El valor de Euclides

El valor de Euclides

UBI RIVAS
El doctor Euclides Gutiérrez Félix, con su verbo explayado, con su generalizada erudición, ora como magnífico disertante, ora como centro de conversatorios suculentos, ora como catedrático universitario, ora como mentor de políticos bisoños, esparce su nunca reducida sapiencia para deleite de todos. Especialmente los que le queremos de gratis siempre, por 42 años y que nos percatamos de la gravísima distorsión de quienes no le conocen y le apostrofan de “sangrú”, cuando es diametralmente todo lo contrario, comunicativo, locuaz, ocurrente, bromista inclusive a expensas suya propia, como estiliza con parigual donaire Mario Alvarez Dugan.

El 22 de septiembre último, Euclides puso en su puesto a los granceros que socavan gravísimamente los lechos de los cauces de agua que aún nos quedan, de la depredación criminal que vienen siendo objeto luego de que los diques del respeto ajeno se quebraron la noche memorable del 30 de mayo de 1961.

Es decir, cuando los soportes y espigones recios del orden se derrumbaron y ningún gobernante desde entonces se ha tomado la molestia de restituirlos, gravísimo error que entre otras lacras perversas podría culminar con la partidocracia en nuestro país por desahucio público, como aconteció primero en Cuba y luego en Venezuela.

Con meridiana exactitud, Euclides tronó denunciando que en ningún país del mundo, y conoce más que el 98% de sus paisanos, él ha visto que los agregados que reposan en los lechos de los ríos se extraigan para lucro de unos cuantos incorporándolos a la industria de la construcción, y que para eso existen minas de piedras que las máquinas trituran en diferentes gradaciones.

La Academia de Ciencias hizo una publicación en los medios de comunicación hace tres años, indicando 80 minas de materiales, grava, piedra caliza, mármol y otros materiales pétreos que pueden explotarse sin menoscabo del medioambiente y la destrucción de los agregados de los lechos en los ríos que son los que evitan la percolación y los arrastres violentos que se producen cuando son extraídos totalmente, provocando gravísimas inundaciones por la aceleradas escorrentías.

La degradación del medioambiente nacional acusa una tragedia pasmosa cuando apreciamos los centenares de ríos, aguadas, manantiales, cabezadas de agua que han desaparecido consecuencia de los desmontes irracionales, sin manejo técnico, agotando las cuencas de los que fueron nuestros principales ríos, el otrora poderoso Yaque del Norte, nuestro Nilo dominicano, hoy una angosta cañada nauseabunda, pestilente, escuálida, donde a su discurrir por Santiago de los Caballeros, 20 cañadas y 24 industrias vierten 200 toneladas de sólidos y químicos a diario, y nadie dice nada porque restaurar las cuencas hidrográficas y sanear los ríos no reportan votos.

Esto de manera acelerada luego de los tiros que acabaron con la vida del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, que también permitió a algunos concesionarios a quienes enriqueció desmontar enormes porciones de pinos en la cordillera Central, agravando la premonición que en 1924 formularan al presidente Horacio Vásquez el doctor Juan Bautista Pérez Rancier y el ingeniero Miguel Canela Lázaro.

Hemos liquidado casi en su totalidad, apenas si nos resta un 8% de cobertura forestal, el patrimonio más invaluable de una sociedad, y ahora, con la idéntica irresponsabilidad ciudadana y gubernamental, completamos el ciclo trágico permitiendo destruir la regulación del discurrir de los sistemas hídricos, con la extracción hasta el final de los agregados que son el colchón de los ríos, así como la hojarasca es el almacén de agua de los bosques.

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