“No nacemos como mujer, sino que nos convertimos en una”.
Simone de Beauvoir
Después de cientos de años, muchas mujeres seguimos en una búsqueda que nos conduzca a la curación de la herida: valorar la esencia femenina. Hemos recuperado espacios, desarrollado áreas de nuestras vidas que habían quedado despobladas y ocupado con dignidad un lugar en la familia, la sociedad y el mundo globalizado que vivimos. Pero, ¿lo hemos logrado desde la lucha o desde el amor?
Este fin de semana estuve compartiendo con un valioso grupo de mujeres, apoyando el sueño de una de nosotras: abrir caminos para el cambio. Recordar el valor de lo femenino es un viaje interior que todas debemos hacer algún día. Como en la mayoría de los viajes, no nos entregan mapas, ni nos asignan un guía. Tampoco nos avisan que la travesía no será fácil.
El viaje comienza con la búsqueda de nuestra identidad. La llamada se oye a cualquier edad, cuando el viejo ser ya no nos funciona. O puede ocurrir sencillamente cuando una mujer se da cuenta de que no tiene ninguna sensación de identidad que pueda considerar como propia, porque se ha perdido complaciendo a sus relaciones significativas. A menudo, la fase inicial del viaje incluye un rechazo de lo femenino, considerado pasivo, manipulador, débil o improductivo.
La poetisa Lynn Sukenick acuñó el término matrofobia para expresar el temor que embarga a muchas mujeres de parecerse a mamá. Hace más de una década, cuando inicié mi camino en las terapias sistémicas me di cuenta que era una “hija de papi”, una mujer identificada primordialmente con papá. Cuando el padre ha estado ausente o no regula adecuadamente lo que nos entrega (da en demasía o da muy poco), lo interiorizamos de modo idealizado en detrimento de la relación con la madre.
Durante años busqué la aprobación y atención de papi, y luego de todos los valores masculinos que me vinculaban a él. Pasé por la época de cultivar la mente, defender mis derechos, luchar por mi autonomía, ser auto-suficiente y rebelarme contra las reglas que me marcaban límites. Me sentía orgullosa de ser rebelde y despreciaba a las mujeres sumisas, sin darme cuenta que de esa forma me sometía a mi propia rebelión.
Las mujeres hemos sido caracterizadas frecuentemente por nuestra cultura como seres descentrados, volubles y demasiado emotivos para ser eficaces. Esta clara diferenciación en las mujeres se percibe como debilidad, inferioridad y dependencia, no sólo en la cultura masculina dominante sino también por las propias mujeres. Las hijas de papi que buscan el éxito en el mundo laboral de los hombres, a menudo lo hacen para negar este mito. Cuando hacen alianza con una mujer, suele ser con otra que valide sus ideas porque también está identificada con lo masculino.
Esta es una experiencia embriagadora para la heroína del viaje. Está completamente apoyada por la sociedad materialista que le da valor a lo que hace, en vez de aquilatar lo que ella es. Después de un tiempo, llega a un punto donde se pregunta: Y ahora ¿qué? A menudo en esta etapa la mujer empieza a sentir que ha perdido la sintonía consigo misma. A veces sufre una pérdida importante, una enfermedad o un accidente.
La psicoterapeuta Nor Hall, una autora posjunguiana especializada en arquetipos, temas de género y mitología cultural, dice en La luna y la virgen: “En el afán por librarse de sus asociaciones negativas acerca de la feminidad, la heroína ha creado un desequilibrio dentro de sí que la ha dejado marcada y herida de un modo muy profundo. Hay un vacío que sienten en estos tiempos hombres y mujeres, que sospechan que su naturaleza femenina, como Perséfone, se ha ido al infierno. Donde quiera que exista este vacío, esta brecha de dolor, la curación debe buscarse en la sangre de la misma herida. Esta es una de las antiguas verdades alquímicas: No se logra solución alguna sino, en la propia sangre. Así, el vacío femenino no puede curarse en conjunción con lo masculino, sino más bien, por una conjunción interna, por una integración de las propias partes, por un recordar o reunificar el cuerpo de la madre-hija”.
Según Joseph Campbell, autor del modelo del viaje heroico, la causa de la herida se explica por el dolor que produce la desconexión con aquello para lo que fuimos diseñadas: “El interés primordial de la mujer es el de criar. Puede criar un cuerpo, un alma, una civilización, una comunidad. Si no tiene nada que criar, de alguna forma pierde el sentido de su función”.
¿Te resuena? El diseño esta relacionado con la función. El desempeño adecuado de la función es lo que da el sentido de valor. Las mujeres que hacen el viaje heroico desde lo masculino, con frecuencia olvidan “criarse” a ellas mismas. Algunas mujeres encuentran que sus esfuerzos por alcanzar el éxito y el reconocimiento se habían basado en complacer a sus padres, especialmente al padre interiorizado.
Cuando empiezan a mirar hacia su motivación, algunas tienen dificultad en encontrar en sí mismas partes auténticamente suyas. El sentimiento que las embarga es de desolación. La búsqueda de liberación se convirtió en la propia cárcel. El desacierto puede haber sido el jugar el juego con reglas equivocadas.
El cambio asusta, pero donde hay miedo hay poder. Si aprende a sentir su miedo sin dejar que la detenga, el miedo se convierte en aliado, en una señal que le dice que aquello que ha encontrado puede ser sanador. Durante esta parte del viaje, la mujer comienza su descenso. Puede significar un período aparentemente interminable de vagar sin rumbo, de sentir pena y rabia, de bajar santos del altar, de buscar los pedazos perdidos de sí misma y de encontrarse con sus partes no amadas.
El proceso puede durar semanas, meses o años, y para muchas puede ir unido a un período de aislamiento voluntario, en el que se sumerge en la oscuridad y el silencio. En esta parte aprende el arte de escucharse profundamente a sí misma de nuevo. Su mirada se dirige de nuevo a ser, en lugar de hacer.
Los demás pueden ver esto como una depresión o un período de confusión. La familia, los amigos, la pareja, etc, esperan que la heroína regrese a sus cabales. Sin embargo, el descenso no puede ser apresurado. En realidad se trata de un viaje sagrado, no sólo para reivindicar las partes perdidas de sí misma, sino también para curar la ruptura con la madre, la herida que resultó del rechazo inicial de lo femenino.
Parte de la energía que se había dirigido hacia afuera se dirige lentamente hacia dentro para concebir, parir y criar proyectos, nutrir sueños, descubrir de nuevo el cuerpo, hacer rituales, cocinar, pintar, danzar y disfrutar de la compañía de otras mujeres. Mujeres que habían tenido como meta principal su realización profesional, en este período pueden desear el matrimonio y la maternidad.
La heroína va encontrando dentro de sí misma la paciencia para permitir la lenta y sutil integración de los aspectos femeninos y masculinos que culminan en un ser humano integrado, equilibrado y completo. La escritora mitopoética canadiense Marion Woodman resume en un pensamiento lo que ocurre en este viaje: “Pero si viajas lo suficientemente lejos, un día te reconocerás a ti misma viniendo a tu encuentro por el camino. Y dirás: Sí…”