El valor de la imagen. Lo que lacera la imagen

El valor de la imagen. Lo que lacera la imagen

J. LUIS ROJAS.

La calidad y pertinencia de las decisiones y actuaciones de los directivos, ejecutivos y gerentes incide cada vez más en la productividad, competitividad, reputación, credibilidad, visibilidad e imagen pública de las organizaciones. Sin dudas, la imagen pública, al igual que otros intangibles de las organizaciones, se lacera siempre que sus líderes incurren en algunas de las siguientes acciones:
Creer que el flujo continuo e irracional de informaciones internas y externas siempre es positivo para visibilizar los logros alcanzados.
No controlar el riesgo que pudiese surgir luego de tomar decisiones revestidas de emociones.
Ignorar las lecciones vividas y aprendidas por los viejos y nuevos empleados.
Decidir, actuar y hablar al margen de las tendencias que surgen como consecuencia de los cambios naturales de los mercados.
Abordar las emociones, necesidades y expectativas de los colaboradores internos desde criterios subjetivos y caprichosos.
Gastar recursos, tiempo, energía y creatividad tratando de lograr cambios cualitativos y cuantitativos haciendo lo que siempre se ha hecho.
Tirar al zafacón y excluir las ideas y opiniones de los colaboradores internos que se atreven a criticar las decisiones y actuaciones desacertadas.
Gestionar al margen de la ética, la transparencia y del respeto a la dignidad humana.
Reemplazar el pensamiento y el accionar estratégicos por el logro de resultados mediáticos cortoplacistas.
Premiar y castigar a los colaboradores internos a partir de creencias y referentes personales y subjetivos.
No permitir disidencias y cuestionamientos a las acciones y decisiones de los directivos, ejecutivos y gerentes.
Rodearse y favorecer a los colaboradores serviles e incondicionales.
Deshacerse y excluir a los empleados con pensamiento y criterios propios.
Fomentar deliberadamente la desconfianza entre los empleados.
Administrar tolerando la corrupción y obviando la ética y la transparencia.
Administrar los recursos y procesos institucionales desde la mirada y cultura del galloloquismo.
Sustituir el liderazgo de servicio por el que se centra en el poder y la autoridad.
Premiar y reconocer las acciones de los colaboradores internos que agradecen de rodillas, entre otras.

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