El pasado 18 de marzo el periódico Hoy trajo el reportaje del Almuerzo del Grupo Corripio teniendo como invitado especial al ingeniero Tactuk y su equipo de colaboradores de la Oficina Nacional de Estadísticas. La noticia principal fue el anuncio del nuevo censo de la población que llevará a cabo ese organismo, cuyo último producto lo fue en el 2002.
Como es sabido, el censo poblacional es una herramienta de inestimable valor para obtención de datos que han de servir para determinar no sólo cuántos somos y qué tanto hemos crecido, también la composición familiar, el sexo, la edad, el nivel escolar y educacional, la salud, vivienda, los medios de transporte, oficio profesión, o tasa de desempleo y tantas y tantos otros aspectos importantes que nos permiten conocernos mejor como nación y planificar programas y acciones dirigidas a superar deficiencias, reorientar el presupuesto público, y adoptar políticas racionales acorde con las necesidades y prioridades que indican los datos recogidos, debidamente clasificados y tabulados.
Censar un país no es tarea fácil, y es bastante más difícil y compleja en países y pueblos donde por su estadio de subdesarrollo, su marginalidad e ignorancia existen grandes limitaciones, tabúes y temores, que muchas veces hacen desconfiar de la información obtenida como también de la interpretación, el uso y acomodamiento de esa información de parte de los encuestadores, no obstante el esfuerzo que se hace por mejorar el reclutamiento y proveerlo de los instructivos y del entrenamiento básico para hacer más eficiente su labor, que es labor de todos.
Mas lo que nos lleva a escribir sobre este asunto de tanto interés nacional, sin ser especialista en esta disciplina, es la respuesta dada por el Director de Estadística, persona de alta calificación y confiabilidad profesional, al afirmar que por primera vez será excluido el tema racial de la encuesta porque la misma resulta ser irrelevante, no trascendente.
No se si sería esa la respuesta más convincente, mejor estudiada. Quizás el hecho de que la Constitución Dominicana, desde siempre, proclame el derecho a la igualdad: todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y condene todo tipo de discrimen, da pábulo para que, de esa declaración política filosófica, saquen los investigadores la conclusión de que esa es la realidad social que impera, y por tanto no hay que escarbar más, no sea que resulte otra verdad mayor que la contradiga.
Me preocupa como dominicano todo esto. ¿Qué se persigue y qué se logra con negar, ignorar o excluir una realidad inocultable? Una realidad socio-económica que ha gravitado tanto en el pasado histórico como hasta hoy y que, de no estar consciente de ella y de sus causas, para superarla, no nos permitirá ser libres e iguales ante la ley.
Porque somos un país de raza predominantemente negra, aunque nos cueste admitirlo; porque ser negro, al igual que pobre – casi lo mismo significa en múltiples formas, ser discriminado; porque el propio negro no se reconoce ni se valoriza como tal, aún cuando logre hacer fortuna y suele esconderse en el indio o el moreno, cuando no en la cirugía estética. para blanquear su piel, sus rasgos, su identidad personal.
Blancos, negros, mulatos, pieles rojas o amarillas, son tan solo un celofán que debemos rasgar de manera de poder construir, todos juntos, como diría el poeta Guillén, una verdadera muralla solidaria de amor, comprensión, de creencias y respeto mutuo para una feliz convivencia. Cerrando los ojos, ignorando nuestra real identidad nacional, qué ganamos?