Tiene un significado bien amplio el mandato bíblico que ordena a los hijos a honrar a los padres. El Salmo 127 expone esto de manera bien ilustrada.
Afirma que como don y recompensa son los hijos nacidos a un hombre.
En el Salmo 128 los describe como plantas de olivo alrededor de la mesa.
Causaba gran sufrimiento y oprobio a una pareja en la antigüedad bíblica no llegar a tener un heredero salido de las propias entrañas.
Era visto como una gran benevolencia de Dios llegar a tener una buena prole.
Deuteronomio 28:4 dice: “Bendito el producto de tu suelo, el fruto de tu ganado, el aumento de tus vacas, las crías de tus ovejas y el fruto de tu vientre”.
Hasta los abuelos han de ser beneficiados.
Proverbios 17:6 expone: “Corona de los ancianos son los hijos de los hijos, y la gloria de los hijos son sus padres”.
El rey David plantea las razones beneficiosas de la familia.
Dice que los vástagos tenidos en la juventud vienen a ser para un padre como flechas en las manos de un guerrero.
“Bienaventurado el hombre que de ellos tiene llena su aljaba; no será avergonzado cuando hable con sus enemigos en la puerta” (5).
En Proverbios 27:11 Salomón escribió: “Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón, para que yo responda al que me afrenta”.
El modelo bíblico dice que debe ser siempre una relación bien fuerte la de los padres y los hijos, que juntos han de forjar gran apoyo y fuerza para la existencia.
Pero es una lástima el olvido de estos principios en las sociedades de hoy, caracterizadas por la irresponsabilidad, el desamor y la falta de atención a los grandes valores.