El valor de un viejo guante de béisbol

El valor de un viejo guante de béisbol

Glen Macnow, un cronista deportivo del Detroit Free Press, vino al país a comienzos de 1986 con una misión específica: escribir una serie de artículos sobre esa gran cantera de peloteros de grandes ligas que es San Pedro de Macorís, llamada “la capital del béisbol”.
Una escena conmovió particularmente a Macnow. Le sorprendió ver cómo los muchachos pobres de San Pedro, vistiendo harapos y descalzos, se las ingeniaban para practicar su deporte preferido. Sin ninguna clase de recursos, sin nadie que les auxiliara, se veían obligados a fabricar sus propios útiles de los objetos más inverosímiles: una pelota de una vieja media de nylon de mujer, un bate de la pata de una mesa de madera, llena de clavos; las bases de tapas de latas de pintura y los guantes con cajas de cartón.
Su historia estremeció al editor del periódico Neal Shine, quien emprendió una campaña a través de su columna para reunir guantes usados para enviarlos a esos muchachos pobres, a quienes nunca había visto, y a quienes no le unía ningún lazo afectivo o de ninguna otra especie. Alguna gente en su diario se mostró escéptica. Uno le escribió sobre un papel que no llegarían a veinte. “Pídale a la gente dinero, pídale cualquier cosa, pero no le pida que se desprendan de sus guantes viejos”, le dijo, porque nadie entrega sus recuerdos.
Shine puso la nota en el fondo del cajón donde se propuso echar los guantes que el público le enviara. El primero no tardó en llegar. Vino con una carta emocionante, capaz de enternecer al más duro de los corazones. Era de Tom Kolinsky, residente de Watersmeet, un pueblo pequeño en el norte del estado de Michigan.
Kolinsky aportaba tres guantes, en lugar de uno. Pero uno de ellos tenía un significado personal enorme para él. Era la prueba de que la gente podía desprenderse de sus guantes usados, que guardaban viejos sueños de infancia y juventud, y ayudar con ellos a fomentar nuevos sueños en una pobre y remota ciudad dominicana llamada San Pedro de Macorís, hogar de grandes estrellas del béisbol de grandes ligas, donde miles de niños indigentes, sin ningún porvenir, juegan pelota en las calles, desnudos y sin guantes.
“Incluido en el paquete hay tres guantes”, decía Kolinsky, “muy usados por cierto, pero estoy seguro que los niños dominicanos les darán buen uso”. Había entre ellos, un guante de receptor. Perteneció a su hermano Bob, muerto once años antes, cuando apenas tenía 28. Kolinsky lo había guardado todo ese tiempo en recuerdo de todos los grandes momentos juntos. “Yo era pitcher y él (su hermano Bob) receptor. Y estoy seguro que él tiene una gran sonrisa sabiendo que su guante va a ir a un muchacho, quien como él hizo, dormirá con el guante durante la primera semana”.
Como escribió Shine, era sólo el comienzo. Gracias a envíos por correos o llegados directamente, el cajón comenzó a llenarse. Los padres enviaban personalmente a sus hijos a llevar los útiles viejos para los niños de San Pedro de Macorís. Muy pronto la colección sumaba más de 300.
Esos guantes fueron traídos a comienzos de abril de 1986 al país. El propio Shine estuvo aquí para presenciarlo. Todo un engranaje de solidaridad se puso en funcionamiento para hacer posible esa donación. Agencias turísticas de los dos países, el Central Romana Corporation y la Fundación Pro-Deportes Aficionados, Inc., pusieron sus servicios a favor de esta causa noble.
Y yo me preguntaba, ¿por qué no podemos hacer nosotros aquí algo parecido en favor de tantos niños descalzos amantes del béisbol y de cualquier otro deporte, que no pueden practicarlo por falta de útiles? ¿Cuántos de nosotros, como escribiera Shine en Detroit, no guardamos un viejo guante, una pelota de básquetbol, un viejo uniforme, un bate, una gorra, en un closet?
“Desempólvenlo y envíenmelo al periódico El Caribe. Aquí habrá también otro cajón para guardarlos. Y ayudemos con ello a muchos niños pobres dominicanos a convertirse en futuras estrellas del deporte. Hay entre ellos potenciales Juan Marichal, Pedro Guerrero y Mario Álvarez Soto”, escribí entonces en mi columna diaria.
En América Latina, muchos jóvenes desesperados, faltos de oportunidades, se convirtieron en guerrilleros. A muchos de ellos les motivo más la frustración que la ideología. Aquí en nuestro país miles de muchachos, con afanes y aptitudes deportivas terminaron como militantes de extrema izquierda. La ideología en sus casos tampoco fue el factor determinante. Pero agotadas sus posibilidades en una sociedad de alta competencia y ausencia de oportunidades, buscaron allí la oportunidad que no encontraron en otro medio, ya sea para realizarse o volcar sus resentimientos.
La mayor parte de los problemas de muchos de ellos aún son de fácil solución. En realidad, si se le observa bien, no piden casi nada. Un poco de atención, quizás, precisamente de lo que más adolece esta sociedad, formada en su mayor parte por gente desesperada, anegada en miseria y frustración.
En Detroit, personas que jamás oyeron hablar de República Dominicana se despojaron de pertenencias de un valor sentimental muy grande para ayudar a los muchachos pobres de San Pedro de Macorís a poseer útiles con que jugar béisbol, su deporte preferido. Toda una ciudad se movió en esa campaña tan generosa. Los dominicanos, estimulados por tan noble gesto, pudimos y creo que podríamos hacer aquí algo parecido para ayudar, ya no sólo a desamparados de San Pedro de Macorís, sino también a los muchachos olvidados de nuestros grandes y superpoblados barrios marginados.
A miles de ellos les bastaría con un guante o un uniforme viejo de béisbol. A otros les sería suficiente con una bola usada de basquetbol. La mayoría preferiría un par de calzados para poder jugar béisbol o practicar atletismo. Así de simple. Pero no lo hicimos. Nadie se desprendió de un recuerdo. Por años sufrí esa frustración.

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