El voto duro

El voto duro

CLAUDIO ACEVEDO
Son muchos los que creen a pies juntillas en los «patrones tradicionales» de votación partidista capaces de sobrevivir a las decepciones electorales y mantenerse incólumes ante la emergencia de nuevos liderazgos. Provistos de una visión antidialéctica, suponen que cuentan con un «voto duro» resistente a las influencias externas, como la publicidad y otras acciones más directas de promoción del voto. En base a esta convicción, creen que pueden dormir tranquilo de ese lado. Hasta que un 17 de mayo la realidad amanece en ellos

y los pone a vivir despiertos la pesadilla de preguntarse qué pasó y por qué. Dónde fueron a parar esos miles de votos tenidos como seguros. Cómo se quebraron al mismo tiempo tantas lealtades y se produjo el trasiego de votos hacia la parcela contraria.

Las nuevas realidades políticas de hoy nos enseñan que la gente no vota de manera esquemática como lo hacía antes repitiendo las mismas adherencias y simpatías políticas regionales, barriales y familiares que ayer permitían anticipar el voto. Hoy predomina el clientelismo dentro de la militancia, con todas sus derivaciones de condicionalidades y pendulaciones de intereses que vuelven impredecibles las tendencias votacionales, por lo cual nadie tiene un «asiento fijo» con nadie. Fuera de ahí, el votante no comprometido se inclina atendiendo a sus expectativas y esperanzas, sin seguir un patrón fijo de votación.

Todo esto hace del llamado «voto duro» una superficie de hielo quebradizo, una realidad discutible encerrada en dos grandes signos de interrogación.

En esta tesitura, ya ningún partido puede jactarse de descansar en un colchón de votos naturales que ronda o fluctúa entre determinados porcentajes.

La realidad es que el llamado «voto duro» se va haciendo cada vez más blando y difuminado para recurrir a él como tabla de salvación. En el contexto nacional, la desaparición física de los caudillos tradicionales y con ellos la magia que magnetizaba determinadas cantidades de votos, es uno de los factores que explica la blandura de las intenciones de voto. Hoy éstos ya no se heredan como antes sino que hay que trabajarlos para ganarlos.

La pretendida dureza del voto partidista parte de premisas y supuestos que muchas veces inducen al autoengaño, ignorando la dinámica de las cambiantes realidades políticas. Por ejemplo, se acomoda a la idea autocomplaciente de que no importa quien sea el candidato ni las experiencias vividas por el elector, éste siempre votará por acto reflejo por determinado partido obedeciendo a un automatismo que solo existe en las fantasías electorales de los dirigentes.

La tan creída dureza del voto no toma en cuenta que los comportamientos aprendidos también se desaprenden y que no hay nada definitivo en el consciente o insconciente colectivo.

Las vivencias aleccionan y ordenan cambio de rumbo, periódicamente.

En el voto duro hay mucho de emocional y mucho de irracional. De emocional porque se expresa con pasión atendiendo a impulsos internos que producen una especie de satisfacción individual asentada en la costumbre. De irracional por su alto componente de fanatismo y ceguera y porque se manifiesta compulsivamente.

Dar por sentado que se cuenta con una especie de votos cautivos que se aglutinan en el eufemismo del «voto duro» es desconocer que nada está totalmente predeterminado, máxime en el campo político, donde el ser humano responde reactivamente a muchos factores causales o circunstanciales que vuelcan las voluntades en direcciones opuestas a las tradicionales o a lo esperado.

Los seres humanos establecemos entre nosotros mismos y con nuestras organizaciones relaciones de carácter dinámico en permanente evolución. De ahí los divorcios, los abandonos, las infidelidades y las separaciones permanentes o temporales. El voto duro es así sólo un ideal como el juramento de amor eterno ante el altar. Algo que en un tiempo puede ser como no puede ser, lo cual acusa un rasgo de posibilidad y temporalidad que deniega su inmanencia.

Si bien es cierto que en muchos grupos humanos existe una tendencia histórica a repetir un mismo patrón votacional, no lo es menos que aquellos son cada vez menos y que son mayores las franjas electorales que asumen un comportamiento más elástico y más golondrino. Sobre todo, en un contexto donde cambian los pretextos, como en la arena política.

El resultado de los últimos procesos electorales así lo atestigua. Las simpatías políticas siempre están en mudanza, como un ave migratoria.

Cambian de casa y de preferencia de colores. Ayer se prefirió al reformismo.

Mas tarde al perredeísmo. Después al peledeísmo. Y mañana?

De aquí se deduce que los votantes no son propiedad exclusiva de nadie, que no caben ni se contienen mayoritariamente represados en el llamado «voto duro», por lo cual ningún partido puede hacer depender sus posibilidades electorales a partir de esta supuesta fortaleza donde los votantes se consideran inmutables y fuera del contexto de las incontrovertibles realidades políticas.

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