El violín del oxímoron

El violín del oxímoron

El lector de los suplementos literarios (por desgracia, desaparecidos en su totalidad) en la década del 70 recordará los poemas de Andrés L. Mateo, denunciando la injusticia y convocando hacia los paraísos terrestres, con entonación vibrante y fresca como una casa sin puertas ni ventanas.

El lector podía estar de acuerdo o no con sus ideas, gustarle o no su poética, pero no tenía duda de que Mateo había sido ungido por el Arcángel de la Poesía. Sin embargo, en la década de los ochenta, Mateo abandonó las callejas intrincadas del poema, y se adentró en los vastos bulevares de la épica novelesca.

Quien haya seguido la trayectoria de Mateo sabe que no se trata de un escritor de fin de semana. Estamos ante un intelectual dedicado al estudio y la escritura a tiempo completo, y en la medida que lo permiten las estrecheces del medio. Como tal, la nueva la novela de Mateo, El violín de la adúltera (Santo Domingo: Norma, 2007), supone un cuidadoso trabajo del estilo y la estructura novelesca, lejos de la improvisación de muchos aprendices de genio, comunes entre nosotros. Por todo lo dicho, me he asomado a la novela de Mateo con gran curiosidad, para ver cómo el autor resuelve la tensión entre su sensibilidad poética y el dinamismo de la narración. Pues si un escritor de raigambre lírica escribe una  novela, hay cierta expectativa en torno a él, porque los términos “poeta y novelista” parecen un oxímoron; es decir, son antitéticos. Quiero aclarar que mi lectura está signada por mis gustos e intuición de lector, por mi subjetividad. No soy profeta de ninguna verdad absoluta, ni creo en la cacareada objetividad; mi lectura es una más entre tantas lecturas posibles.

El violín de la adúltera se organiza como un diario que abarca casi dos meses, pero, en verdad, es una estructura polifónica formada por varios subtextos. Además del diario, aparecen, cuando menos, los siguientes planos: a) los anónimos, que llegan en modernistas sobres azules; b) una crónica de la dictadura de Rafael Trujillo, c) breves poemas en prosa y, d) la reflexión filosófica, aforística. Los subtextos convierten la novela de Mateo en un tapiz apretado, complejo, como la realidad asfixiante de la capital de la República, y de todo el país, durante el régimen trujillista. La novela se estructura en torno a la serie de anónimos en los que al narrador, Nestor Luciano Morera, se le advierte que su mujer lo engaña, mientras pretende tomar clases de violín.

          Durante el gobierno trujillista, los anónimos del “Foro Público”, en el diario oficial, eran escritos con frecuencia por el dictador, y eran una forma de controlar y aterrorizar a sus funcionarios. Así, los anónimos que dislocan la vida de Morera son un reflejo de los problemas políticos en la conciencia del individuo. El veneno de la escritura oficial emponzoña la vida privada, corrompiendo la sociedad hasta sus cimientos. Y si los problemas mentales -como piensan algunos siquiatras- son un reflejo de los conflictos sociales en el individuo, hasta qué punto la versión que nos ofrece Morera es confiable. ¿No será este un personaje esquizofrénico, atacado por la paranoia, cuyos problemas surgen de la opresión política? Su diario es un espejo cuarteado, reflejo de su crisis personal. El único punto de vista es el suyo, y él está siempre inclinado sobre sí mismo, en un eterno examen de conciencia, producto de su formación católica y su abulia culpable.

El violín de la adúltera, en vez de presentar la dictadura de manera directa -como haría el canon realista de la década de los años setenta-, nos permite atisbar ese infierno a través de la Voz Dominicana, la estación oficial de radio y televisión del régimen trujillista. Allí vegeta Morera, reivindicando su apellido, en una oficina. A través de sus ojos, podemos asomarnos a una galería de personajes singulares, comenzando por el cavernícola Arismendy Trujillo, hermano del dictador, quien suele llevar consigo una fusta, con la que azota a sus empleados. En su mayoría, los personajes nos lucen corruptos y abyectos; son simples marionetas o impostores que esconden con cuidado su hueca personalidad. Y hasta el popular poeta Héctor J. Díaz, más que un personaje semeja un fantasma. Tampoco Morera  se hace ilusiones sobre sí mismo: se autodefine con frecuencia como un hombre tímido y débil.

Paradójicamente, el único personaje auténtico, capaz de asumir su masculinidad es Elso, el homosexual. La actitud de Morera hacia este es ambigua, por causa de la orientación sexual del mensajero y el temor a lo que puedan pensar los otros empleados, pero no puede más que admirar el  espíritu solidario de Elso, su capacidad de amar y aceptar con valentía su sexualidad.  Frente a tantos espectros que pululan por la oficina, Elso lleva una vida espiritual muy intensa, por estar conectado con sus raíces africanas. Al suicidarse -hecho incongruente con su gran religiosidad-, el dolor y la simpatía de los moradores de su barrio indican que no vivió en vano.

Existe el consenso de que géneros como el diario, las memorias y la autobiografía, por su carga personal, subjetiva, se pierden en las fronteras de la ficción. Si tomamos en cuenta esta premisa, El violín de la adúltera sería ficticio por partida doble, y se torna una realidad evanescente, difícil de  captar. Tampoco sabemos si los anónimos son un infundio, pues Morera no ofrece pruebas conclusivas de que su esposa Maribel Cicilio le es infiel. El personaje está paralizado por una fuerza superior a él, evaluando sin cesar el mundo que lo circunda. La crisis existencial de Morera y sus titubeos irradian hacia todo el libro. Su actitud vital se refleja en el texto por medio de aforismos, el tono discursivo y la  introspección lírica, que determinan el ritmo lento en extremo de la narración.

La compulsión de Morera a tasar, sopesar y explicar sus móviles, como un Hamlet criollo, lo conducen de vez en cuando a cortar los nudos de la trama, impidiéndole margen al lector arribar a sus propias conclusiones. Morera a través de la valoración excesiva de sus circunstancias, por medio de la adjetivación, metáforas y la elocución indirecta, exprime la lengua hasta el extremo de llegar a veces a la redundancia (“un pichón de gallina”, por una ‘polla’; “salir hacia afuera”, “mesita pequeña”). La atención se centra más en el mensaje que en las peripecias de la narración, por tratarse de un personaje que escribe como un poeta, aunque desea ser novelista, y la profusión de imágenes crea un texto de índole barroca por acumulación. La novela de Mateo se caracteriza sobre todo por su expresividad. Tanto que la preocupación por el ritmo y la imaginería ahogan el plano narrativo, y delatan el talento poético de su autor.

El violín de la adúltera, al parecer, es una historia de amor. Pero, si analizamos los motivos que conducen a Morera hacia la poética y kafkiana decisión del epílogo, notaremos que no todo tiene matiz azul en el texto. El narrador, al igual que los demás personajes, no puede aislarse de la corrupción ambiental. Su aparente idealismo romántico puede originarse en el hecho de que la dictadura lo convirtió en un ser rastrero, sin valor para enfrentarse a los demonios políticos, ni mucho menos a los de su propia vida íntima. En ese caso, más que una historia de amor, la novela sería la crónica de una abyección.

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