió la medida. Cuando llevó el papel ante Bosch éste le dio el nombre del coronel Elías Wessin y Wessin para que llenara el espacio en blanco.

Bosch inició una conversación para saber si él había asistido esa noche a la recepción en honor al vicealmirante Ferrall, a lo que respondió negativamente. En esa fiesta, dijo Bosch, se había estado conspirando.

Herrera quiso aprovechar la oportunidad para analizar con el Presidente los efectos del decreto. A su juicio era un error. Bosch quería saber ¿por  qué lo era? Herrera sugirió un traslado, porque la destitución de esa manera  podía malquistarle con los mandos de las Fuerzas Armadas.

– De modo que el poder presidencial tiene sus limitaciones.

– Sí, señor Presidente, especialmente si es alguien como usted, respetuoso de las leyes.

– Entonces, no debo seguir siendo Presidente si tengo esas limitaciones.

Acto seguido, se inclinó sobre el papel que estaba escrito de su puño y letra y estampó su firma. Era su renuncia, que comenzó a leer a Herrera, en momentos en que entraba el coronel Calderón, quien se quedó de una pieza, de pie, escuchando, después de lo cual salió para regresar al instante acompañado del general Viñas Román. Bosch volvió a leer el escrito de una sola página y Herrera musitó a Viñas que “esto no puede permitirse”. El ministro le susurró: “Tú sabes que este hombre es muy terco”.

Los momentos siguientes fueron decisivos para la suerte del régimen inaugurado hacía siete meses, el 27 de Febrero de 1963. Al despacho del Presidente fueron llegando ministros y colaboradores. Cerca de la medianoche estaban ya los jefes militares que él había citado. Los civiles fueron invitados a abandonar el salón y Bosch se encerró con Viñas y los jefes de Estado Mayor del Ejército y la Marina.  Otros altos oficiales esperaban ansiosos en el otro extremo del edificio.

El general Miguel Atila Luna Pérez, jefe de la Fuerza Aérea, estuvo gran parte del día en una pequeña finca de su propiedad en Manoguayabo, donde, a través de una llamada por radio, fue enterado de que tenía lugar una importante conferencia del mandatario con los demás jefes militares. Luna dio inicial credibilidad a las versiones de que estaba teniendo lugar una confabulación contra su cuerpo, con el apoyo de las otras ramas, para destituirle. Fue inmediatamente a la base aérea y estableció comunicación con Viñas Román, quien le confirmó que tenía lugar, en esos momentos, una reunión de jefes de Estado Mayor con el Presidente.

– ¿Entonces yo no soy más el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea?

– Sí lo eres-, se apresuró a contestarle Viñas.

– ¿Y entonces?

– ¡Ven de inmediato a la reunión!

Luna le dijo que en esas condiciones no iría y el ministro insistió diciéndole que Bosch estaba decidido a sacar a Wessin de las Fuerzas Armadas. El jefe de la Fuerza Aérea, que estaba molesto por la cancelación en julio del mayor Rolando Haché y del capellán Marcial Silva, respondió que no aceptaba esa imposición. El problema era delicado, comentó Viñas, ya que el Presidente estaba dispuesto a renunciar si no lograba destituir al comandante del CEFA. Luna le dijo:

– Renunciar no, ¡preso!

Y entonces decidió enviar, en su lugar, a dos altos oficiales, los coroneles Antonio Alvarez Albizu y Guarién Cabrera, para mantenerse al tanto de la marcha de los acontecimientos. Entretanto, los jefes militares continuaban tratando de disuadir a Bosch de su renuncia. Molesto, el Presidente los echó del despacho con estas palabras:

– ¡Si no puedo destituir a un coronel de la Fuerza Aérea, lo mejor es que me vaya!

Sin saber cómo proceder, los generales se retiraron   a discutir la situación y buscar medios para hacer entrar en razón al mandatario. Una veintena de oficiales de alta graduación esperaban allí impacientes.

