El último palacio de madera

El último palacio de madera

EFE. Reportajes. Sobre una colina de Moscú, en la reserva natural y arquitectónica de Kolómenskoye, se alza el Palacio de Alexéi I, segundo zar de los Romanov, la última dinastía que gobernó Rusia. Convertido en residencia real durante su largo reinado,  testigo de una gran época de esplendor para la tierra rusa, este lugar esconde muchos atractivos.

El palacio se alza sobre una colina de Moscú a orillas del río que serpentea por la capital rusa. Sus joyas arquitectónicas, cubiertas por la primera nieve de un diciembre más cálido de lo habitual, descubre al viajero la historia de Rusia, desde los tiempos del ‘Terrible’ zar Iván, hasta la más contemporánea estampa de la capital rusa, que asoma tras las vallas de este gran pulmón verde en el que se ha convertido hoy Kolómenskoye. Presente y pasado se dan la mano en el Palacio de Alexéi I, reconstruido sobre los planos originales y abierto al público hace apenas un año.  El auténtico fue desmontado por orden de la zarina Catalina II la Grande, que tenía su propio palacio en la nueva capital del Imperio, San Petersburgo,  y no estaba dispuesta a mantenerlo con su dinero. Mandó sin embargo hacer los planos del edificio, gracias a los cuales pudo ser recuperado. 

La Rusia de los Románov.  Vasto territorio bárbaro para la culta e ilustrada Europa, la Rusia de los primeros Románov apenas empezaba a fijarse en sus civilizados vecinos. Aunque no sin antes haberlos expulsado de Moscú unas décadas antes, frustrando la intención del Vaticano de sumar estas tierras y sus pueblos al menguante poder de la Iglesia católica, que por entonces lamentaba ya la pérdida de miles de creyentes en Europa Central por el avance del luteranismo.

Así y todo, Alexéi I, conocido por sus contemporáneos con el sobrenombre de “Tranquilo”, se esforzó en edificar relaciones de amistad con las potencias europeas. Su residencia en Kolómenskoye, su gran palacio de madera, se convirtió en la tarjeta de presentación con la que presumía ante los embajadores extranjeros del poderío y grandeza que le suponía a Rusia.

Mandó entonces construir el majestuoso palacio en las mejores artes de la tradicional y colorida arquitectura de madera rusa, para sorpresa y deleite de holandeses, polacos y prusianos, acostumbrados a la sobriedad  de las edificaciones de piedra. 

Muy lejos del Renacimiento y el Barroco europeos, Alexéi buscó a los más talentosos maestros de la arquitectura de madera y los llevó a Moscú para edificar el último palacio real de madera que alojaría a los zares rusos.

Residencia de corte medieval que vería nacer y correr por sus incontables habitaciones al más grande de los monarcas rusos –Pedro I– el primer emperador de Rusia que se construiría su propio palacio, de piedra y al estilo europeo, y su propia capital a orillas del mar. 

Sin pretenderlo, el Románov “Tranquilo” levantó, en medio de un paraje natural de gran belleza, una edificación que coronó la cúspide de la arquitectura medieval rusa y marcó,  paradójicamente, el ocaso del Medievo en un país que ya estaba listo para las reformas que impulsaría su decimocuarto hijo, Pedro.

Hoy, adentrarse en la reserva de Kolómenskoye ofrece la posibilidad de ver esta obra que transpira el alma rusa por todos sus poros de madera, por toda la calidez y alegría de sus colores y las sorprendentes formas de sus cúpulas.

Enseguida recuerda el visitante que su viaje le ha traído a una tierra que guarda aún muchos misterios y secretos. Así también se lo susurra la naturaleza  que rodea el lugar, blanca y majestuosa en invierno, manto de oro en otoño y verde vergel en verano.

Espionaje con vodka. Apenas entrando al Palacio se llega al comedor, uno de los espacios que mejor recuerdan en sus crónicas los embajadores europeos por su singular belleza, pero que también nos remite a la curiosa manera que tenían entonces en la corte del zar de hacer diplomacia: el espionaje con el vodka.

Así lo cuenta el guía, Yan Kondursévich: “Cuando los nobles alzaban las copas de aguardiente a la salud del zar, los invitados extranjeros no podían negarse a beber hasta el fondo. No sólo eso, sino que debían elevar sus copas por encima de las cabezas y agitarlas para demostrar que nada quedaba en el fondo.

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Temoroso de Dios

En la Rusia medieval, el monarca Alexéi I, temeroso de Dios según los historiadores,  se había adelantado a muchas casas reales de Europa que al igual que su Iglesia católica rechazaban la teoría de Copérnico y Galileo que sostenía que la Tierra giraba alrededor del Sol y no era el centro del universo. Era una imagen muy popular en el siglo XVII, sobre todo en Holanda y en Rusia.

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