El último viaje de Kennedy

El último viaje de Kennedy

John Fitzgerald Kennedy, el trigésimo quinto presidente de la nación más poderosa de la tierra, el primero que se había planteado la meta de que un hombre pusiera pies en la superficie lunar, el mandatario que había llenado de pasión a su país y a gran parte del mundo, realizó -hace hoy 52 años-, su último viaje.

La televisión, que empezada a desarrollarse como medio de masas de la época, no disponía, como ninguna otra del mundo, de tecnología desarrollada. Pero sus cámaras y las de los aficionados registraron testimonios que explican cómo se vivieron las 48 horas, antes, durante y después de un acontecimiento que conmovió al mundo.En el

documental “JFK: Tres Disparos que Cambiaron América”, que contiene material no editado y filmes de las coberturas en directo de la CBS, ABC, NBC, la WBB y otras cadenas estadounidenses se narra, paso a paso, cómo sucedieron los hechos.

El 22 de noviembre de 1963, la atención de los estadounidenses, y de gran parte del mundo, se había centrado en la visita de John F. Kennedy a Dallas, Texas, en donde hacía un mes se había registrado un incidente durante la visita del embajador, Adlai Stevenson.

Al diplomático lo abuchearon durante una conferencia. Fuera lo escupieron en la cara y una mujer le golpeó con una pancarta.

En declaraciones a la televisión, previo a la vista del mandatario, Jesse Curry, jefe de Policía de Dallas, dijo: “debido al desafortunado incidente ocurrido durante la visita del embajador Stevenson, el mundo entero estará pendiente de nuestro comportamiento. No debemos mostrar ninguna conducta que resulte irrespetuosa o degradante para el Presidente de Estados Unidos”, expresó.

Y advirtió: “nuestros agentes de la ley harán todo lo que esté a su alcance para que no ocurran incidentes, ni accidentes lamentables”.

En tanto, el alcalde de la ciudad había declarado: “Indudablemente que aparecerán algunos piquetes como en cualquier otro lugar de Estados Unidos. Seguramente uno de los pocos derechistas radicales, y puede que algún izquierdista, pero seguro que no habrá problemas”.

Justo a las 9:00 de la mañana, el presentador de la WBB decía: “Hoy no se transmitirá el programa Dígame Cuándo. En su lugar le ofreceremos en directo, el desayuno presidencial desde el Gran Salón del hotel Texas de Fort Worth”.

Rompiendo con las normas básicas de seguridad, Kennedy permaneció diez minutos en el parqueo del hotel, confundido con la multitud.

Una señora portando una pancarta que decía Texas. Jack and Jackie manifestó: “Le dije que Dios lo bendiga. Se lo he dicho de corazón porque es uno como nosotros”.

“Aquí llega el Presidente”, dice el presentador. Con pasos ligeros, el mandatario sube a la mesa de honor para el desayuno en la Cámara de Comercio.

Se observa al vicepresidente Lindon B. Johnson que mantiene la mirada sobre el mandatario, de arriba abajo. Sin expresar alegría.

“Pueden sentarse, por favor”, dice el presentador, mientras un coro de adolescentes se encarga de la emoción:

Los ojos de Texas están siempre, puestos en ti.

Los ojos de Texas están sobre ti

Ineludibles. No puedes huir de ellos.

Ni de noche, ni de día

Los ojos de Texas estarán sobre ti

Hasta que Gabriel sople su trompeta.

Damas y caballeros –dice el presentador- para mi es privilegio presentarle al vicepresidente de Estados Unidos Lyndon B. Johnson. El vicemandatario se limpia la boca, se quita los lentes, se levanta. Se coloca los lentes, otra vez, y se sienta.
Y ahora, el momento que todos estamos esperando, continúa el presentador. Es en ese momento cuando va a la mesa la primera dama, Jacqueline Kennedy.

El aplauso es estruendoso.

Se destaca su vestuario. Un traje rosado de ribetes negros.
El maestro de ceremonias dice: “la señora Kennedy ha permanecido en la cocina, esperando a que se completara la mesa principal y se presentara a los invitados”.
Jacqueline saluda al vicepresidente, quien esta vez reacciona muy agradable. Entonces, ella gira la mirada, un tanto sensual, a su esposo. Kennedy se sienta, y luego lo hace ella.

“Damas y caballeros –dice el presentador- tengo el honor de presentarles al Presidente de los Estados Unidos”. Lo que siguió fue el más prolongado aplauso.
El mandatario arrancó risas cuando con su estilo jocoso dijo: “Hace dos años me presenté en París diciendo que era el hombre que acompañaba a la señora Kennedy. Ahora tengo la misma sensación, mientras viajo por Texas”.

Así empieza el que sería su último discurso: “Vivimos en un mundo peligroso e incierto. Durante los últimos años los Estados Unidos ha tenido tres confrontaciones directas”, dice.

Y agrega: “Nadie puede predecir cuándo será la próxima. No nos espera una vida fácil. Ni en esta década, ni probablemente en este siglo. Tenemos que subrayar la responsabilidad que el pueblo de los Estados Unidos ha soportado durante tantos años”.

Y cita: “sin Estados Unidos, Vietnan del Sur se desmoronaría. Sin Estados Unidos, no existiría la OTAN, y Europa deambularía entre la neutralidad y la indiferencia. Sin el esfuerzo de Estados Unidos y la Alianza para el Progreso hace ya tiempo que el comunismo se habría adueñado de Sudamérica”.

Y añade: “Este país que solo quiere ser libre, sentirse seguro y vivir en paz, durante 18 años y bajo tres gobiernos diferentes ha tenido que cargar con más peso del que le correspondía”.

El mandatario señaló: “Nos gustaría vivir como antes, pero la historia no nos lo permite. El peso del comunismo sigue siendo grande. Aunque el equilibro de poder aún está del lado de la libertad. Todavía somos la piedra angular del arco de la libertad, y como en el pasado seguimos cumpliendo con nuestro deber”.Y finaliza: “Al

frente estará el pueblo de Texas. Me alegra haber venido”. El lujoso salón parecía caerse con el prolongado y efusivo aplauso de unas tres mil personas. Jacqueline siguió aplaudiéndolo, de pie.

Terminado su discurso, empiezan momentos de jocosidad. Uno de estos fue cuando el representante de la Cámara de Comercio le entrega una caja que contiene un sombrero: “señor presidente sabemos que no lleva usted sombrero. No podemos dejar que se vaya sin proporcionarle uno que lo proteja del chaparrón”.

Kennedy ríe. Se para y entre intensos aplausos se devuelve y le dice: a ver cómo le queda a usted. Este se lo coloca en la cabeza. Y luego lo devuelve a Kennedy.Kennedy

vuelve a arrancar risas cuando, con el sombrero en las manos, hace el intento de ponérselo. Lleno de risas dice: me lo pondré en la Casa Blanca. El lunes si van podrán vérmelo.

Luego, otro regalo: “y para protegerse de los enemigos que puede tener en su casa, tal y como usted protege a esta nación de los enemigos extranjeros y evitar que le piquen las serpientes del rancho del vice presidente Johnson queremos regalarles ese par de botas”.

“No le vamos a pedir que se las ponga aquí”, dijo.

Lo que siguió fue una plegaria al primer presidente católico de Estados Unidos, que terminó así: “Que el señor lo ilumine”.

Kennedy sale detrás de Jacqueline Kennedy y abordan un carro blanco convertible para abordar el Air Force One, con destino a la ciudad de Dallas, un viaje de 13 minutos donde dos, de tres disparos, acabaron con su vida.

¿Como ocurrió todo? Se lo contaré en la entrega número dos.

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