El capitán Juan Oscar Contín (Johnny), comandante de la Compañía de Infantería del Batallón Blindado adscrito al CEFA, procedía a cambiarse de ropas en su residencia del barrio de oficiales de San Isidro, cuando escuchó el encendido de los motores de los tanques. Volviéndose hacía Rocío, su esposa, comentó con un profundo tono de preocupación:

– Creo que esta noche pasará algo grande. Contín, el mismo oficial que unos meses atrás había rebatido a Bosch la conveniencia de vender los armamentos blindados, se vistió a toda prisa con traje de faena y se presentó , a pesar de que era su día de asueto, a su comando. Pasaría todo el resto de la noche en compañía de otros oficiales bajo el mando del teniente coronel Gildardo Aquiles Pichardo Gautreaux, escuchando los informes por radio de la Policía, dando cuenta del arresto, ya en la madrugada, de ministros y dirigentes del PRD.

Los jefes militares hicieron un intento por convencer a Bosch de que desistiera de su idea de renunciar a la presidencia. Después de parlamentar largo rato en el despacho de Viñas, ordenaron al coronel Calderón volver donde el mandatario a fin de que depusiera su actitud y se buscara una fórmula para salvar la situación.  Bosch estaba empecinado en renunciar y cuando el viceministro Herrera le dijo que sólo podía hacerlo ante la Asamblea Nacional, reunión conjunta de las dos cámaras legislativas, Bosch le urgió a que se convocara al Congreso.  Fue el inicio de una serie de llamadas que tenían por objetivo conseguir de inmediato la reunión de los senadores y diputados en las primeras horas de ese día. Ya era de madrugada y al despacho presidencial seguían llegando ministros y colaboradores.

En el ínterin, el jefe del Ejército, general Hungría Morel, llamó al coronel Tapia Cessé, que había quedado de servicio en el campamento 27 de Febrero, para darle un reporte de la situación. El oficial debía tomar las previsiones como subjefe de Estado Mayor, en caso de una crisis. Tapia Cessé le hizo un comentario a su superior acerca de la conveniencia de que se hiciera desistir a Bosch.

– ¡Vamos a ver qué se hace!–, fue su lacónica respuesta.

Los coroneles Alvarez Albizu y Guarién Cabrera, enviados al Palacio Nacional por el general Luna, llegaron al despacho del Presidente cuando los jefes militares hacían un nuevo intento para que Bosch desistiera de su renuncia. Tenían instrucciones de ofrecer telefónicamente un panorama de la situación a su jefe de Estado Mayor. Los dos coroneles informaron al general Luna que habían notado cierta indecisión en la postura de Bosch, y aquel les recordó que debían advertirles a los generales que si no se decidían a hacer preso al Presidente “la aviación bombardearía de inmediato el Palacio”.

Finalmente, los militares comunicaron alrededor de las dos de la madrugada a Bosch que ya no era el Presidente.

El general Hungría Morel telefoneó nuevamente al coronel Tapia Cessé para instruirle que comunicara a todas las dependencias del Ejército que Bosch había “renunciado” y que las Fuerzas armadas se habían hecho cargo de la situación “hasta que amaneciera”.

La noticia se difundió rápidamente por el comando a cargo de la seguridad del Palacio Nacional. El capitán Lachapelle Suero y el teniente Piantini estaban todavía bajo el almendro viendo llegar oficiales y civiles, cuando una unidad de cinco tanques procedente de San Isidro, al mando de la cual se hallaba el mayor Grampolver Medina, entró al recinto. El teniente Almánzar formaba parte de la dotación.

Les llegó la noticia de que el coronel Fernández Domínguez creía que había llegado la hora de actuar. Piantini, consciente de que no poseía mando alguno, entró a su cuarto y se puso a llorar.

Aproximadamente a las tres de la madrugada del 25 de septiembre, se presentó a las puertas del Palacio Nacional el Oficial Mayor de la casa presidencial, Darío Brea, un funcionario muy competente que gozaba del aprecio personal del jefe del Estado.

Fabio Herrera había mandado a buscarle para que mecanografiara la carta de renuncia que Bosch escribiera de su puño y letra horas antes, para ser presentada más tarde al Congreso.

Después de superar algunas dificultades con los soldados de seguridad, Brea logró establecer desde la puerta comunicación con Herrera. El viceministro llamó de inmediato al despacho de Viñas Román para que se le permitiera la entrada.  El general le respondió: Vamos don Fabio, ya no se puede. No hay gobierno.

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