El Vestidor cautiva tras bambalinas

El Vestidor cautiva tras bambalinas

La sala Ravelo queda a oscuras, se escucha el ruido ensordecedor de la “Luftwaffe”, tras el impacto de las bombas, destellos de luces intermitentes iluminan, el momento es sobrecogedor, pero en medio del caos, se escuchan los aplausos que el público de un pequeño pueblo inglés que asiste a la representación del “Rey Lear”, prodiga al gran “actor”, a la compañía shakesperiana trashumante que, en medio de la guerra, intenta rescatar el espíritu de resistencia del pueblo inglés y su cultura, el teatro es una simbología… la función tiene que continuar.

Tras el prólogo, la escena nos introduce en el camerino del teatro, y allí, tras bambalinas, horas antes a la representación del “Rey Lear”, se desarrolla otro drama: “El vestidor”, obra en la que su autor, Ronald Harwood, abreva de la fuente shakesperiana y aborda las relaciones entre los integrantes de una compañía teatral, y en particular la de su primer gran actor, que solo será nombrado como “Sir”, y su fiel vestidor “Norman”.
En el camerino, tras unos parlamentos ilustrativos de Norman, aparece el “Sir”, visiblemente perturbado. El actor muestra episodios de pánico escénico, y duda antes de salir a escena. El vestidor lo anima a cumplir su desafío.

El gran actor es un ser narcisista, ególatra, engreído y tiránico, pero al mismo tiempo débil y vulnerable- Está consciente de su fragilidad, pero no concibe la vida sin el aplauso del público, y duda antes de salir a escena a representar al rey Lear. La pérdida de memoria lo lleva a confundir los personajes, no sabe si es Lear o Macbeth, finalmente en un acto supremo intentará realizar su postrera actuación, y seguir siendo el rey, sin importar el sonar de las bombas.
Norman, el vestidor, es un servidor leal, parecería tonto pero no lo es, está unido emocionalmente al actor, al que admira y conoce, así como conoce las flaquezas de todos los integrantes de la compañía. Se siente poderoso, y hace uso y abuso de esa sabiduría, ocultando sus propias debilidades y sus verdaderos sentimientos hacia el actor del que se convierte en su sombra. Su existencia gira alrededor de él, no concibe su vida fuera del teatro, aunque para “Sir” no es sino un criado más, maltratado muchas veces.
Dos actores comparten el protagonismo de esta obra, Exmin Carvajal, como Norman, trasciende el personaje con verosimilitud. Neurasténico, entre un trago y otro se desahoga y propicia los breves momentos de hilaridad, Exmin Carvajal, con una actuación realista, logra esta distensión.
Giovanny Cruz estuvo alejado del teatro, más bien de los escenarios, porque el teatro nunca se apartó de él, y decide volver a escena con “El vestidor”, que es una ofrenda al mundo de la actuación. Giovanny, como “Sir”, hace una disección del personaje y transmite sus múltiples estados, proyecta la perfecta imagen del engreído actor y su pasión por la actuación.

Convertido en rey Lear, consigue su momento más alto, el climax, cuando en un lateral del proscenio envuelto en una bruma de luces, pronuncia un entrañable parlamento, La escena nos remite al prólogo, y contenemos los deseos de aplaudir, afortunadamente Giovanny seguirá cabalgando. Exmín y Giovanny logran empatía, se complementan en una formidable dialéctica actoral.

En este juego dramático de atractiva teatralidad, tres actrices logran trascender. “La señora”, esposa del actor y actriz, una mujer de carácter, cansada de la vida nómada y consciente de la condición de su marido, que le insta a abandonar la escena, es interpretada por Yanela Hernández a cabalidad, en su doble condición.

La eficiente regidora de escena es un personaje un tanto enigmático. Detrás de su aparente frialdad, esconde su amor -nunca confesado- por el actor; está consciente del estado del Sir, y se debate entre el deber y el querer. Luvil González, en una actuación muy orgánica, trasmite la rigidez de este introvertido personaje.

“Irene” es una joven actriz debutante, aparentemente ingenua, un tanto condescendiente con los requiebros del actor. Karoline Becker, cuya hermosa presencia ilumina la escena, asume el papel con mesura. Una breve aparición es la de “Geffry”, un actor más de la compañía, Mario Lebrón hace una pausa como director para dar vida a este personaje.
A un ritmo sostenido con pequeños clímax, transcurre la obra. Mario Lebrón es un excelente director de actores. La escenografía, adecuada al contexto de la obra, es una fina recreación de Fidel López. Un detalle a resaltar es el hermoso vestuario “de época”, de la diseñadora Renata Cruz Carretero.

Las luces, diseñadas por Lillyanna Díaz, enfatizan cada momento… languidecen, propician el ambiente lúgubre de la escena final, en la que en un acto supremo muere el gran actor.
Norman, patético, aunque olvidado hasta en los agradecimientos que como testamento ha dejado Sir, siente que desaparece junto a él, porque sin él no es nada. La escena última –la despedida- intensamente dramática, sobrecoge, y en un acto reflejo el público rompe la abstracción, con prolongados aplausos.

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