El valor de Angela Peña, inmenso

El valor de Angela Peña, inmenso

MIGUEL D. MENA
Estoy seguro de que muchos se alegrarán al oír su nombre y que ella seguramente no me agradecerá estas líneas.

No lo hará debido a su humildad, porque le asfixia el ruido de las presentaciones de libros, porque estará cansada de homenajes donde el que homenajea muchas veces es el verdadero homenajeado, porque en el país el elogio empacha y el conocimiento y el respeto y la defensa de la convicción y de los valores es lo difícil, lo duro, lo casi imposible.

Digo “el valor de Ángela Peña” y me lanzo a la riqueza de la palabra: lo valiente, la significación de algo o de una persona.  Profundizo, como muchos, en doña María Moliner, y encuentro que “valor cívico” es: “Entereza de los ciudadanos para cumplir sus deberes de tales, sin dejarse acobardar por amenazas o peligros”. Podría ser que me esté refiriendo a algún miembro de la república platónica o que esté pensando en algún ideal renacentista, pero no.

Pienso en Ángela Peña y entonces tengo que pensar en una autora de verdades no siempre agradables, de responsabilidad ilimitada, de un país donde la mediocracia retoña como el hongo en los campos de Bonao y donde la voluntad de decir las verdades se trunca por el cotilleo del poder y las sonrisas siempre amables que recomiendan los libros de autoayuda.

Desde principios de aquellos tiempos de los doce años, desde su Santiago natal -al que siempre está volviendo cuando puede-, Ángela Peña ha ejercido, no un magisterio -esta posible comparación con Salomé Ureña tampoco me lo agradecería, así que lo borro-, pero sí un trabajo continuo, titánico, de investigación y de opinión pública.

Aunque tiene todos los méritos para ocupar un lugar un sillón de vocal de la Academia Dominicana de la Historia y en la Academia Dominicana de la Lengua, ella prefiere que la dejen con el nombre de periodista.

¿Qué intelectual dominicano puede evitar citarla? ¿Quién no se ha nutrido de sus miles de reportajes y artículos, entrevistas y reseñas? ¿Cuántas acciones de pensiones, ayudas económicas, condecoraciones, reconocimientos, valoraciones, puestas en escena, no se han debido a sus líneas en Última Hora, Listín Diario, El Siglo, Hoy? ¿Quién puede olvidar su trabajo como mano derecha de monseñor Agripino Núñez durante aquellos años suyos de UCMM? Podría recordar, además, la manera en que sus espacios han sido lugar de encuentros y de decisiones que nunca saldrán a los medios ni se comentarán para nada, y que sin embargo estarán moviendo verdaderas montañas.

Modestia y laboriosidad, respeto a la verdad y ternura en las ideas, amistad sin límites y sin ruidos, esos son algunos de los valores de Ángela Peña.

Escribo todo esto porque a veces hay que subrayar el otro país dominicano que es y que existe, ese marginal a las parafernalias del poder y el autobombo con pastelitos y vinos franceses o chilenos de por medio.

Escribo sobre una persona que con sus acciones y visiones nos remite a un tipo de intelectual que si bien está en extinción, no por ello debe concebirse como innecesario.

 Pienso en esos autores que, como Ángela Peña, disponen de la precisión del dato histórico de un Vetillo Alfau Durán, y del estilo de Juan Bosch, quien por cierto elogió e incluso prologó algunos de sus textos, recogidos en libros.

Pienso en la autora que tiene el coraje de denunciar atrocidades de antes y de ahora, como los desmanes en el Archivo General de la Nación y en el Archivo Nacional de Música, lo que demuestra que más allá de amistades y de colores gubernamentales, su compromiso sólo es con la defensa de los valores nacionales, con nuestra memoria histórica, con aquello que va más allá de las efemérides patrias y es la estructura de este cuerpo llamado República Dominicana.

Nuestra vida intelectual está sucumbiendo en las alfombras rojas. Ángela Peña no agradecerá el que la quieran sacar de su casa.

Tampoco agradecerá que le sigan llenando las paredes con placas y diplomas. Lo de Ángela Peña es la defensa de un país todavía humano, en la misma tesitura de un Orlando Martínez, su compañero de trabajo en la revista Ahora!Por su máquina de escribir han desfilado héroes olvidados, ancianos indefensos, memorias dilapidadas, bibliotecas necesitadas de libros.

También ha pasado por ahí la alegría de la creación, el país efervescente, la vitalidad de los locos aquellos, de los chiquiticos éstos. Sus letras mueven escritorios, oficinas, ministerios, porque se sabe que lo que escribe Ángela Peña está sopesado por la información precisa, por el deseo de que el país se conserve en sus energías positivas y avance por el sendero de la democracia, democracia que es diálogo y respeto del otro.

En estas horas iniciales del siglo XXI, cuando el ejercicio del poder a veces confunde y avasalla, es bueno subrayar la existencia de otro país y otra gente y valores que también sustentan el país que somos.

Estoy consciente de que Ángela Peña no me agradecerá este final, pero en verdad tengo que decirlo: el valor suyo es inmenso.  Por eso no puedo dejar de leerla, de admirarla, de quererla, y de esperar que siga siendo como es.

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