Obviar los derechos humanos del conocimiento social en la República Dominicana no ha sido por olvido ni azar. Los sectores de poder del país no favorecen que la población dominicana se empodere como sujeto de derechos y asuma el respeto de los derechos de otros independientemente de su edad (niñez/adolescencia), género, condición de discapacidad, orientación sexual, origen afrodescendiente, nacionalidad y migrante haitiana.
La República Dominicana cuenta con una cotidianidad permeada por violaciones de derechos y violencia que se agudiza con la inseguridad ciudadana, corrupción e impunidad.
Niños y niñas de estratos medios y pobres de distintas provincias relatan en grupos focales y entrevistas sus observaciones de situaciones de abuso hacia personas haitianas en las calles de sus localidades. Asombrados del uso de armas para golpear a estas personas, insultos y atropellos sienten miedo y compasión.
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Estas prácticas de violencia son cotidianas en las redadas que realiza la Dirección General de Migración para recoger a personas haitianas a las que les quitan dinero y pertenencias y las introducen en las celdas ambulantes. Asombrados y con miedo señalan cómo los golpean y recogen. En comunidades rurales se señalan casos de operativos nocturnos en los que se viola a niñas, adolescentes y mujeres y se derriban las viviendas de las personas migrantes haitianas como ocurrió recientemente con una niña de haitiana de 14 años que fue violada por agentes de Migración en horas de la madrugada cuando irrumpieron violentamente en la vivienda de su familia.
Estas acciones relatadas son solo unas pocas de muchas otras registradas y denunciadas por instituciones religiosas, organizaciones que trabajan con población migrante haitiana y de derechos humanos que documentan múltiples casos de violaciones de derechos, abusos y maltratos cometidos diariamente por la Dirección General de Migración
Lamentablemente todas estas acciones se callan, se invisibilizan y se justifican utilizando la confusión entre control migratorio y el uso de la violencia física y sexual, así como las violaciones de derechos.
Las respuestas terminan en el silencio. El silencio tiene grandes repercusiones sociales. Una de ellas es el quiebre de la gobernabilidad y la cohesión social. La armonía social y la paz se sostienen de la cohesión social, la cual no se logra en una sociedad donde se naturalice y normalicen las violaciones de derechos y se pierda la sensibilidad por el dolor y el sufrimiento humano. La indiferencia y la fascinación por el uso de la violencia contra otros seres humanos (independientemente de su nacionalidad, color de la piel, orientación sexual, género) puede llegar a convertirse en una práctica cotidiana y con ello incrementar exponencialmente la inseguridad ciudadana.