El verdadero santicló dominicano

El verdadero santicló dominicano

ROSARIO ESPINAL
No es el gordo, rojizo, barba blanca, oriundo de Europa, residente del polo norte, que se cuela por una chimenea.  Es mulato, trigueña, blanco o negra.  Llega en esta época navideña por algún aeropuerto dominicano con muchos regalos a renovar afectos en su tierra.  Se esperan unos 200,000 que dejarán en el país divisas, DVDs, VHSs, TVs, y muchas cosas más.

Son dominicanos residentes en el exterior que constituyen un segmento cada vez mayor de la población dominicana, y que por las facilidades de conectividad en el mundo de hoy, mantienen lazos familiares y de amistad fluidos y estrechos en la República Dominicana.

La migración masiva comenzó hace 40 años y no ha parado desde entonces.  La ocupación Norteamericana de 1965 y la reforma a la ley de inmigración de Estados Unidos de ese año, facilitaron la migración inicial dominicana.  Hoy se estima que alrededor de un millón y medio de dominicanos reside en el exterior, con la gran concentración ubicada en la zona de Nueva York y estados adyacentes. Habría que mencionar también los hijos de dominicanos nacidos en el exterior, que sienten una vinculación especial con la República Dominicana. Todos constituyen lo que se conoce como la diáspora dominicana.

A pesar de que el proceso migratorio lleva ya cuatro décadas, ha sido difícil para el liderazgo social, económico y político del país comprender el fenómeno y apreciar su potencial de desarrollo para la República Dominicana, más allá de buscar fondos para financiar campañas políticas.  Ojalá que la reciente visita del Presidente Leonel Fernández a Estados Unidos, en la que se reunió con diversos grupos dominicanos, marque una diferencia.  Porque en realidad, lo que abunda son prejuicios, términos despectivos y peyorativos hacia los inmigrantes dominicanos.  Se les asocia con la droga, el crimen, o la prostitución; y en los últimos años se señala a los dominicanos deportados por delitos cometidos en Estados Unidos como causantes del aumento de la criminalidad en la República Dominicana.

Sería imposible negar la vinculación de algunos grupos de inmigrantes con estos problemas.  Pero en su mayoría, los inmigrantes dominicanos constituyen una población trabajadora, de bajos ingresos, que destina una parte importante de sus limitados recursos a apoyar los familiares que se quedaron en la República Dominicana.

Según un informe reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un 20.6% de los hogares en la República Dominicana recibe remesas, representando el porcentaje más alto en América Latina.  Estas remesas son vitales para que muchas familias puedan satisfacer necesidades básicas de alimentación, ropa, educación y vivienda.

Para valorar mejor el sacrificio que hacen muchos inmigrantes en ayudar a sus familiares en la República Dominicana, hay que señalar sus bajos ingresos.  En Nueva York, ciudad que concentra la mayor cantidad de inmigrantes dominicanos, el ingreso promedio per cápita de los dominicanos es menos de un tercio del ingreso de los norteamericanos blancos: 9,069 y 33,588 dólares respectivamente en 1999, según lo señala un estudio del Centro Hispano Pew.  Indica también este estudio que ese año los dominicanos en Nueva York registraron uno de los índices más altos de pobreza en esa ciudad, alrededor del 38%.  Dado que las tendencias en la distribución del ingreso no varían mucho en pocos años, es muy probable que la asimetría continúe más o menos igual.

Con esta precaria situación económica es evidente que las remesas que envían los inmigrantes durante todo el año (estimadas en unos 200 dólares mensuales por emisor) y los regalos que traen en época navideña, son una expresión de los fuertes lazos afectivos y de responsabilidad familiar que mantienen en la República Dominicana.  De lo contrario, destinarían esos recursos a mejorar su propia situación de vida en vez de drenar sus precarios presupuestos.

Para la República Dominicana, las remesas familiares presentan varias ventajas que merecen resaltarse.

1. Tienen un alto componente distributivo, ya que alcanzan muchos hogares con aportes similares para satisfacer necesidades básicas.  De hecho, el envío de remesas familiares constituye lo más cercano que existe en el país a un programa social de combate a la pobreza, en este caso no subsidiado por el Estado ni por un organismo internacional, sino por los inmigrantes.

2. Al ser en moneda fuerte, las remesas (estimadas para este año en unos 2,500 millones de dólares) le permiten al país cumplir con múltiples compromisos económicos y nutrir las precarias reservas internacionales.  En este sentido, las remesas no sólo ayudan la microeconomía dominicana a través del consumo familiar, sino también la macroeconomía.

3. El flujo de divisas es constante y se mantiene a pesar de las crisis económicas y políticas que sacuden con frecuencia la República Dominicana.  Más aún, se aportan sin pedir mucho a cambio, ni grandes subsidios o incentivos fiscales, porque se sustentan en afectos y reciprocidad familiar.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas