Lamentablemente como parte de expresiones de nuestro antihaitianismo desvirtuamos capítulos de nuestras relaciones históricas con Haití. Hace más de treinta años, el gran antropólogo e historiador dominicano, Carlos Esteban Deive dijo: “Haití es, para los dominicanos, agonía y éxtasis, sonido y furor, luz y sombra. Nos atrae y repele al mismo tiempo. Está ahí, al lado formando parte de nuestra ‘otredad’. El Masacre ciertamente se pasa a pie, pero hay otra frontera más difícil de cruzar: la que ha trazado la historia, una historia acomodada, escrita a la medida. El antihaitianismo puede ser entendido y explicado como una distorsión deliberada de la historia de nuestros dos países. Es probable que los autores de esa distorsión hayan estado convencidos de la necesidad de falsear a propósito su historia en la creencia de que, obrando de ese modo, exaltaban a su patria, menospreciando, de paso, a la otra. Se trata, por tanto, de legitimar tal historia, de hacerla ‘habitable’. Pero una historia así concebida y formulada es eminente egocéntrica. Está repleta de defectos burdos y de lagunas graves. Y también, por supuesto, de imposturas”. Demos un par de ejemplos de lo planteado por Carlos Esteban Deive.
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En 1945, en Chapultepec, el canciller dominicano, el muy inteligente y erudito Manuel Arturo Peña Batlle, en la reunión preparatoria para la creación de Naciones Unidas, propuso en su discurso que Naciones Unidas auspiciara la migración de haitianos hacia otros países para así reducir la presión de su migración hacia el nuestro. Ante esa solicitud dominicana Naciones Unidas, creada en 1947, en uno de sus primeros reportes “Misión a Haití”, de julio de 1949, propuso (Págs. 34-35) después de citar la deforestación haitiana y su alta densidad poblacional: “Seria consideración debe consecuentemente darse a la posibilidad de estimular la emigración como forma de neutralizar esta tendencia y para reducir la muy fuerte presión poblacional. Existen en la órbita general del Caribe países poco poblados, cuya población es predominantemente de la misma raíz que la de Haití -quienes han hecho conocer su disponibilidad y deseo de recibir emigrantes para ayudar a desarrollar sus recursos naturales”. Aunque no lo citaba se estaba refiriendo probablemente a Guyana y Surinam, territorios muy amplios cuya agricultura casi no estaba desarrollada y con densidad poblacional muy baja, como se mantiene hoy. Fue una forma de Naciones Unidas cumplir con lo solicitado por el canciller dominicano.
Sin embargo, eliminada la dictadura de Trujillo, los “Vinchos” dominicanos han reiterado constantemente que esa propuesta de Naciones Unidas fue para que los dominicanos recibieran una gran cantidad de haitianos.
Otro ejemplo, durante el gobierno de Bush padre, y caída la dictadura de Jean Bertrand Aristide, miles de haitianos tomaron el bote para ir a la Florida donde fueron recogidos y llevados temporalmente a Guantánamo. Según la prensa de entonces, Estados Unidos pidió al gobierno dominicano que recibiera, aunque fuese temporalmente, a refugiados haitianos. La prensa dominicana reflejó la oposición generalizada no solamente del gobierno de Balaguer, sino de Peña Gómez, Leonel Fernández y otros políticos dominicanos, de la iglesia y de los creadores de opinión pública. Hoy día se sigue hablando de una supuesta nueva solicitud de campamentos de refugiados, cuando hace más de treinta años que esa solicitud no ha sido hecha.
Lo que se dice sobre haitianos depende de quién lo diga. Si alguien se refiere a “la inicua explotación en que hoy viven sometidos los braceros haitianos, víctimas de un comercio ilícito y en el que participan con igual grado de corruptelas los gobiernos de las dos partes de la isla” esa aseveración sería muy criticada, pero como vino de Joaquín Balaguer hubo mutis.
Si José Francisco Peña Gómez hubiera dicho: “Sería posible el establecimiento entre Haití y Santo Domingo de una Constitución paralela que garantice la existencia en toda la isla de un régimen democrático, fundamentalmente idéntico para los dos países… bajo esa Constitución podría reconocerse inclusive, con determinadas restricciones, la doble ciudadanía a los naturales de ambos países” hubieran acabado con él, pero lo dijo Balaguer en su libro “La isla al revés”.
Cuando Peña Gómez fue candidato en las elecciones de 1994 y las encuestas mostraban que el margen era muy estrecho, Balaguer aseguró en un discurso: “Que las presiones internacionales para unificar los dos países sean o no exitosas, dependerá del ganador de las elecciones”. Ya previamente Balaguer había inventado un supuesto plan europeo de lograr dicha unificación, aunque su canciller de entonces desmintió haber recibido tal propuesta. La tesis sobre un supuesto plan de unificación proveniente de países industrializados se mantiene hoy día, aunque no existe ninguna prueba al respecto, excepto esa falsa tesis por parte de Balaguer para combatir la candidatura de Peña Gómez en los años noventa.
Hay más ejemplos.