Por sus grandes aportes a la causa nacional y por ser un elemento de gran valor para el equilibrio de la democracia, es indiscutible que el Partido Revolucionario Dominicano-PRD- constituye un gran patrimonio para la República Dominicana.

Este es el partido de las libertades.

No hay que ser miembro de esa organización para tener preocupación por lo que ha venido ocurriendo en los últimos tiempos con los líderes blancos.

Los señores Hipólito Mejía y Miguel Vargas Maldonado se han convertido en dos grandes colosos incapaces de convivir en armonía y de preservar la integridad, unidad y desarrollo creciente del PRD.

En toda organización del mundo, la misión del liderazgo es guiar bien y trazar una visión estratégica de avance, de paz y de progreso en el alcance de las metas y de los objetivos.

Dicho de una manera clara, el líder que no cumpla con esto, sencillamente no puede ponerse en sus manos la responsabilidad de dirigir.

No se está para malgastar el tiempo en discusiones estériles y en rebatiñas que sólo conducen al estancamiento y a la proyección de una mala imagen ante quienes deseamos conquistar simpatías.  Jesús dijo en su evangelio que una familia desunida jamás podría tener éxito.

Los perredeístas no deben enfocarse, en última instancia, ni en Hipólito ni en Miguel sino en la suerte de su propio partido.

Hay que entender que esta organización es de todos.

A los dominicanos no nos conviene que en el escenario nacional impere un único partido. Por más bueno que sea.

La democracia para expresarse en toda su dimensión requiere de un contrapeso en el ejercicio del poder.

El PRD es un muro de contención. Es un vigía a favor de los intereses nacionales.

El país demanda su unidad.