El voto de las dominicanas: entre lo calamitoso y los pendienteso

El voto de las dominicanas: entre lo calamitoso y los pendienteso

Elvira Lora

El voto de las dominicanas: entre lo calamitoso y los pendienteso. Imagino la mañana de 1935, cuando la maestra normal Petronila Angélica Gómez Brea leía estas argumentaciones de la periodista feminista y colaboradora más radical -la única de la que se tiene constancia de acalorados intercambios de misivas- de la hoy centenaria revista Fémina (1922-1939), la puertorriqueña María Más Pozo:

El voto ha sido mejor una calamidad que una bendición. Antes de que la mujer trate de votar ha de estudiar las condiciones en la que vive la obrera. Ha de estudiar las causas de las delincuencias juveniles. Ha de estudiar la prostitución. Ha de observar los gobiernos. Ha de exponer su programa ante el gobierno. Ha de eliminar las guerras con su voto. Ha de estudiar el desempleo”.

En el artículo “La mujer ante la sociedad IV”, Pozo hace críticas tanto a las posturas de las féminas que comenzaban a ocupar cargos públicos, como a la peligrosa “ciudadanía” que poco a poco, cual “grandísimo favor”, otorgaban los gobernantes durante las primeras cuatro décadas de la pasada centuria. Gómez Brea, quien editó y publicó integra la contribución (en cuatro ediciones), llevaba años en los avatares sufragistas en los cuales se inició alrededor de 1920 y que consolidaba con cada número de la revista Fémina; de seguro consideró al ser leídas estas ideas de Más Pozo, ayudarían a sus coetáneas a no desfallecer en la necesaria labor educativa sobre el derecho que vindicaban quienes como ella hoy reconocemos como sufragistas dominicanas.

Y es que, pasaban dos años del «voto ensayo» de 1934, o del referéndum que el tirano pidió que fuera organizado por Acción Feminista Dominicana, encabezada por Abigail Mejía Solière, y aún las sufragistas nuestras no lograban cohesionar un programa que diera respuesta a las vicisitudes por la cual atravesaban las mujeres… “Hay que ir a la raíz de los males que afligen a la humanidad y ponerles fin”, escribía un año después María Más Pozo, al referirse al panorama mundial y a la responsabilidad que asumían las mujeres -quienes por su edad, instrucción o clase- podían ejercer su ciudadanía. En “Recogiendo firmas contra la guerra” (1936), la feminista puertorriqueña precisa que las votantes podían hasta organizar una huelga y negar su voto a fin de impedir el inminente avance fascista.

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De aquellas calamidades y discusiones sobre el voto de la mujer develadas por Más Pozo, palpitan ante nuestras cotidianidades verdaderos pendientes de la agencia que finalmente se cristalizó el 16 de mayo de 1942. Pues si el clamor de las sufragistas era la necesaria y justa participación política, a 80 años de la agencia, en los espacios políticos elegibles la representatividad no alcanza 30% ni en las Cámaras Legislativas: apenas cuatro senadoras de 32 escaños, y 44 diputadas, 174 diputados; ni en las alcaldías: en 2020 resultaron elegidas 19 mujeres como alcaldesas.

En las altas cortes: cuatro juezas en la Suprema Corte de Justicia (de 17); solo tres magistradas en el Tribunal Constitucional (de 13), y dos juezas en el pleno de la Junta Central Electoral (de 5). En las designaciones del Ejecutivo se contabilizan 32 gobernadoras, pero apenas dos ministras.

Releer cuando Más Pozo escribía en Fémina sobre la calamitosa situación de las mujeres que no eran votantes, las obreras, recoloca el ya octagenario primer voto de las dominicanas ante un escenario post-pandémico revelador: 150 mujeres en situación de pobreza por cada 100 hombres; 52.10% de nuestras mujeres tienen trabajos informales y 68.55% están desempleadas. En 2021, son reportadas 169 defunciones maternas y 152 feminicidios.

¡Mujeres votantes! Comparto esta aseveración de Más Pozo: “La mujer no puede esperar la liberación sino es por ella misma”. Es decir, la trascendencia del voto, de alcanzar la ciudadanía, radica en colocar nuestras fuerzas autónomas para lograr la significativa conquista de ser ciudadanas más allá de las urnas.